Actualizado el 7 de abril de 2020.
En junio del año pasado a la doctora María Alessandra Nazario le tocó resolver quién tendría una posibilidad entre dos pacientes que bordeaban los sesenta años, en un establecimiento privado de salud. Para ese momento Maye, como la conocen sus amigos y en las redes sociales donde suele combatir la desinformación acerca del coronavirus con hilos de 280 caracteres, había trabajado en el Hospital Sergio Bernales de Collique al inicio de la pandemia, y había sentido por primera vez la frustración de no tener con qué atender a las personas. Cómo estabilizarlas. Qué ofrecerles. Y entonces acabar en los pasillos llorando, aunque la criticaran por ser tan sensible.
“¿A quién hay que salvar?”, le preguntó el médico intensivista aquel martes de junio. “No me haga esto. No puedo decirle, porque mi instinto es priorizar quién está más grave. Es su responsabilidad”, le respondió Maye, una médica ocupacional a la que la crisis sanitaria la había puesto de repente a entubar pacientes porque el personal especializado no se daba abasto. Uno de los pacientes tenía sobrepeso y había llegado dos días antes a la clínica ahogándose a causa del coronavirus mientras que el otro, de contextura delgada, se mantenía tranquilo, atado a una cánula de cuatro litros de oxígeno. Pero como era un poco mayor el asunto podría complicarse.
—¿Crees que el flaquito va vivir si lo traigo a UCI?
—Sí.
—¿Y el gordito?
—Posiblemente no. Está azul. Probablemente haga un infarto.
Maye cuenta que el intensivista finalmente se dirigió a su piso, examinó a los pacientes y le dijo: voy a hacerte caso: voy a trasladar al señor con sobrepeso. Eso fue un martes. A Maye le tocaba volver a hacer guardia el jueves. Cuando regresó al paciente delgado le había dado una crisis hipertensiva y estaba saturando 80 de oxígeno. Maye no sabía qué hacer. “No te culpo ni me culpo. Si tengo que irme, pero pude salvar a alguien me voy bien”, le dijo el señor para tranquilizarla.
A las dos de la tarde murió.
Al día siguiente, cuando tuvo que entregar la guardia, la llamaron de UCI para contarle que el otro paciente había fallecido. “En lugar de salvar una vida, perdiste las dos”, le dijo el intensivista. A Maye no solo le costó conciliar el sueño en los próximos días, sino que le costó entender que no había sido responsabilidad suya. “No creo haber sanado esa herida… porque tengo miedo de volver a pasar por eso. Pero me he aferrado a la idea de que mientras esté de turno… debo dar todo de mí para que los pacientes no sufran”, dice Maye por teléfono, disminuyendo el ritmo de sus palabras.
Maye ha perdido a cinco amigos del SERUMS, esa pasantía que hacen los estudiantes de medicina en espacios precarios como requisito para completar su formación académica. Ha visto a muchos colegas llorar a sus padres. Ha perdido a técnicas y a enfermeras. Y por poco pierde a un enfermero, padre de una de sus mejores amigas, con el que solía socorrer a los demás. Dice que le afecta mucho lo que un paciente pueda pensar de ella. Y cuando cree haberle fallado a alguno se martiriza. Hoy, en plena segunda ola, con la angustia de vuelta y su teléfono sonando muchas veces al día, con gente desesperada preguntándole qué hacer, dice mantenerse fiel a sus principios de no reservarle una cama UCI a nadie. La cama es de quien la merece, dice, aunque no puedan merecerla todos a la vez.
El 24 de diciembre del año pasado, mientras miles de familias sacaban optimismo de donde sea para pasar la mejor Nochebuena posible, el doctor Edén Galán Rodas llegó por carretera hasta Chiclayo, luego de un viaje de 23 horas debido al paro agrario, para enterrar a Erland Rodas Díaz, su tío materno, también médico, a quien quiso como a un padre. Le dio sepultura a sus restos en la tierra que los vio nacer: Santa Rosa, una caleta de pescadores al norte del país.
Erland, de 61 años, es uno de los pocos casos comprobados de reinfección en el Perú. Desde el 2007 laboraba en el Hospital Buen Samaritano de Bagua Grande, en Amazonas. Fue allí, atendiendo a sus pacientes, que se contagió a mediados de junio. Dice Edén que por su edad, como muchos de sus colegas, pudo pedir licencia, irse a su casa, descansar un poco y hacer teleconsulta. Pero Erland, por cierto Congresista de la República en dos oportunidades y alcalde de Santa Rosa también en dos ocasiones, optó por continuar a pesar de su condición de riesgo. Su estadío fue entre leve y moderado. Y en cuanto pudo se reincorporó. A finales de octubre una prueba molecular indicó lo que parecía improbable: se había reinfectado.
Según el doctor Edén, especializado en salud digital, la premisa para considerar que se trata de una reinfección es dar positivo en una prueba molecular durante un periodo que exceda a los 90 días, como claramente le sucedió a su tío. A Erland lo trasladaron a Lima en un vuelo del Colegio Médico —institución donde Edén ocupa el cargo de Secretario del Interior desde enero de 2020—, pero lamentablemente con un 60% de compromiso pulmonar. Lo internaron en el Hospital Rebagliati, donde luchó por su vida en una cama UCI durante 49 días. ¡49 días!
“Me siento cansado, de alguna forma frustrado. Prácticamente perdí a mi padre. Mi familia está totalmente deprimida. Es doloroso. La gente sigue sin cuidarse en las calles y es que no lo entienden hasta que les pasa”, dice Edén. Al personal médico le es difícil aceptar que ellos también sienten. Que pueden sufrir los embates de la depresión y necesitar, cómo no, ayuda profesional. Por tal motivo, el año pasado en alianza con la Asociación Psiquiátrica Peruana, el Colegio Médico implementó un programa de apoyo emocional a través de una plataforma de teleconsulta en su portal web. Ya se han atendido alrededor de 250 médicos. “Hay quienes sobreviven al Covid-19 y quedan con cierta sintomatología. Hay que tomar en cuenta que la depresión es otro componente que queda como una secuela”, advierte.
Desde la quincena de marzo, cuando se inició la pandemia, han fallecido 416 médicos en el Perú a causa del coronavirus. En enero ya van veinte. ¡20! Casi uno por día. El 95% eran hombres y el 67% tenían más de 60 años. Y no, no estaban en sus casas, de licencia, sino en primera línea. Estas cifras nos han convertido en el tercer país de América Latina con más médicos caídos durante esta emergencia sanitaria.
Las pérdidas, evidentemente, han alcanzado a todo el personal sanitario. Según el Sindicato Nacional de Enfermeras del Seguro Social de Salud (SINESSS) más de 120 enfermeros perdieron la vida a raíz de la covid-19 en el Perú. En el caso de los obstetras, según el Colegio de Obstetras del Perú, más de 2 mil 600 se contagiaron, de las cuales 23 fallecieron. Ya en septiembre de 2020, Amnistía Internacional había trazado este panorama adverso, ubicando al Perú entre los países con el personal sanitario más disminuido de la región, con 183 muertes.
En los últimos cinco meses, como hemos visto, las bajas se han multiplicado. Vidas que se apagaron mientras velaban por otras. Recursos humanos que no volverán. Cada médico se va con su experiencia y su sabiduría, dejando un vacío que debe ser cubierto por los demás profesionales de su establecimiento de salud. En varios casos, los doctores que quedan a cargo, como cuenta Edén Galán Rodas, están haciendo turnos dobles de 24 horas. Si ya había presión y hasta cuadros depresivos, sumémosle la fatiga.
Durante el 2020, el Estado contrató personal bajo la modalidad denominada CAS COVID. Se trataba de una medida de auxilio para compensar un capital humano que se había resentido. Sin embargo, entre noviembre y diciembre no se le renovó contrato a más de 2 mil profesionales de la salud. Una decisión contradictoria por decir lo menos. “Esa es una de las causas del rebrote. Eran equipos que ya estaban entrenados. La continuidad era clave”, sostiene Edén Galán Rodas. Un detalle: los deudos de aquellos que fallecieron en funciones bajo la modalidad CAS COVID no han sido incluidos para recibir bonos. El Estado no los ha considerado.
Actualmente los médicos están impedidos de percibir más de un salario por el mismo Estado. Es decir, un médico que labora en Essalud no puede atender turnos en un hospital del Minsa. Debido a que en el interior del país las brechas de especialistas son más grandes, el Colegio Médico del Perú planteó en abril del 2020 la modificación de esa normativa a través del proyecto de ley Servicios Complementarios de Salud. Una propuesta correcta si tomamos en cuenta que, según la Sociedad Peruana de Medicina Intensiva, el Perú necesitaría por lo menos dos mil médicos intensivistas más para contener la pandemia. Si pasarán muchos años para cubrir ese déficit, ¿por qué no darles la chance de equiparar la situación en la medida de sus posibilidades? “Sería un respiro para el Estado de Emergencia en el que nos encontramos. Pero no solo no han atendido nuestra propuesta sino que aquellos médicos que han laborado en distintos centros de salud han sido denunciados por el delito de doble percepción”, explica Galán Rodas.
El doctor, por cierto, preside la Comisión de Traslados del Colegio Médico. Es quien se encarga de gestionar los vuelos del personal que requiere atención y no tiene cómo hacerlo en las zonas alejadas del país. “A veces pienso que el hecho de seguir ayudando a otros colegas es como si estuviera ayudando a mi tío”. Edén aún no procesa el hecho de ver la foto de su tío en los carteles que rodean el perímetro del Colegio Médico, en Miraflores. La manera más significativa que han encontrado los doctores de honrar a los colegas que partieron.
A sus 26 años, Michele Panduro se encuentra a cargo de la coordinación del Comando Covid del Hospital de Tingo María, en Huánuco. Cuando se decretó el Estado de Emergencia, no se planteó trabajar en Lima porque temía exponer a sus padres. Por eso, cuando en septiembre su hermana, quien se encontraba realizando su SERUMS en Tingo María, le dijo que faltaban médicos por allá, no dudó en presentarse.
La doctora Panduro es responsable de revisar la disponibilidad de camas, hacer cumplir los protocolos, resguardar la capacidad del oxígeno y hasta de coordinar, con el área de publicidad, los mensajes para concientizar a la población. Le ha tocado lidiar con las carencias, y superarlas con ingenio. Además del ambiente de hospitalización temporal construido por el Programa Nacional de Inversión en Salud (Pronis), ha previsto implementar 19 camas en los consultorios y ocho camas más en otros espacios del establecimiento. Desde la primera semana de enero el hospital alcanzó el tope de sus 18 camas UCI. El colapso les está pisando los talones.
Son ocho los médicos que están a cargo del área COVID. Dos de ellos se integraron hace poco. Sus especialidades: neurocirujanos, cirujanos pediatras, oftalmólogos, gastroenterólogos, médicos internistas. Ella, de hecho, es médico general. Aunque la formación académica de todos ellos no sea la más idónea para esta labor, la suplen con compromiso y corazón.
A Michele le ha tocado comunicar los decesos a las familias demasiadas veces. Alguna vez vio cómo un niño de doce años se acercó a su madre para decirle que todo iba a estar bien mientras se la llevaban a UCI. “Quizá he bloqueado muchas cosas para no sentirme mal. Han venido pacientes que con un ventilador mecánico se hubieran podido recuperar, pero como no era posible darnos abasto acepté que esos pacientes se deteriorarían y probablemente fallecerían. He tratado de manejarlo así, haciéndome la idea. Es mi mecanismo de defensa: adelantarme a las situaciones para no cargarme emocionalmente”.
Renzo Guerrero, por su parte, es un médico cirujano que ha recorrido todo Lima, desde los cerros de Independencia hasta Punta Hermosa, para estabilizar pacientes mayores de 60 años en sus casas. Personas con comorbilidades y afectaciones que les impiden asistir a un establecimiento de salud en busca de atención. Renzo trabaja en el área de urgencias de Padomi, en Essalud y, aunque no está en un área UCI, le ha tocado estar expuesto desde el primer día. Tan es así que se contagió de Covid apenas en abril. Fue asintomático, por fortuna.
“Como médico lo más difícil es haber visto pacientes que ya conocía, que los trataba unas cuantas veces y luego debía acudir a hacer su certificado de defunción. Eso ha sido muy duro”, comenta. Desde enero el flujo de los pacientes con problemas respiratorios ha aumentado. De diez pacientes, seis tienen inconvenientes de oxigenación. Por eso le causa tanta indignación comprobar en las calles que no todos han tomado conciencia a estas alturas del partido.
Pero por otro lado se siente fortalecido, porque, como profesional de la salud, está haciendo todo lo que está a su alcance para contener la epidemia. “Mi mayor aliciente es que cuando todo esto pase, sabré que colaboré para salir de esto desde donde me tocó estar. Cuando era estudiante mis profesores me contaban cómo hicieron para superar el cólera. Imagínate, ahora me toca estar en la misma situación, pero ante una enfermedad más fuerte”, sostiene.
Cada médico que se marcha es un médico menos para enfrentar la crisis. Hasta el cierre de este reportaje, 47 médicos peruanos luchan por su vida en una cama UCI y decenas están en lista de espera. Hace poco, además, la Federación Nacional de Estudiantes de Medicina hizo público que por trabajar en los hospitales del Minsa los internos han recibido entre S/. 2 y S/. 10 soles por sus últimos cuatro meses de labor. A pesar de que en octubre pasado se promulgó un Decreto de Urgencia N° 090-2020 donde el Estado se comprometió a reconocer sus beneficios laborales. Un año después nuestro personal de salud se enfrenta a la segunda ola mal pagado, desprotegido y agotado emocionalmente. Pero aferrado más que nunca a su vocación.