Máximo Ticllacuri camina una hora desde su casa en las alturas del distrito de Acoria, en la región andina de Huancavelica, hasta la pequeña parcela donde cultiva papa blanca y yungay. A sus 66 años, sabe que el clima ya no es el mismo. “Las heladas son más intensas y frecuentes en los últimos años, y esa situación afecta la producción”, dice. Hace sólo una semana, una helada cayó sobre sus cultivos y destruyó tres de las 35 filas sembradas. Las hojas quedaron amarillas y secas. Para salvar lo que queda, ha optado por fumigar, su única alternativa.
En tiempos normales, Ticllacuri cosecha alrededor de 25 sacos de papa, cada uno de 120 kilos. Los vende a intermediarios a precios fluctuantes: entre S/ 0.50 y S/ 0.80 por kilo. Pero el clima se ha vuelto impredecible. “A veces cae la helada y perdemos todo”, lamenta. Para diversificar sus ingresos, compra alpacas y vende su lana y carne casa por casa.
A más de 3,800 metros de altitud, en la comunidad de Chuñuranra, ubicada también en Huancavelica, Yolanda Centeno enfrenta otra amenaza que pone a prueba su sustento: la sequía prolongada. Con 32 años, Yolanda ha dedicado su vida a la ganadería, cuidando con esmero a 25 vacas que representan la principal fuente de ingresos para su familia. Cada mañana, las lleva por los caminos de su comunidad, donde algunas partes del pasto siguen verdes, pero otras se han secado y vuelto amarillas por la falta de lluvia. “Sin suficiente pasto, las vacas pierden peso. Es doloroso verlas tan flacas”, cuenta.
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Su plan siempre fue engordarlas y venderlas al camal municipal al alcanzar entre 3 y 4 años, lo que le permitiría mantener a su familia. Sin embargo, el verano de 2022 marcó un antes y un después: la sequía prolongada dejó sin pasto a sus animales, forzándola a tener que rematarlos ante la necesidad.
Las historias de Máximo y Yolanda reflejan un problema que afecta a más de dos millones de pequeños productores en el país, quienes, a pesar de vivir en condiciones de pobreza, son los responsables de producir el 70% de los alimentos que llegan a las mesas de los peruanos.
Según el estudio Entre la escasez y la abundancia: la lucha por la seguridad alimentaria en los Andes peruanos, elaborado por Adelaida Farfán y Alejandro Diez con el respaldo de Oxfam, el cambio climático ha golpeado con fuerza a la agricultura familiar en Junín, Huancavelica y Cusco. En la última década, las temperaturas han sido cada vez más extremas, con olas de calor que frenan el crecimiento de los cultivos y heladas intensas que destruyen sembríos enteros. Las lluvias también han cambiado drásticamente: ahora caen con más fuerza, pero en períodos muy cortos, provocando inundaciones y deslizamientos de tierra.
Esta crisis climática ha afectado la producción de cultivos esenciales como la papa, el maíz y las habas, de los que dependen miles de familias campesinas no sólo para su sustento, sino también para su alimentación. Sin estabilidad en su producción ni precios justos por sus cosechas, los pequeños agricultores quedan atrapados en un ciclo de pobreza que amenaza su futuro y el abastecimiento de alimentos en el país. “Se siente con mucha preocupación porque no sabemos qué pasará con el clima y si nuestro trabajo se desperdiciará”, dice Máximo Ticllacuri.
El agua ya no alcanza para todos
Entre 2023 y 2024, la combinación de los fenómenos de El Niño y La Niña trajo lluvias torrenciales en algunas regiones y sequías severas en otras. En Cusco, comunidades como Incacona y Quiñota vieron sus cultivos de quinua y cebada arrasados por las inundaciones. Mientras tanto, en Paucará, Huancavelica, la escasez de agua ha obligado a las familias a racionar cada gota y depender de fuentes cada vez más reducidas.
Ante esta crisis, algunas comunidades han buscado soluciones para adaptarse. En la Comunidad Campesina de Ñuñunhuayo, en Junín, los agricultores han implementado técnicas ancestrales de siembra y cosecha de agua, construyendo cochas y reservorios comunales para almacenar el agua de lluvia y usarla en épocas secas. En Jatunpampa, Huancavelica, han restaurado sistemas preincaicos de estanques y canales para asegurar el flujo de agua durante todo el año. En Incacona, Cusco, han apostado por el riego tecnificado, instalando sistemas de aspersión y goteo que optimizan el uso del recurso y reducen desperdicios.
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Además de mejorar la gestión del agua, los investigadores recomiendan fortalecer los sistemas de información y alerta temprana para que los agricultores puedan anticiparse a los cambios climáticos y planificar mejor sus cultivos. "Es clave desarrollar información adaptada a cada comunidad y promover el diálogo entre la ciencia y los saberes tradicionales. Técnicos y agricultores deben trabajar juntos para fortalecer estos sistemas", explica Adelaida Farfán.
La escasez de agua no solo pone en riesgo la producción agrícola, sino que también aviva conflictos entre comunidades. En Incacona, una agricultora cuenta que ya no hay suficiente agua para todos, lo que ha provocado disputas con vecinos de otras zonas que ingresan a terrenos ajenos en busca de riego. En Huancavelica, un campesino relata que algunas personas se apropian de tierras sin acceso al agua, dejándolas improductivas.
El agua es cada vez más escasa, y con ella, aumentan las tensiones en el campo. Sin medidas urgentes, la situación solo empeorará.
La papa, entre los cultivos más afectados
El impacto del clima extremo y cambiante en la producción agrícola ha sido severo. En Junín, Huancavelica y Cusco, los cultivos más afectados han sido la papa, el maíz y la haba. En la campaña agrícola 2023-2024, la superficie sembrada de papa disminuyó en Cusco en más de 1000 hectáreas en comparación con el periodo anterior, mientras que el maíz amiláceo se redujo en 132 hectáreas. “Hemos sembrado la papa, pero la lluvia ha sido demasiado fuerte, y ahora se está pudriendo en el campo”, explica un agricultor de Pallpa Pallpa, Chumbivilcas.
El aumento del costo de producción también ha afectado la rentabilidad de la agricultura familiar. El precio de los fertilizantes y plaguicidas aumentó en un 57.2% entre 2020 y 2021 debido a la dependencia de insumos importados. “Cada año gastamos más en químicos para salvar los cultivos, pero ya no podemos recuperar la inversión”, lamenta un productor de San José de Apata, en Junín.
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Otro aspecto crítico documentado en el estudio es cómo el cambio climático está alterando la disponibilidad de agua y el acceso a tierras de cultivo en distintas regiones del país. En Junín, en los últimos años, se han registrado cinco episodios de granizadas y heladas de gran intensidad. Estas condiciones extremas han destruido cultivos y reducido la producción agrícola, afectando directamente la alimentación de las familias.
En Cusco, las lluvias prolongadas han desordenado los ciclos de siembra y cosecha, haciendo cada vez más difícil predecir el calendario agrícola. Para los agricultores, esto significa más incertidumbre y menor producción de alimentos.
Uno de los efectos más preocupantes de esta crisis es el impacto en la alimentación. En Huancavelica, el 60% de las familias ha tenido que reducir el consumo de alimentos ricos en proteínas. La baja producción agrícola ha encarecido productos esenciales como la carne y los lácteos, dificultando el acceso a una alimentación balanceada.
“No hay papa. Solo cosechamos papita enana y ni siquiera alcanza para comer”, cuenta un campesino de Paccho Molinos, en Paucará. Con menos alimentos disponibles y precios más altos, muchas familias están comiendo menos y con menor calidad, lo que pone en riesgo su salud y nutrición.
Estrategias de adaptación
Los cambios en las temperaturas y los patrones de lluvia han obligado a las comunidades campesinas a modificar sus prácticas agrícolas para sobrevivir en un entorno cada vez más adverso. Frente a climas extremos, los agricultores han implementado estrategias que van desde la diversificación de cultivos hasta la migración temporal en busca de oportunidades económicas.
En la Comunidad Campesina de Masma Chicche, en Junín, el retorno a cultivos nativos como la mashua y el tarwi ha resultado una solución efectiva. Estas variedades, resistentes a la sequía y al frío, han demostrado mayor capacidad de adaptación a las nuevas condiciones climáticas. De manera similar, en la Comunidad Campesina de Ñahuimpuquio, en Huancavelica, se han establecido bancos de semillas comunitarios para conservar y garantizar el acceso a especies adaptadas a los cambios estacionales.
La mejora del suelo también ha sido una prioridad. En la Comunidad Campesina de Quiñota, en Cusco, el uso de abonos orgánicos ha permitido regenerar la tierra y reducir su degradación, disminuyendo la dependencia de fertilizantes químicos, cuyos costos han aumentado significativamente en los últimos años.
Sin embargo, el impacto del cambio climático no solo afecta la producción agrícola, sino también la dinámica laboral de las comunidades. En San José de Apata, Junín, muchos jóvenes han optado por migrar temporalmente a ciudades cercanas en busca de ingresos. Aunque esta migración supone una pérdida de mano de obra en el campo, algunos de estos jóvenes regresan con nuevos conocimientos y técnicas que aplican en sus comunidades para mejorar la productividad agrícola.
Para enfrentar la incertidumbre económica, muchas familias han diversificado sus fuentes de ingreso. En la Comunidad Campesina de Santa Rosa de Chucuna, en Huancavelica, han apostado por la producción artesanal y la venta de productos derivados de la ganadería. En Hat’a PallpaPallpa, Cusco, los agricultores han encontrado en el comercio de alimentos procesados una manera de generar ingresos adicionales y reducir su vulnerabilidad ante la crisis climática.
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Pero implementar estas estrategias no es tarea fácil. En Huaripampa, Huancavelica, los agricultores enfrentan un acceso limitado a financiamiento, lo que dificulta inversiones en infraestructura de riego o la compra de semillas mejoradas. En la Comunidad Campesina de Masma, Junín, la falta de apoyo institucional y la escasa presencia del Estado han obstaculizado la expansión de estas iniciativas.
A pesar de estas barreras, algunas comunidades han encontrado en la cooperación una herramienta clave para fortalecer sus estrategias. En Collana, Cusco, el fortalecimiento del cooperativismo y la articulación con mercados locales han permitido mejorar la sostenibilidad de sus prácticas agrícolas y garantizar su resiliencia ante el cambio climático.
El desafío ahora es lograr que estas soluciones no sean sólo esfuerzos aislados, sino parte de un compromiso colectivo del Estado y la sociedad. Para ello, es fundamental que las estrategias desarrolladas por las comunidades campesinas se integren en políticas públicas que garanticen su continuidad y escalabilidad. Sin acceso a financiamiento, asistencia técnica y mercados justos, la capacidad de adaptación de la agricultura familiar seguirá siendo limitada.
La pregunta sigue en el aire: ¿responderá el Estado a tiempo para evitar que la agricultura familiar colapse ante el cambio climático?