Aviso
Al igual que con la columna anterior, con mucho respeto y prudencia quisiera resaltar que en este texto me dedicaré a visibilizar el duelo tan complejo que provoca un suicidio en quienes sufren esa pérdida. No abordaré el tema de la ideación suicida en sí misma ni me centraré en las personas que han fallecido por ese motivo. Por eso, si crees que esta columna podría ser un detonante para ti, por favor, evita leerla o hazlo en compañía de alguien más. Si tienes pensamientos sobre acabar con tu vida, no dudes en pedir ayuda y buscar guía profesional.
Hace unos años, una de las participantes del grupo de duelo que dirijo me contó que, días después del fallecimiento de su padre, se acercó a una iglesia para pedir una misa en su nombre. Una religiosa la atendió y le preguntó por la causa de muerte. Ella respondió: suicidio. De inmediato, la mujer cerró la pequeña ventana por donde la había atendido, sin decir ninguna palabra. En otra ocasión, una familia me invitó a una misa por el año de fallecimiento de su hijo, un muchacho que se quitó la vida a los 17 años. Durante su sermón, el sacerdote dijo que “muchos jóvenes estaban mal encaminados por culpa de los papás”. Recuerdo observar a los padres, sentados frente al altar, soportando las amargas palabras de quien se supone debería brindarles algún tipo de consuelo.
El duelo por suicidio es el más invisibilizado y el que tiene menos apoyo social. Como mencioné en la columna anterior, es muy impactante para una persona enfrentar el hecho de que alguien a quien se ama terminó con su vida. Es aún más complejo ponerlo en palabras y poder conversarlo con otros, sobre todo cuando se vive en una sociedad que todavía considera al suicidio un pecado. Preguntas como “¿pero no te diste cuenta de lo que estaba pasando?” o “¿no viste alguna señal?” hacen que muchos sobrevivientes se sientan señalados y profundicen la culpa que ya están experimentando.
Ese estigma y falta de empatía provocan que los sobrevivientes a una pérdida por suicidio sientan niveles muy intensos de vergüenza. Por eso muchas familias deciden ocultar la causa de muerte de su ser querido o contar otra versión de los hechos. A veces esto sucede de manera espontánea, como un acto reflejo para defendernos del juicio ajeno. La periodista estadounidense Peggy Wehmeyer cuenta en una columna para The New York Times que, pocos meses después del suicidio de su esposo, se sorprendió a ella misma mientiendo sobre lo que había pasado. Cuando una mujer le preguntó si su esposo había muerto de cáncer, ella dijo que sí, de cáncer al páncreas. Wehmeyer recuerda que en ese momento se llenó de vergüenza, pero no soportaba la idea de enfrentar más cuestionamientos por lo que hizo su pareja. Si se hubiese tratado de un cáncer, nadie la habría hecho sentir como si tuviese parte de culpa.
Es normal que en un duelo por suicidio se experimenten cólera y amargura extremas. No solo hacia la persona que ya no está sino también hacia uno mismo, pensando en por qué no hicimos más o cómo no nos dimos cuenta. Aunque un suicidio es un acto personal, se puede llegar a sentir como si fuera un fracaso colectivo. “¿Cómo es que pude persuadir al hombre que amo a que se ponga bloqueador solar y use casco al montar bicicleta, pero no pude evitar que se quitara la vida? ¿No era parte de mi trabajo como su esposa mantenerlo feliz y a salvo?”, se pregunta Wehmeyer. Según cuenta la periodista, le tomó mucho tiempo comprender que no contaba con el poder suficiente para curar la depresión de su esposo, así como tampoco hubiese podido curarlo de un cáncer al páncreas.
Junto a la vergüenza y al juicio social, los sobrevivientes deben lidiar con la enorme necesidad de entender por qué la persona decidió suicidarse o también con el impulso de responsabilizar a alguien más por lo sucedido. He tenido la oportunidad de acompañar a muchas personas atravesando este tipo de duelo como parte de mi trabajo y de mi propio proceso de sanación, y siempre he visto la urgencia de encontrar una lógica al suicidio. Los familiares revisan las pertenencias de quien ya no está, escudriñan sus correos y chats, hablan con los amigos o, incluso con los terapeutas, para tratar de entender lo que pasó.
Pero cada vez que me preguntan eso en el consultorio, respondo lo mismo: solo quien acabó con su propia vida lo sabe. Más allá del respeto a la privacidad de la persona que partió, es un hecho que en algún momento debemos aceptar: no podemos saber con certeza los motivos que llevaron a alguien al suicidio. Es una respuesta dolorosa pero que se debe brindar porque si reforzamos alguna hipótesis de lo sucedido solo vamos a complejizar el proceso de duelo de los sobrevivientes. Aquí quisiera añadir que los terapeutas que perdemos a pacientes por suicidio también somos sobrevivientes y atravesamos un duelo muy complejo como el resto. Además, se nos suma un elemento distintivo: la percepción de fracaso profesional y juicio por parte de otros colegas.
La realidad es que si siempre es complicado acompañarnos en el duelo, hacerlo cuando alguien se quita la vida es aún más difícil. No sólo nos diferenciará la manera que cada uno tenga de lidiar con el dolor y la tristeza, sino también el concepto personal que cada uno arrastra sobre el suicidio en sí. Por ejemplo, en una familia de tres sobrevivientes puede que uno presente depresión clínica, otro esté profundamente molesto con quien se fue por haberlo dejado solo, y el otro quizás ni se atreva a mencionar su nombre. Ese ambiente en un hogar es insostenible y puede quebrar a una familia porque no sabrán cómo apoyarse mutuamente. Y, si se decidió mentir sobre la causa de muerte, puede que la situación sea más tensa porque quizás no todos quieran sostener esa versión de los hechos por mucho tiempo.
No es raro entonces que muchas personas decidan guardar silencio en lugar de buscar el apoyo que necesitan. A algunos les duele tanto hablar sobre el tema que la sola idea de asistir a terapia o de contarle realmente cómo se sienten a un amigo de confianza les parece imposible. Y optan por la evitación experiencial: hacer todo lo que esté a su alcance para enterrar ese suceso en su memoria y no pensarlo más. Por eso es muy importante que analicemos los prejuicios que tenemos alrededor del suicidio. Solo dejándolos de lado podremos dar a las personas que nos importan, a esos familiares o amigos que atraviesan por este tipo de pérdida, la comprensión y el cariño que necesitan.
Si has perdido a alguien por suicidio o conoces de una persona que esté pasando por este duelo, puedes contactarte con los especialistas de Sentido (Centro de Suicidología y Prevención del Suicidio): http://www.sentido.pe/