¿Alguna vez has visto una noticia sobre el suicidio de una persona y has querido mirar el video de cómo lo hizo? ¿O has presenciado una pelea callejera y, en lugar de querer detenerla, sacaste el celular para registrar el altercado? ¿O quizá una vez te enviaron un video íntimo sobre alguien famoso y no dudaste ni un segundo en abrir el archivo y ver el contenido? Aunque no siempre es fácil de admitir, estas actitudes son mucho más comunes de lo que la mayoría de personas estaría dispuesta a aceptar. De hecho, la atracción por lo desagradable, lo sórdido y lo prohibido parece ser una característica inherente del ser humano. Recordemos tan solo las sangrientas batallas de los gladiadores romanos o las ejecuciones públicas tan concurridas durante la Edad Media. Hoy llamamos morbo a esta especie de fascinación oculta por las escenas malsanas, violentas o indebidas, y al problemático hábito de compartirlas a través de medios de comunicación y redes sociales. Pero, ¿qué hay detrás de esta tendencia por querer contemplar acontecimientos repulsivos o moralmente reprochables?
Para empezar, podríamos decir que existen distintos niveles de morbo, desde la atracción benigna por consumir documentales de asesinos en serie o películas de género gore hasta la repudiable práctica de difundir imágenes de una persona fallecida o de una pareja en su intimidad. También hay otras formas más sutiles de morbo, como cuando compartimos memes o stickers de Whatsapp de una persona (e incluso de un perro o un gato) cometiendo un acto para acabar con su vida y abajo una frase que dice “voy a realizar la suicidación”. Cuando se disfraza de humor, el morbo es aún más peligroso: no sólo porque se normaliza a tal grado que casi nadie lo detecta, sino sobre todo porque lo que debería generar rechazo, termina generando risa.
Los expertos no se ponen de acuerdo sobre las razones que nos impulsan al morbo, pero algunos sugieren que en ciertos casos podría explicarse por la constante necesidad de interactuar con lo que socialmente se juzga como prohibido o incorrecto. Según Grace Truong, profesora de la Universidad de Columbia Británica, cuando sabemos que algo ha sido vetado, nuestra primera reacción es prestarle más atención que antes. “Nuestro cerebro atribuye a los objetos prohibidos el mismo nivel de atención que a las posesiones personales”, asegura Truong, quien en 2013 lideró un estudio sobre las causas biológicas detrás de esta tendencia del ser humano. Al momento de enfrentarnos a un contenido con cierto potencial sensible, se provoca un pico de adrenalina, endorfina y dopamina en nuestro cerebro que nos pone en alerta y esto origina que sea aún más difícil apartar la mirada del polémico material.
Esta curiosidad se retroalimenta con la forma en cómo nos brindan la información. Por ejemplo, muchos colegas periodistas recurren con frecuencia a imágenes explícitas, textos llamativos o música estrepitosa para alentar y satisfacer el morbo de su público, quien a su vez consume sin demasiados reparos estos contenidos que terminan reforzando el círculo vicioso entre los medios de comunicación y la sociedad. Así, la violencia se convierte en un espectáculo funesto que impresiona cada vez menos y que nos vuelve más insensibles hacia lo sórdido o lo malsano. Y ése es sin duda una de las consecuencias más peligrosas del morbo: mientras más lo consumimos, menos nos perturba y eso origina más insensibilidad en nosotros. Entonces dejamos de verlo como algo nocivo y lo incluimos en nuestro reportorio de material cotidiano, aquel que contemplamos sin que nos estremezca demasiado y que ya no nos empuja a reflexionar sobre su naturaleza moral.
Recuerdo con especial perplejidad una experiencia que una vez me contó un estudiante. Estaba caminando a su casa en una ciudad de la selva cuando de pronto vio a un grupo de personas reunidas alrededor de un cuerpo. Era un hombre que acababa de morir de forma violenta: a un costado se podía ver un cuchillo. Antes que la policía y la fiscalía llegaran al lugar, apareció una periodista con un fotógrafo de un medio local. Ambos se arrodillaron frente al cadáver, él sacó su cámara para tomar una foto, pero entonces ella lo detuvo. “No hay mucha sangre”, dijo desilusionada, y luego se tapó una mano con la manga de la chompa, cogió el cuchillo y sin titubear se lo clavó en el cuerpo para que saliera más sangre. “Ahora sí”, dijo, “ahí tenemos nuestra portada”.
Cuando escuché el relato se me escarapeló el cuerpo. No sólo es un acto repudiable producto de una búsqueda de sensacionalismo (esa suerte de eufemismo periodístico para llamar al morbo), sino que lo peor es lo que esta acción representa: una insensibilidad atroz que con tal de vender más puede llegar al extremo de cometer un delito. De una forma u otra, todos los días vemos cómo los medios aprovechan el dolor y la desgracia ajena para atraer la atención del público. El objetivo ya no es la información veraz ni responsable, sino directamente la venta del sufrimiento. En 2012, el tabloide The New York Post publicó una portada de un hombre a punto de ser arrollado en el metro. El titular decía en letras grandes “Condenado” y un texto más pequeño explicaba: “Tras haber sido arrojado a las vías del tren, este hombre está a punto de morir”. En vez de socorrer a la persona, el fotógrafo decidió sacar una imagen y luego ofrecerla como primera plana. Ese día, a pesar de la ola de críticas en redes sociales, el diario agotó su tiraje en menos de dos horas.
Pero la presencia del morbo en la prensa sorprende menos que en otros espacios que deberían ser más seguros y conscientes de lo que difunden. Por ejemplo, he visto cursos y seminarios sobre violencia de género en donde utilizan la foto de una mujer golpeada para publicitar el evento. Es decir, para “graficar” un tema doloroso usan una imagen que no sólo refuerza la violencia que se pretende erradicar, sino que además exhibe un contenido sensible con el único objetivo de atraer las miradas. El morbo ha calado tanto en la sociedad que hemos perdido nuestra capacidad de distinguir sus ramificaciones en lo que consumimos e incluso en nuestras propias acciones. En medio de un bombardeo diario de imágenes violentas, sexualizadas y grotescas, es necesario volver a cuestionarnos sobre la forma en que compartimos una información delicada (y que, sobre todo, involucra el sufrimiento o la privacidad de otras personas), el modo en que nos comunicamos con los demás y cómo la insensibilidad en la que estamos envueltos nos hace menos empáticos, compasivos y tolerantes. Finalmente, una noticia debería nutrirse de la evidencia y no del morbo. Por eso la próxima vez que te encuentres con un video que dice “este contenido contiene imágenes sensibles”, piensa dos veces antes de abrirlo.