Antes de fundar una de las marcas de chocolate más prestigiosa del país, Rolando Herrera trabajó en un negocio menos dulce. A mediados de los ochenta, entre el narcotráfico y el terrorismo, era productor ilegal de hoja de coca. Sus plantaciones quedaban en Tocache, en el departamento de San Martín, entonces el lugar que producía más de la mitad de la hoja de coca que se cultivaba en el Perú. Por esos días la vida de Herrera parecía un interminable juego de las escondidas: su principal misión consistía en evitar a la policía antidrogas, su más recurrente sentimiento era el miedo de ser descubierto.
Aun así cultivó coca por un par de años hasta que, tal como lo anticipó, un operativo de erradicación arrasó con sus plantaciones. Entonces probó suerte con otras siembras como tabaco, papaya y plátano, pero todos sus cultivos fracasaron. Hasta que decidió probar con el cacao. Quienes se enteraban de su nuevo proyecto le decían que estaba loco. La coca tarda ocho meses en producir sus primeros frutos mientras que al cacao le toma tres años. Treinta y seis meses sin nada que vender era un riesgo no apto para un hombre con esposa y dos niños que mantener a diario. Pero Herrera se las arregló trabajando para otros agricultores mientras esperaba su cosecha. Estaba decidido a cultivar una vida nueva sin las limitaciones de la ilegalidad.
Además de Rolando Herrera, otros pocos productores de cacao aparecieron a principios de los noventa en San Martín. Fueron el síntoma inicial de la transformación que viviría el departamento. La sujeción a la hoja de coca estaba por llegar a su fin. El control antidrogas era cada vez más intensivo, distintas instituciones nacionales e internacionales incentivaban los cultivos alternativos como la palma aceitera, el café y el cacao. Rolando Herrera participó en varias campañas dando su testimonio, su caso era ejemplar, demostraba que era posible abandonar un negocio rentable pero ilegal y seguir manteniendo a una familia. Llegaría a ser presidente de la Asociación Peruana de Productores de Cacao, presidente de la Cooperativa Naranjillo, la principal exportadora de cacao en el país, y fundador del Día del Chocolate y el Cacao Peruano. Tras varios años de esfuerzos, la ex capital de la hoja de coca se ha convertido en la capital del cacao. Un cambio que se refleja en más que una simple vocal. El nivel de pobreza en el departamento ha disminuido más de la mitad. En trece años, los cultivos de hoja de coca se redujeron de casi treinta mil hectáreas a menos de dos mil. Ahora San Martín es el principal productor de cacao en Perú y el mayor productor por hectárea en el mundo. A esta transformación le llamaron «Milagro San Martín». El nombre de uno de los chocolates de Rolando Herrera, «Milasan», es un recordatorio de ese triunfo.
Todos creemos amar el chocolate pero, en realidad, muy pocos lo hemos probado. Al igual que la mayoría de peruanos, Herrera sólo había devorado esas golosinas que abundan en tiendas y supermercados, esa mezcla de azúcar y grasas casi sin cacao. Hoy Herrera es el dueño de «Finca San Antonio», una marca de chocolate peruano que ofrece nueve variedades de sabores locales, pero hasta los cuarenta y cuatro años Herrera nunca había probado un chocolate de verdad. Lo hizo por primera vez en el Salón del Chocolate de París, la más importante convención de chocolateros del mundo. Herrera no olvida esa barra de chocolate belga, bitter, 70% cacao. Dulce, amargo y ácido a la vez. Mientras que su versión adictiva y popular engorda, produce caries y pone hiperactivos a los niños, un chocolate con alto porcentaje de cacao podría prevenir enfermedades del corazón, disminuir los niveles de colesterol o evitar el deterioro mental. Comer un chocolate, supo entonces Rolando Herrera, no debería ser un placer culposo.