En septiembre, los científicos de la Universidad de Hong Kong publicaron el censo más completo de hormigas jamás realizado. La cifra es tan grande que hasta parece inventada. El estudio calculó que hay al menos 20.000 billones (es decir, 20.000.000.000.000.000) de hormigas en el planeta, lo que asciende a aproximadamente 2.5 millones de hormigas por cada ser humano. Y debido a que el estudio está basado en un cálculo conservador de las hormigas que viven en los árboles y no incluyó a las hormigas que están debajo de la tierra, es casi seguro que el censo se haya quedado corto. “No me sorprendería que, de hecho, resultara ser un orden de magnitud más alto”, le dijo la autora del estudio, Sabine Nooten, a The New York Times.
Estos números me dejaron pasmada. Al igual que quizá todos los niños, tuve un periodo de una intensa obsesión infantil con las hormigas y pasé tardes de verano interminables en el jardín trasero observando el misterio y la grandeza de la vida de las hormigas: su increíble cantidad, la manera tan refinada en la que se organizaban, lo formidablemente ocupadas que se veían todas.
Algo que siempre me ha fascinado de las hormigas es que sus semejanzas con los seres humanos —viven en sociedad, todas tienen trabajo y deben realizar extenuantes traslados al trabajo todos los días— se contrarrestan con particularidades absolutamente incomprensibles. Gran parte de la vida de las hormigas no tiene sentido para nosotros; por ejemplo, su sumiso altruismo, la prioridad de lo colectivo sobre lo individual; la inexistencia de liderazgo o coordinación, dado que el instinto y los algoritmos rigen sus vidas, de lo cual surge la inteligencia colectiva; su sistema de navegación y comunicación mediante mensajes químicos, que crea señalizaciones viales con feromonas y evita que se queden atoradas en embotellamientos.
Pero el censo de miles de billones de hormigas me hizo pensar en las hormigas como nunca lo había hecho: como una especie social no solo muy diferente a la nuestra, sino indudablemente superior en muchos sentidos.
No dejo de pensar que las hormigas son un ejemplo que la humanidad debe imitar. A lo largo de decenas de millones de años de evolución, las hormigas han descubierto la manera de llegar a ser increíblemente numerosas sin acabar con el mundo que las rodea. De hecho, todo lo contrario: como desempeñan tantas funciones importantes para su hábitat, son “las pequeñas cosas que manejan el mundo”, como alguna vez escribió en referencia a las hormigas y otros invertebrados el gran sociobiólogo y fanático de las hormigas, E. O. Wilson.
Como seres humanos, es natural que tendamos a pensar que, de alguna manera, nuestra especie es excepcional. Pero de acuerdo con muchas mediciones objetivas, las hormigas son mucho más relevantes que nosotros para la vida en el planeta. Wilson destacó que si desaparecieran los seres humanos, pocas cosas empeorarían en el mundo, pero que si las hormigas y otros invertebrados lo hicieran, casi todo se vería afectado. Las hormigas airean el suelo, transportan semillas y ayudan a la descomposición; sus montículos sirven como densos oasis de nutrientes que son la base de una extensa variedad de vida. Tal vez deberíamos tener una mejor opinión de ellas por su gran importancia para la vida en el planeta, sin mencionar sus numerosísimas poblaciones. Se encuentran entre las formas de vida más sofisticadas y exitosas que hayan reptado a la tierra.
Por supuesto, los seres humanos somos más listos y más grandes que las hormigas y, en los últimos 300.000 años aproximadamente del reinado de nuestra especie, hemos conquistado el planeta y nos hemos adueñado de sus recursos hasta un punto que quizá no tenga paralelo en la historia de la vida. Pero en comparación con la historia de las hormigas y otros insectos sociales (abejas, termitas y algunas avispas), nuestra historia es solo un suspiro.
Las hormigas han existido durante 140 millones de años. Son un elemento predominante de casi todos los ecosistemas terrestres del mundo (en muchos casos, ingenieras fundamentales del ecosistema). Además, son las verdaderas inventoras de varias de las actividades que consideramos humanas por excelencia.
Las hormigas llevan al menos 60 millones de años dedicándose a la agricultura. Por ejemplo, las hormigas arrieras buscan hojas que utilizan para cultivar un hongo que han domesticado para su uso exclusivo. Otras hormigas tienen rebaños de pulgones que alimentan con la savia de las plantas y después “ordeñan” para obtener sus secreciones ricas en azúcar. Asimismo, las hormigas son unas grandes arquitectas, además de estupendas guerreras que también pueden mantener la paz a través de la fuerza e incluso hacer concesiones y participar en una especie de democracia.
Las hormigas no siempre son buenas vecinas, pero hasta cuando destruyen el medioambiente, tienen mucho que enseñarnos acerca de la cooperación. Durante el siglo pasado, la hormiga argentina, una especie invasora que viajó con el ser humano para propagarse de Sudamérica a gran parte del resto del mundo, ha imperado en el mundo gracias a una estructura de organización sorprendente y, tal vez, innovadora en términos de evolución: la supercolonia.
Forman enormes colonias de hormigas en las cuales los individuos se mezclan libremente entre diversos nidos distribuidos a lo largo de distancias asombrosas. Las hormigas actúan de esta forma porque, en su proceso de adaptación a sus nuevos territorios, disminuyó de manera drástica su agresividad, lo que permitió la aparición de grupos mucho más grandes. Una supercolonia de hormigas argentinas abarca casi 6500 kilómetros desde Italia hasta España. Un estudio sostiene que es “la unidad de cooperación más grande jamás registrada”.
Este tipo de flexibilidad social es una parte esencial del éxito de las hormigas. Es difícil imaginar que en unos cuantos millones de años el ser humano siga siendo una de las formas de vida predominantes del planeta. ¿Pero las hormigas? Seguramente seguirán con sus excentricidades.
En un artículo publicado este año, los ecologistas Catherine Parr y Tom Bishop insinuaron que tal vez ni siquiera el cambio climático, la gran mancha de nuestra especie sobre el planeta, sea una gran calamidad para las hormigas, cuya estructura social les permitirá “sortear el cambio climático con mucho mayor éxito que los organismos aislados”.
En realidad, esto no es ninguna sorpresa. Las hormigas ya estaban aquí desde antes que nosotros y es probable que nos sobrevivan mucho tiempo más. Ellas manejan el lugar. Nosotros solo estamos de visita.
c.2022 The New York Times Company