Hace un año, cuando el coronavirus comenzó a esparcirse por el país y el gobierno anunció la primera cuarentena, era difícil imaginar los efectos psicológicos que ese acontecimiento tendría en nuestras vidas. En aquel contexto, como una forma de prevenir los contagios, el Hospital Hermilio Valdizán cerró casi todos sus servicios esenciales, como las consultas externas, las terapias grupales, las terapias de familia, los talleres y el departamento de salud mental de niños y adolescentes. También se redujo el aforo para internamientos y dieron de alta a todos los pacientes del pabellón de adicciones. Lo único que quedó abierto fue la Unidad de Emergencias. Con los meses, esa sala que antes de la pandemia recibía a cinco o seis personas al día —la mayoría con problemas severos de esquizofrenia—, ahora atiende en promedio a veinte pacientes con toda clase de síntomas, desde mujeres en duelo que han perdido a varios familiares hasta jóvenes con graves problemas de alcohol tras el confinamiento. “Entre la primera y la segunda ola se reabrieron algunos servicios presenciales, y quizá ahí disminuyó un poco la afluencia de personas en emergencias, pero ahora los casos se han vuelto a incrementar”, sostiene el psiquiatra Joel Huayamares.
No sólo tuvieron que adaptarse al aumento de pacientes, sino que también debieron acondicionar un área específica para personas que llegaban con problemas psiquiátricos y que a la vez tenían covid-19. En un auditorio donde antes se reunían decenas de especialistas para las conferencias académicas, hoy reposan ocho camas para pacientes que portan el virus. Aunque la mayoría de ellos solo presenta la enfermedad leve, esta sala ha permitido controlar la expansión de contagios dentro del hospital. “Ha funcionado muy bien porque así los pacientes no se mezclan, ni tampoco se les discrimina cuando llegan con tos pero inestables emocionalmente. Igual se les tiene que atender”, dice Huayamares, quien trabaja ciento cincuenta horas al mes y, a lo largo de todo este tiempo, también ha sentido el golpe anímico. Principalmente, cuando se enfermó de covid-19 y tuvo que pasar un mes encerrado en su habitación para evitar contagiar a sus padres.
Desde el inicio del estado de emergencia, el hospital suspendió la mayoría de sus servicios y redujo sus internamientos. ¿Cómo ha afectado esta situación a quienes necesitan algún tipo de ayuda psiquiátrica?
Ha afectado muchísimo. Hay que recordar que, en una pandemia como la que vivimos, el paciente psiquiátrico es una persona muy vulnerable. Solemos hablar de los adultos mayores, de las personas con comorbilidades, pero olvidamos que los pacientes psiquiátricos suelen tener un sistema inmunológico frágil debido a sus síntomas de estrés, ansiedad o depresión. Además el aislamiento, el miedo al contagio y la misma enfermedad son fuertes detonantes para una crisis. En ese sentido, con el cierre de muchos servicios en el hospital, la sala de emergencias se ha visto sobrepasada. Ahora tenemos que atender a un promedio de veinte pacientes por día. No nos damos abasto. No estamos cubriendo toda la demanda de la población.
¿Y cómo han manejado los internamientos?
También se tuvieron que reducir. En general el aforo de los pabellones se ha limitado a un 40 % de su capacidad. Pero lo peor no fue eso, sino que en un principio, cuando no sabíamos muy bien a lo que nos enfrentábamos, algunos pretendieron que los hospitales psiquiátricos se convirtiesen en hospitales generales. Lo que sucedió al final fue que del hospital Hipólito Unanue pasaron a un grupo de pacientes no covid a nuestro hospital. Entonces era como decir: olvídense de los padecimientos en salud mental, ahora sólo importa la salud física. Y claro, tenía sentido en ese momento porque no sabíamos cuál sería el impacto psicológico de la pandemia. Pero ahora vemos que ha sido tremendo. En definitiva, nunca hubo un plan. Hemos tenido que aprender en el camino.
¿Cómo se manifiesta ese impacto en los pacientes que van a emergencias? ¿Han identificado síntomas que antes no veían?
Sí, por ejemplo los pacientes que llegan con psicosis reactiva. Esto nos ha llamado mucho la atención porque son personas que nunca antes habían tenido problemas de salud mental, ningún tipo de antecedente psiquiátrico, pero que de pronto, por la pandemia, se detonó en ellos una angustia profunda y colapsaron. Normalmente la psicosis se relaciona con pacientes esquizofrénicos, pero también hay psicosis por consumo de drogas o estrés postraumático. Por lo general se origina cuando la persona ha pasado por una experiencia muy fuerte (la muerte de un familiar, haberse contagiado de covid o cualquier suceso impactante), y la conmoción lo lleva a desarrollar un cuadro severo de ansiedad, pero con síntomas psicóticos. Por ejemplo, delirios, alucinaciones auditivas, la constante sensación de amenaza. Lo característico de ellos es que son sujetos funcionales, trabajan y llevan una vida como la de cualquiera, pero ante la impresión del acontecimiento traumático su cerebro se ve sobrepasado y, como un mecanismo de defensa, reacciona de un modo particular: desrealizando la realidad, abstrayéndose del contexto, y finalmente creando síntomas de delirios o alucinaciones que, con el debido tratamiento, van desapareciendo con los días o semanas. Esto es importante resaltar: la psicosis reactiva es pasajera, pero igual necesita un abordaje farmacológico y psicoterapéutico. Antes era muy raro ver a este tipo de pacientes, pero ahora los vemos casi todos los días en emergencias.
¿Qué otros malestares presentan quienes acuden al hospital?
Hay muchas personas en duelo que llegan con el deseo de hablar con alguien y de sentirse acompañadas. Uno de los efectos más devastadores de la crisis sanitaria es ver que hay gente que perdió a su familia entera y que ahora se siente inmensamente sola, con una gran sensación de vacío y la intensa necesidad de hablarlo y de acompañarse por los demás. Por otro lado, también vienen pacientes con síntomas psicosomáticos que aseguran tener covid-19. La excesiva información que recibimos a diario hace que mucha gente presente episodios de miedo extremo y piense que realmente están enfermos. Tienen tos, les duele el cuerpo, les falta la respiración, pero luego de hacerles los exámenes resultan negativos. Todo termina siendo mental, con un componente ansioso por las circunstancias que vivimos.
Otro tipo de pacientes son los que tienen problemas de adicción. Es algo muy particular de esta época. Ante la constante ansiedad, muchos recurren a sustancias para aplacar sus malestares. No es que consuman por consumir, sino que el consumo es secundario a algo que padecen. Por ejemplo, fumo marihuana para bajar la ansiedad o tomo alcohol para evitar estar triste. Y cuando aumenta la ansiedad y la tristeza, también aumenta el uso de estas sustancias. Entonces, en los últimos meses hemos estado atendiendo a personas con cierto grado de intoxicación, síndrome de abstinencia o cuadros psicóticos derivados por el consumo.
¿Y también hay pacientes con problemas de adicción a fármacos?
Sí, por supuesto. La adicción a las benzodiacepinas (clonazepam, alprazolam, diazepam, etc.) es una de las más normalizadas de la sociedad. Hoy es muy común que las personas las tomen para dormir en las noches, por ejemplo. Consiguen comprarlas en farmacias que no piden receta y luego, con el tiempo, sus organismos necesitan dosis más altas para alcanzar el efecto deseado. Y así, sin darse cuenta, se vuelven dependientes a los psicofármacos de una forma en que después resulta muy difícil de revertir. Ahora con las cuarentenas se ha incrementado el consumo de estas pastillas. Como los pacientes ya no pueden ir al hospital, o dejan de asistir a sus consultas psiquiátricas, logran conseguirlas de alguna forma y, para calmar su ansiedad o tristeza, se las administran sin ninguna supervisión médica.
En psiquiatría hemos restringido mucho la prescripción de estos fármacos. Cuando viene un paciente con un cuadro severo, no lo medicamos de inmediato. Primero lo entrevistamos durante cuarenta minutos y con frecuencia sucede que la intervención se limita a esa parte psicoterapeuta. Muchos pacientes solo necesitan que los escuchen, que los calmen y luego que les den herramientas para saber cómo enfrentar sus momentos de crisis. Sabemos que actualmente hay un exceso de medicación en la salud mental, por eso sólo recetamos cuando es estrictamente necesario.
A menudo se piensa que a un hospital psiquiátrico solo llegan pacientes muy graves, con trastornos mentales severos. Pero en esta pandemia vemos que las personas en duelo necesitan un apoyo especial y, como has contado, muchos de ellos terminan en emergencias buscando ese soporte. De todos los casos que has visto en los últimos meses, ¿hay alguno que te haya impresionado más?
Recuerdo a una joven que llegó desesperada. En la entrevista, nos comentó que en una semana había perdido a toda su familia por la pandemia. Un lunes falleció el tío, el jueves partió su mamá, y el domingo lo hizo la abuela. Casi me quiebro. Nosotros somos especialistas, pero hay casos que nos impresionan tanto que resulta difícil no estremecerse, sobre todo en este contexto. Al escucharla, me imaginé cómo hubiese reaccionado yo si me pasara algo similar. ¿Cómo podría soportarlo? Pienso que soy un profesional de la salud mental, soy psiquiatra, conozco la complejidad de los estados emocionales, pero si me pasara algo así, si me sintiera así de desesperado, también correría a un hospital psiquiátrico.
Aunque le costaba reconocer sus emociones, la joven decía que se sentía sola y quería acompañar a sus familiares, quería marcharse con ellos y no quedarse acá, en donde pensaba que ya no tenía nada. Recién había pasado tres días desde el último fallecimiento. Es normal que cuando uno atraviesa por un duelo tan traumático, puedan aparecer pensamientos suicidas. A veces cuando sucede una catástrofe nuestra mente nos empuja hacia la parte tanática de la vida. En casos así, por prevención, se recomienda un breve internamiento para que el paciente pueda recuperarse y salir fortalecido.
Desde hace algún tiempo se menciona que la tasa de suicidios ha aumentado en el último año. En tu trabajo diario en la sala de emergencias, ¿has visto que esto se refleje en quienes llegan pidiendo ayuda?
Sí, sin duda. Todos los días en nuestro hospital hay pacientes con intento o ideación suicida. Como te decía antes, un paciente psiquiátrico es una persona vulnerable que está luchando con sus síntomas y al mismo tiempo con su propia realidad. En este contexto apareció un factor estresante como la pandemia, en el que todos tenemos miedo de enfermarnos y morir, y esa vulnerabilidad se ha agudizado de forma dramática en ciertas personas. Creo que el impacto emocional ha sido mayor en la segunda ola. Me da la impresión que hay un golpe de desesperanza, una profunda sensación de que esto no tiene cuándo acabar. Y el suicidio, que es algo transversal a muchas patologías (depresión, abuso de sustancias, trastornos de personalidad, esquizofrenia, trastorno bipolar, etc.), evidentemente está presente con más riesgo que antes.
Muchas veces pensamos en el suicidio como una forma de buscar la muerte, pero en realidad en la mayoría de casos la persona elige acabar con su vida para evitar un terrible sufrimiento, una tristeza profunda, o una enorme desesperación. No es que desee poner un punto final a su existencia, sino que las circunstancias en que vive lo empujan a considerar una opción radical para liberarse del dolor. Nuestra función no es juzgar si eso está bien o está mal, sino tratar de enseñarle que hay otros caminos para disminuir sus malestares y que pueda vivir mejor. Felizmente, con nuestro soporte, la gran mayoría elige continuar. Eso es lo mágico de la intervención temprana: podemos revertir una situación extrema cuando la detectamos en un momento precoz.
Precisamente uno de los efectos colaterales del covid-19 fue que muchos tratamientos se interrumpieron o pasaron a ser terapias virtuales. ¿Cómo ha afectado este cambio en la recuperación de los pacientes? ¿Ha habido casos de recaídas o gente que ha dejado la terapia?
Lo vemos constantemente en la sala de emergencias. Muchos que llegan en crisis son personas que no lograron acostumbrarse a las terapias virtuales o telefónicas y terminaron abandonándolas. Hay otros que nunca se enteraron de que tenían una cita reservada por llamada. Y están los que en el camino dejaron de tomar sus medicamentos como correspondía. A muchos les tocaba recoger sus pastillas en el mismo hospital, pero por miedo al virus decidieron no exponerse. Todos ellos, en algún momento de la pandemia, han vuelto al hospital con cuadros deteriorados.
¿Y en general qué tipo de pacientes son los que más atienden? ¿Jóvenes, niños, adultos mayores?
Principalmente jóvenes y mujeres. Pero algo que nos ha sorprendido es el aumento de niños y adolescentes con cuadros severos. Antes era muy raro verlos en emergencias. Más allá de la explicación evidente de que la pandemia ha incrementado sus niveles de estrés, hay otro factor que ha complicado el cuidado de esta población. Desde el inicio de la crisis sanitaria, nuestro departamento infanto-juvenil dejó de funcionar y empezó a trabajar de manera remota. Esto llevó a que una gran cantidad de pacientes no tuviera una atención adecuada y un seguimiento minucioso. Las consecuencias las vemos ahora en el hospital, a donde se acercan niños y adolescentes sintiéndose mal, manifestando ansiedad o con alteraciones de conducta. El problema es que en la sala de emergencias no contamos con especialistas en esta clase de pacientes, los cuales necesitan un abordaje psiquiátrico distinto al de un adulto.
En Valdizán hay un área para pacientes psiquiátricos con covid. En términos generales, ¿cómo crees que se está atendiendo la salud mental de estos enfermos en los hospitales?
En medio del ajetreo sanitario, su estado de ánimo ha quedado totalmente relegado. En los hospitales generales los someten a numerosos exámenes, tomografías, análisis de sangre, chequeos de saturación, pero rara vez les preguntan cómo están, cómo se sienten, qué se puede hacer por ellos. Una sola pregunta hace un cambio gigantesco. Parece algo pequeño e insignificante, pero realmente mostrar preocupación por la salud mental de un paciente covid puede prevenir un malestar emocional severo. ¿Cómo así? Por ejemplo, mientras un neumólogo o un médico internista está examinando a su paciente podría preguntarle cómo está, qué emociones está sintiendo. Y si la persona responde que no muy bien, que se siente estresado o extremadamente atemorizado, entonces de inmediato puede ordenar una interconsulta a psiquiatría y, de esa forma, intervenir al paciente en una etapa temprana, antes de que se detone cualquier crisis. En varias partes del mundo se ha visto casos de individuos que, mientras se estaban recuperando del covid-19, decidieron suicidarse. No parece algo muy lógico, pero hay que entender que los enfermos cargan un peso emocional muy fuerte, un peso que muchas veces no exteriorizan, y eso puede desencadenar en cualquier tipo de reacción. Hoy en los hospitales generales si el doctor no ve llorar a su paciente, o si él mismo no pide ayuda, nadie piensa en traer a un psicólogo para examinarlo. Pero lo cierto es que muchas personas deprimidas no manifiestan sus malestares de forma abierta, y menos aún ante un médico o una enfermera que apenas conocen. Por eso yo pienso que, por protocolo, cualquier persona que ha sufrido de covid o ha tenido una pérdida cercana, debería pasar por un testeo de salud mental y un descarte de prevención de suicidio. Lamentablemente, todavía seguimos separando mucho la salud física de la salud mental.
Si necesitas ayuda psiquiátrica o sabes de alguna persona que la necesita, puedes comunicarte a los siguientes números del hospital Hermilio Valdizán:
Central telefónica: (01) 494 2516 / (01) 494 2429
Servicio de psicología y diagnóstico: 985 942 170
Departamento de adicciones: 957 527 845
Departamento de rehabilitación en salud mental: 966 729 057 / 922 602 809
Centro de rehabilitación de Ñaña: (01) 359 2257
Terapia familiar y terapia de pareja: 935 671 217 (horario mañana) / 990 045 234 (horario tarde)