Una pareja camina por el muelle de Ancón. Voltea su mirada hacia la zona de cevicherías, un lugar que, durante años, ha vendido el pescado más fresco del distrito. De inmediato, la pareja es rodeada por al menos cinco personas, entre meseros y meseras, que le ofrecen un plato de comida: “Está fresquito”, “venga por aquí”. En otro momento, la pareja tendría que esperar a que una mesa se desocupara para almorzar, pero esta vez, no comprará nada. Hay un temor generalizado de que el pescado que se ofrece también está contaminado por el petróleo derramado por Repsol.
Es la hora de almuerzo y, de las casi doscientas mesas repartidas entre las 16 cevicherías del muelle de Ancón, solo una está ocupada. “Hoy solo he vendido cinco platos”, dice Cinthya Ramos, dueña de una de las cevicherías. Ella explica que esa cantidad de platos representa unos 150 soles. En un día de verano, Cinthya ha llegado a ganar 2000 soles. Lo que gane hoy, además de guardarlo para sus dos hijos, también deberá repartirlo entre sus tres meseros. “Prácticamente estoy sobreviviendo”, lamenta Cinthya.
El derrame de petróleo, que se extiende desde Ventanilla hasta Chancay, no solo ha afectado a los pescadores, sino a todos los que dependían del mar para vivir: al que vendía cebiche, al que limpiaba el pescado para venderlo, al que daba en alquiler una sombrilla para proteger del sol a los veraneantes en las playas y al que ofrecía paseos en mototaxi por el balneario de Ancón. También al que comercializaba agua, helados, churros o chocotejas. Ya no tienen a quién ofrecer sus productos. Ya nadie quiere ir a esas playas.
El Ministerio de la Producción ha iniciado una campaña para recordar que el 95,5% de los pescados y mariscos que se consumen en Lima y Callao provienen de zonas no afectadas por el derrame. “La mayoría de productos que llega a los terminales pesqueros, mercados mayoristas y centros de abasto proviene de diversos puertos del país”, dijo el ministro del sector, Jorge Luis Prado.
Además, algunos pescadores de Ancón y Ventanilla han decidido traer pescado de altamar, a muchas horas de distancia de la zona afectada. Especies como perico, pota y bonito son las que se pescan en altamar.
Kevin Villegas, secretario de defensa de la Asociación de Pescadores Artesanales de Ancón (Apescaa), explica que la pesca de altamar representaba antes el 20% del total de sus capturas, pero si ahora ni siquiera les compran esos pescados, el impacto del derrame de petróleo sobre su trabajo será total. El Ministerio de Producción ha indicado que proporcionará agua a los pescadores para que tengan con qué limpiar lo que traen de altamar, ya que antes estos utilizaban el agua de mar, pero ahora está contaminada. “Ahorita estamos haciendo ese proceso con agua dulce que combinamos con sal para que quede con la salinidad necesaria”, dice Villegas.
De estos pescados son los que compra Carmen Ávila, de 54 años, que ha pasado los últimos 35 limpiando y vendiendo especies marinas en el muelle de Ancón. Ella dice que ni la pandemia de la covid-19 les afectó tanto. El esposo de Carmen era pescador, pero falleció hace algunos años. Desde entonces, Carmen ha debido velar por ella misma y por la educación de su hija, que dentro de un par de meses debe volver a la universidad. Un buen día de verano, Carmen ganaba hasta S/ 300. En las últimas dos semanas, la vendedora ha llegado a obtener, como máximo, S/ 40 al día. “Esto es mi único sustento, no tengo otro ingreso. Ahora solo compro pescados conforme los voy vendiendo”, dice y muestra solo dos pescados en su pequeña mesa.
Carmen compara la situación actual con lo que vivió durante la epidemia del cólera, a inicios de los años noventa, cuando los peruanos temían consumir pescado. En aquel tiempo —asegura— los mismos pescadores se comían lo que pescaban porque no tenían otra opción.
Más de 100 mil afectados
John Barrera, alcalde de Ancón, estima que unas dos mil personas han sido afectadas por el desastre ecológico ocasionado por Repsol, solo en su distrito. “Estamos preocupados por el tema de la limpieza, que está bien, pero tienen que enfocarse también en el tema social”, dijo Barrera.
La señora Rojas, una vendedora de golosinas de 68 años, es parte de esas dos mil personas. Sentada en una pequeña banca, dice que ni en invierno ha observado tan pocas personas en el balneario de Ancón. Mientras tanto, Paulina Carhuapoma, que obtuvo un préstamo del banco para comprar accesorios playeros para este verano, pasa sus días sin vender ningún producto. “Este año vine con la ilusión de levantarme de la pérdida por la pandemia, pero hoy ni siquiera he podido almorzar”, nos cuenta.
Repsol no ha contemplado ningún apoyo para los otros afectados por el derrame de petróleo. Según sus notas de prensa, solo ha mantenido reuniones con la asociación de sombrilleros y de comerciantes del distrito de Santa Rosa. En otros distritos, como Ancón, Ventanilla y Chancay, solo ha habido conversaciones con asociaciones de pescadores.
Por eso, el Gobierno evalúa la posibilidad de entregar un bono de S/ 1000, durante tres meses, a los trabajadores y negocios afectados. El ministro de Comercio Exterior y Turismo, Roberto Sánchez, dijo que esta medida podría darse mientras se evalúan otras acciones de promoción y reactivación de la economía de dichas personas. Hasta el momento, se han empadronado 2500 negocios formales, pero la disposición continúa en estudio.
A Vilma Milla, de 68 años, ese bono no le llegará. Ella no tiene un negocio formal, ni está inscrita en ninguna asociación de vendedores. Durante más de dos décadas, Vilma ha recorrido el balneario de Ancón vendiendo chocotejas para ganar unos S/ 80 diarios, pero ahora casi nadie le compra sus dulces y ella, al ver que sus amigos pescadores no tienen para almorzar, ha empezado a regalarlos. “Qué más quisiera yo traerles un arroz con huevo a los pescadores, pero no me alcanza ni para mí, ni para mi esposo enfermo, de 75 años. Sin mentirle, hoy se me ha acabado el gas”, dice la anciana. Son casi las seis de la tarde y apenas ha juntado S/ 20.
La situación no se limita a Ancón. En la entrada de la playa Cavero, en Ventanilla, dos mujeres de unos cuarenta años permanecen sentadas con dulces y agua embotellada. “Yo ganaba un día bueno hasta S/ 100 y ahora no junto ni la mitad”, dice una de ellas.
El ministro Sánchez ha estimado que la población afectada directamente por el derrame de petróleo suma unas cien mil personas, entre pescadores y quienes se dedicaban a otras actividades. Esa cifra es consecuencia de los más de 10 mil barriles vertidos en el mar el último 15 de enero. La cantidad de barriles fue actualizada el viernes, trece días después del incidente, y aún no está del todo clara. El Organismo de Evaluación y Fiscalización Ambiental (OEFA) ha informado que fueron 11 900 barriles, mientras una publicación periodística, que se basa en fuentes del Organismo Supervisor de la Inversión en Energía y Minería (Osinergmin), asegura que ascendería a 16 mil.
Ajena a estos cálculos, Cinthya Ramos continúa esperando un nuevo cliente en su cevichería y exige que Repsol limpie el mar que la vio crecer. “Este derrame no solo ha afectado mi economía, sino también mi salud mental. Vivo en Ancón desde que era niña. Siempre iba a la playa Pocitos. A esa playa íbamos todos los de mi barrio. Ayer pasé por ahí. Estaba toda sucia. Se siente una gran tristeza”, dice.