Aunque ahora trabajo metida en una rara indumentaria y un casco me dificulta interactuar con mis pacientes, a veces puedo conocer un poco de sus historias. Me acuerdo, por ejemplo, de un muchacho que tenía terror de ensuciarse los pies con el polvo del suelo, evitaba bañarse porque afirmaba que la ducha tenía bacterias, y si por casualidad le tocabas el hombro, se sacudía de inmediato con angustia y recelo. No pasaba de los treinta años, tenía esquizofrenia y su principal psicosis era la contaminación.
Durante el tiempo que estuvo en el área covid, el chico solía permanecer en la cama, absolutamente quieto, o por el contrario, se le veía sacudiendo las sábanas y toallas para comprobar que estuvieran limpias. En los pocos días que lo atendí, quizá lo que más recuerdo es su forma de comer el arroz. Lo hacía grano por grano para estar seguro de no tragarse ningún alfiler. Estaba convencido de que en la comida uno podía encontrar pequeñas agujas y él debía tener cuidado, debía elegir con precaución los arroces que se metía a la boca. La ansiedad lo dominaba. Recuerdo que hablaba muy rápido y de manera desordenada, trataba de explicarse pero sus pensamientos eran más veloces que su lengua.
Cuando el doctor le informó que tenía covid, el joven reaccionó confundido, como si pensara: ¿cómo voy a tener covid si me cuido, me lavo todo el tiempo las manos, no me quito nunca la mascarilla? No tosía, no tenía fiebre, era asintomático. Le parecía muy rara la idea de haberse contagiado. Desde que apareció el virus, su miedo a la contaminación se agudizó y eso lo llevó a protegerse mucho más que antes. Fue así que su familia detectó algunas conductas extrañas y decidió llevarlo al hospital.
Como el resto de pacientes, estuvo diez días con nosotros y luego fue trasladado a un pabellón. Desde entonces no lo he vuelto a ver. A veces me acuerdo de él y me quedo pensando en los pacientes que atiendo cada día desde mi traje especial de pandemia. Si tener una condición psiquiátrica es algo ya muy difícil de sobrellevar, me cuesta imaginar lo que pasa por la cabeza de alguien que además tiene covid. ¿Con cuánta intensidad experimentan el temor, la angustia, el sufrimiento? ¿Se sentirán realmente protegidos por nosotros? Desde mi casco, mi mascarilla con filtro y mi mameluco, yo intento averiguarlo mientras recorro sus camas y asisto silenciosamente al terreno de sus aflicciones.
Testimonio: Medalith Quispe / Edición: Juan Francisco Ugarte y Stefanie Pareja