Como médico y científico que ha pasado casi 40 años estudiando los virus y la inmunidad, puedo hablar sobre los avances científicos que hicieron posible el rápido desarrollo de la vacuna contra el COVID-19. Supervisé el trabajo en el Centro de Investigación de las Vacunas de los Institutos Nacionales de Salud que sentó las bases para diseñar y evaluar las vacunas y anticuerpos iniciales contra el COVID-19.
Si la pandemia nos dejó algo positivo, podemos decir que fue la manera en que se aplicó la ciencia para producir contramedidas médicas con rapidez.
Pero a pesar de los éxitos científicos, tengo dudas sobre nuestra capacidad para afrontar la próxima amenaza pandémica con la misma rapidez con la que afrontamos al COVID-19, aunque se trate de un virus más conocido como la gripe. Por ejemplo, ya teníamos una vacuna contra la viruela del mono y un medicamento antiviral antes del reciente brote, pero para cuando estas llegaron a las personas, ya había miles infectadas.
Hemos entrado en una nueva era de la ciencia de las vacunas, pero ¿podemos aplicar nuestras extraordinarias capacidades técnicas para mejorar la salud pública?
Mi tiempo como investigador ha abarcado tanto la larga historia de la investigación sobre vacunas como la carrera para desarrollar una vacuna contra el COVID-19. A algunas personas les preocupaba que el proceso de desarrollo de la vacuna contra esta enfermedad fuera demasiado rápido, pero la historia puede contarse como una carrera de un año o como una historia de 40 años de avances científicos.
Después de todo, el proceso científico es progresivo y los nuevos avances se construyen con base en muchos descubrimientos previos. En última instancia, el proceso se propone lograr una mejor aproximación a la verdad. Haciendo referencia a la biología, pienso que es como mirar a través de un cristal oscuro e ir quitando capa tras capa, para revelar poco a poco la realidad subyacente. En ese sentido, la ciencia es un ejercicio de fe porque busca pruebas de cosas que no se ven. Los científicos imaginamos lo que podría ser cierto y luego inventamos métodos para demostrar que estábamos en lo correcto.
En los últimos 15 años, han surgido tecnologías que nos han ayudado a atravesar varias más de estas capas de comprensión en biología, vacunas e inmunidad. La precisión con la que podemos ver las estructuras de las proteínas —los componentes que les permiten a las células y los virus funcionar— y medir las respuestas inmunitarias es asombrosa.
El tiempo transcurrido desde que se conocieron las secuencias del genoma del SRAS-CoV-2 hasta que se autorizaron las primeras vacunas y se inyectaron en seres humanos fue de unos 11 meses. Por lo general, el desarrollo de una vacuna se mide en décadas.
Cuarenta años de investigación sobre cómo fabricar una vacuna contra el VIH ayudaron a hacer factible el rápido desarrollo de la vacuna contra el COVID-19. Estas y otras herramientas condujeron a avances que influyeron directamente en el desarrollo de la vacuna para esta enfermedad en 2020.
Aun así, me preocupa que nuestro orden social y nuestros sistemas de gobierno nacional y mundial no sigan el ritmo. Disponer de una tecnología de vacunas de última generación sin sistemas adecuados de aplicación y distribución a toda la población es un desperdicio.
Podemos estar mucho más preparados para predecir o evitar futuras pandemias, pero debemos actuar con mayor determinación. Esto incluye crear mejores sistemas de coordinación de la respuesta local y mundial ante una pandemia e invertir a largo plazo en investigación básica para generar la información necesaria para desarrollar vacunas, antivirales y diagnósticos. Debería existir un programa de vigilancia mundial mucho más exhaustivo en las zonas de gran biodiversidad para identificar antes las amenazas emergentes.
Y los dirigentes de los países de ingresos altos deben comprender que se benefician al facilitar y desarrollar la capacidad de investigación y fabricación de vacunas en los países de ingresos bajos y medios. La llegada de la tecnología del ARN mensajero da a los científicos nacionales la oportunidad de encontrar soluciones para las enfermedades regionales antes de que se conviertan en amenazas mundiales. Esto también proporcionaría una capacidad de reacción muy necesaria durante las emergencias de salud pública de alcance internacional.
La comunidad mundial necesita generar la capacidad de inmunizar a todo el mundo en seis meses durante una pandemia. No haberlo hecho así en la pandemia de COVID-19 es una de las razones por las que hemos sufrido olas sucesivas de nuevas variantes. Esto requerirá el esfuerzo cooperativo de gobiernos, filántropos, instituciones académicas, organizaciones no lucrativas y empresas privadas.
Me jubilé del gobierno federal en 2021 tras más de dos décadas de servicio. Aunque mi carrera se ha centrado en la biología de los virus y la inmunidad, la pandemia puso de manifiesto problemas incapacitantes relacionados con el acceso a las vacunas y la confianza en ellas. Por ello, decidí incorporarme al cuerpo docente de la Facultad de Medicina Morehouse de Atlanta para ser asesor principal en materia de equidad sanitaria mundial. Elegí la Facultad de Medicina Morehouse, una de las facultades de medicina históricamente negras de Estados Unidos, porque la equidad sanitaria es parte integral de su misión. Está bien posicionada para influir en el acceso a las vacunas a través de la promoción, la reforma política y la creación de una nueva generación de expertos en salud mundial. También es un lugar ideal para trabajar en el fomento de la confianza en la ciencia mediante la participación de investigadores más diversos en los descubrimientos y el logro de una comprensión pública más profunda de la biología.
Acabamos de vivir la pandemia más mortífera en un siglo. Sería prudente reflexionar sobre lo sucedido, aprender de ello y decidir cómo debe funcionar el mundo y qué tarea desempeñamos en él.
Se perdieron millones de vidas y billones de dólares. Aumentaron las desigualdades en salud y riqueza. La biología se politizó. Nos quedan los lastres del COVID prolongado y una crisis de salud mental. Me sentí inspirado por el esfuerzo y los sacrificios realizados por los profesionales de la salud y los trabajadores esenciales para mantenernos en pie y me siento esperanzado porque en medio de la desesperación y la incertidumbre vi muchos actos de solidaridad y generosidad.
En 1896, William Osler, fundador del Hospital Johns Hopkins, escribió: “La humanidad solo tiene tres grandes enemigos: la fiebre, el hambre y la guerra; de ellos, el más grande, y por mucho el más terrible, es la fiebre”. Ahora disponemos de tecnologías que nos brindan la oportunidad de prepararnos mejor, gestionar y quizá evitar futuras amenazas de pandemia.
En el mundo actual, las enfermedades infecciosas pueden propagarse por todo el planeta en cuestión de horas. Un problema en cualquier parte, se convierte en un problema en todas partes, y todos nos beneficiamos de reconocer y resolver los problemas regionales antes de que se conviertan en globales. Para evitar la tragedia de futuras pandemias tendremos que trabajar todos juntos, utilizando todo el talento y los recursos a nuestra disposición.
c.2023 The New York Times Company