"Una vez se intoxicó mi esposo con el pesticida metomil cuando fumigaba unas chacras de tomates. Tuvo que ser internado en el hospital. Ese tipo de pesticidas peligrosos deben ser prohibidos, pero ni el Senasa ni nadie fiscaliza. Solo nos echan la culpa a nosotros", cuenta Diodora Parhuana, quien junto a su familia trabaja en el cultivo de hortalizas en el Valle de Chillón, al norte de Lima.
Las personas más expuestas a los pesticidas son los agricultores porque los absorben por la piel y los ojos si trabajan en condiciones precarias: sin equipos de protección adecuados, sin capacitación sobre la manipulación de las sustancias y sin seguridad social. En Perú, al menos cuatro personas acuden cada día a los servicios de salud por intoxicaciones agudas relacionadas con agroquímicos, de acuerdo al Centro Nacional de Epidemiología y Control de Enfermedades del Ministerio de Salud.
Esta es una realidad que se repite en varios países de la región, donde los trabajadores del campo son el eslabón más débil en el negocio de los pesticidas: 12,3 millones de agricultores se intoxican cada año debido a las riesgosas condiciones en las que cumplen la tarea de fumigar plagas que amenazan sus cosechas. La mayoría no está informado sobre los riesgos de los agroquímicos, aplica dosis excesivas por recomendación de los vendedores de las sustancias, no cuenta con equipos de protección y usa químicos altamente peligrosos para la salud humana y el medio ambiente, según datos del Atlas de los Pesticidas publicado en 2023 para América Latina.
Durante nuestra investigación conversamos con varios trabajadores agrícolas de Perú, Ecuador y Argentina, tres países andinos que tienen en común un modelo de agricultura dependiente de pesticidas sintéticos. “Una vez casi me muero porque fumigamos toda la semana", dice un agricultor del Valle de Chillón, en Lima. “El paraquat es el que más nos marea. Cuando lo usamos, nos hormiguea la cara”, cuenta otro agricultor de uno de los cantones convertidos en la capital del palmito, en Pichincha, Ecuador. “Cuando me tocó fumigar tomate y estaba en lo alto, me cayó el pesticida en la cara. Me ardió mucho y tuve que lavarme enseguida”, dice un trabajador de una huerta en Conesa, Buenos Aires.
A través de sus testimonios registrados en videos, comprendimos una relación injusta: a menor grado de instrucción y capacitación, mayores son los riesgos que aceptan correr en este oficio. Los fumigadores suelen ser personas en pobreza que aceptan todo por necesidad. Se estima que unas 11.000 personas mueren cada año y 385 millones de personas se enferman anualmente de intoxicación aguda por pesticidas en todo el mundo. Más de un millón cada día.
En América Latina, hay todavía pocos estudios epidemiológicos sobre las consecuencias para la salud de los agricultores por el uso prolongado de pesticidas peligrosos. Esa falta de evidencia impide a muchos demandar a los fabricantes de pesticidas por los efectos nocivos de la acumulación crónica de pesticidas, como lo han hecho trabajadores agrícolas de Estados Unidos y Canadá con Syngenta por los daños de su pesticida paraquat. Otro gigante de los pesticidas, Bayer, tuvo que llegar a acuerdos de pago de alrededor de 10.000 millones de dólares con decenas de miles de demandantes en 2020 por los efectos del glifosato en Estados Unidos. Sin embargo, este producto sigue permitido en varias partes del mundo y los agricultores desconocen las demandas que acumulan los fabricantes de agroquímicos.
Perú
En el Valle del Río Chillón, el principal productor de verduras que consume Lima, 7 de cada 10 agricultores alquilan los campos donde cultivan los alimentos. Esta es una de las razones por las que intentan explotar al máximo la tierra, aunque implique el uso de pesticidas en exceso y que no respeten el tiempo de carencia, es decir, las semanas o meses de cosecha luego de la última aplicación de pesticidas. Varios agricultores aseguran que pocas veces han sido capacitados por el Servicio Nacional de Sanidad Agraria (Senasa). “Son los vendedores de pesticidas quienes asesoran en la compra y uso de los químicos”, dice la agricultora Diodora Parhuana.
Ecuador
Al cantón Pedro Vicente Maldonado, una zona agrícola de la provincia de Pichincha, se le conoce como la capital del palmito en Ecuador, una hortaliza muy apetecible en mercados de Europa y Estados Unidos. Sin embargo, su cultivo está a cargo de personas que trabajan en condiciones de alto riesgo. La mayoría consigue emplearse a cambio de menos de un sueldo mínimo al mes y no tiene seguridad social. En esta zona suele utilizarse en forma intensa el pesticida paraquat para eliminar las hormigas que suelen atacar al palmito y mancozeb cuando le aparecen gusanos.
Argentina
Una de las zonas de siembra de soja resistente a herbicidas está en la comuna General Lagos, en la provincia de Santa Fe, Argentina. Aquí, cada vez que fumigan los campos de cultivo, los pequeños agricultores suelen sentir picazón en la piel y ardor en los ojos, pero no acuden al médico porque su oficio no cubre atención de salud.
En los pueblos de producción agroindustrial de Santa Fe, la incidencia de cáncer en población expuesta a agroquímicos es mayor en comparación con la población general. En el caso de los jóvenes, la mortalidad por cáncer es 2,5 veces mayor que en el resto del país, advierte un estudio de investigadores del Instituto de Salud Socioambiental de la Universidad Nacional de Rosario.
Créditos
Fotos de portada: Max Cabello (Perú), Jhonatan Yamunaqué (Perú), Celina Mutti Lovera (Argentina), Isabel Alarcón (Ecuador) y Emilia Trujillo (Ecuador).
Videos: Rocío Romero (Perú), Celina Mutti Lovera (Argentina), Emilia Trujillo (Ecuador) y Amanda Granda (Ecuador).
Edición de videos: Johana Valer (Perú).
Esta investigación fue posible gracias a una beca del Consorcio para Apoyar el Periodismo Regional en América Latina (CAPIR) liderado por el Institute for War and Peace Reporting (IWPR).
Tuvo la colaboración de Dialogue Earth durante la reportería y el apoyo de Mongabay para su difusión.