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Volver a las pistas después del retiro

Sergio Rojas se jubiló dos inviernos atrás, al cumplir 65 años. Sin embargo, la pandemia lo llevó de vuelta al caos de un país sumido en la emergencia. Aunque es considerado población de riesgo en Chile, dice que retomó su trabajo por vocación: sus 35 recorriendo las calles y los hospitales de Santiago son ahora muy necesarios.

Sergio Rojas, chofer de ambulancia de Chile.jpg

Cuando empezó la pandemia en mi familia me dijeron ¿Por qué vas a trabajar de nuevo? ¡Tienes mucha edad para estar metido ahí!. Yo me había jubilado en julio de 2018, después de trabajar 35 años como chofer de ambulancia. Y por una costumbre de toda la vida seguí conduciendo, pero solo los fines de semana en eventos deportivos. Era divertido, con 67 años ¿a quién no le gusta mirar como juegan polo? Pero llegó el Covid-19.

Me llamaron para hacer turnos de 12 horas, 5 noches a la semana. Acepté porque se necesitaba mucho personal y yo tengo una larga experiencia. Al hospital que me digan puedo llegar, conozco las urgencias y por dónde ingresar a los pacientes. Hay que saber contener a los enfermos, sobre todo ahora que sus familiares tienen prohibido acompañarlos y darles un trato donde ellos se sientan bien. Esas son habilidades que uno adquiere con los años y que son muy necesarias, porque los primeros días de mayo fueron realmente un caos, no parábamos en toda la noche.

A veces teníamos que esperar 12 horas con la camilla de la ambulancia retenida porque el hospital no tenía camas para recibir al enfermo. En un ala del Hospital Luis Tisné, donde se conecta a los pacientes a oxígeno y que ahora está habilitada solo para personas contagiadas, esperábamos que se desocupara una cama. Con el paramédico nos turnabamos cada dos horas para cuidar al paciente, porque no podía quedar solo. Salíamos a tomar aire para no estar todo el tiempo con el paciente contagiado, pues no es solamente la persona que lleva uno, sino todos los que están alrededor. El contacto es muy directo, tenemos que tomar a la persona en brazos, tocarle la cabeza o las manos, y el paciente tose o estornuda al lado tuyo.

De diez traslados que hacíamos en la noche, ocho de ellos eran a causa del Covid-19 y aproximadamente tres fallecían. Es muy fuerte, a pesar de que uno está acostumbrado a este tipo de situaciones. Pero en la época en la que estamos, la gente no tiene una muerte normal, los familiares no pueden mirarlo, velarlo, acompañarlo. Es una muerte extraña.

En este último tiempo, fallecieron tres compañeros de trabajo por el virus. Los conocía hace años, eran cercanos. Uno bastante joven, de cuarenta y tantos, los otros dos bordeaban los 60. Todavía les faltaba para jubilar. El último que murió era mi amigo. Trabajé a su lado los últimos diez años: estábamos siempre juntos. Ahí tomé conciencia de que no debería estar trabajando como chofer de ambulancia ahora, uno se puede contagiar y en realidad, por mi edad, yo me puedo morir. Entonces renuncié.

Anoche tuve mi último turno. Lo hice por vocación. Todo el mundo sabía que estaba muy propenso a contagiarse, pero hubo una unión entre los funcionarios de la salud de querer trabajar y ayudar a la gente, como si los pacientes fueran prácticamente tus familiares. Yo quise ser parte de eso.

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