Existe la idea de que el cuidado de la salud mental solo corresponde a psicólogos y psiquiatras. Que somos nosotros los únicos encargados de sostener a una persona en crisis o de intervenir ante un riesgo suicida. Pero la preservación de la salud mental no puede reducirse solo a una sesión terapéutica o a una prescripción de medicamentos. Todos los días nos enfrentamos a situaciones que ponen a prueba nuestro soporte emocional. Por eso, es importante tener las herramientas necesarias no solo para aprender a regular nuestras emociones, sino también para saber cómo ayudar a otros ante una crisis.
Actualmente, hay un término que hace referencia a personas que, sin ser especialistas de salud mental, suelen tener un primer contacto con quienes atraviesan algún problema emocional. Los gatekeepers son aquellos que tienen la tarea de contener el impulso de un joven que quiere acabar con su vida, de socorrer la desesperación de una muchacha en medio de un episodio de ansiedad, o de sostener el desánimo de un hombre que cruza por un cuadro depresivo. En la cadena de la salud mental, su labor es clave para que las personas vulnerables puedan recibir la ayuda que necesitan. Su función consiste en saber identificar los factores de riesgo, realizar una intervención de crisis y derivar al paciente a un especialista para que pueda ofrecerle un tratamiento adecuado. En un escenario ideal, reciben un entrenamiento que les permite desarrollar las habilidades para saber cómo abordar este tipo de situaciones.
Pero, ¿quiénes califican como gatekeepers? Aunque el término suele usarse más en prevención del suicidio (y por tanto, muchos lo vinculan con oficios como el de bombero, policía o rescatista), lo cierto es que todos podemos ser gatekeepers en algún momento de nuestras vidas. En un sentido amplio, un gatekeeper es alguien que atiende y acompaña un momento emocional crítico de otra persona. Y esto puede suceder en cualquier lugar y contexto. Sin embargo, hay entornos en donde estos casos aparecen con más frecuencia. En nuestro país, por ejemplo, muchos acostumbran llamar a los bomberos ante cualquier emergencia, incluidos los intentos de suicidio. En el texto que comparto aquí pueden leer el testimonio de un bombero con más de diez años de experiencia en Lima.
Por otro lado, el personal de emergencia de un centro de salud también debe saber cómo actuar frente a una persona que llega con autolesiones. En completo estado de vulnerabilidad, lo que ella menos necesita es que la juzguen con la mirada o que le hagan preguntas en tono reprobatorio. Todo lo contrario: el personal médico debe resguardar primero su integridad física, atender las lesiones procurando no alterar más su estado emocional, y finalmente, con suma delicadeza y empatía, derivarlo a la unidad de psiquiatría de inmediato. Y esto es quizá lo más importante de todo: asegurarse de que el paciente realmente acuda a dicha área para recibir ayuda en ese momento.
Algo similar puede suceder en el recinto de una iglesia. Una persona atribulada por sus constantes crisis de ansiedad se acerca a un confesionario y le cuenta sus malestares al cura que lo recibe. El clérigo debe escucharlo con respeto y comprensión sin emitir juicios de valor ni pronunciar frases invalidantes. A pesar de su posición, él en ese instante cumple un rol más terapéutico que eclesiástico: es alguien que contiene la aflicción de un miembro de su comunidad y lo acompaña a través de la palabra. Su intervención es crucial porque si la otra persona no se siente comprendida y validada, su estado puede exacerbarse y llegar a perder el interés en recibir cualquier tipo de apoyo. Al final del intercambio, el cura debería plantearle la opción de acudir a un profesional de la salud mental y, de ser posible, facilitarle el contacto de un terapeuta.
Sin embargo, el problema radica en que muchos potenciales gatekeepers no saben que lo son. Una maestra de escuela, por ejemplo, debería tener las herramientas adecuadas para reaccionar y atender a un adolescente que manifiesta signos de autolesiones o de riesgo suicida. Protegerlo de las posibles burlas de sus compañeros y derivarlo a un espacio seguro de psicoterapia. Cuando un gatekeeper no cumple su función, se quiebra el primer eslabón de ayuda y eso puede tener consecuencias muy graves. Por eso, es importante difundir no solo este concepto, sino la relevancia de su intervención en la salud mental de una sociedad. Aunque los rescatistas son los que tienen mayor consciencia de su rol (debido a que lo realizan muy a menudo), oficios como el de doctor de medicina general, vigilante, conductor de bus, profesor, personal de Serenazgo son algunos de los potenciales gatekeepers que deberían conocer la importancia de su papel frente a un caso de crisis emocional.
A lo largo de mi carrera he tenido la oportunidad de capacitar a docentes, médicos, bomberos y personal de seguridad en algunos talleres específicos sobre prevención del suicidio. Es un trabajo gratificante y colaborativo en el que todas las personas implicadas aprenden pasos estructurados sobre cómo ayudar a otros en situaciones de extrema vulnerabilidad. Por ejemplo, en el caso de prevención del suicidio, el entrenamiento para gatekeepers consta de cinco pasos concretos: 1) Psicoeducar sobre salud mental y suicidio, 2) Aprender a identificar señales de alerta, 3) Saber cómo hacer intervención en crisis emocionales y riesgo suicida, 4) Derivar a la persona a un tratamiento profesional y hacer seguimiento de dicho proceso, 5) Realizar un autoanálisis y autocuidado del gatekeeper que ayudó.
Muchas veces, cuando un paciente llega a terapia, lo hace porque se siente muy mal e identifica que necesita apoyo profesional. El problema de esto es que muchas veces el proceso de terapia empieza en medio de una crisis muy severa, lo cual dificulta la recuperación y el estado de la persona. Por eso la prevención primaria (antes de caer en una crisis) es tan importante como la terapia. Y parte de esta prevención es que los gatekeepers puedan advertir signos de alarma en etapas tempranas: un adolescente que dice que ya no quiere vivir, una muchacha que intenta lesionarse a sí misma, un hombre que busca aislarse permanentemente, o una joven que sufre crisis de ansiedad con mucha frecuencia. El gatekeeper debe ser ese ojo atento y ese oído empático que no solo contiene el dolor de otra persona en su momento más difícil, sino que también ha aprendido a reconocer las señales que anuncian el colapso. Una comunidad con gatekeepers que cumplen bien su papel es un espacio más seguro para quienes, en el instante más crítico, necesitan una mano firme que los sostenga.