Sobremesa

En Perú se produce 10 veces más de hoja de coca de la que consumimos. ¿Qué hacemos con el resto?

Para el especialista Nicolás Zevallos, hay un problema clave que aún debemos resolver sobre esta planta: ¿cómo hacer para que toda la producción que sobra no acabe en el mercado de drogas? En esta entrevista, el exviceministro de Seguridad Pública analiza las complejas aristas y nuestra larga lista de prejuicios sobre la hoja de coca.

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Crédito: Difusión

El debate sobre la hoja de coca sigue generando polémica y posturas contrarias en nuestro país. Sin embargo, para el director del Instituto de Criminología, Nicolás Zevallos, uno de los principales problemas es precisamente que no existe una verdadera discusión técnica sobre la planta. “En los últimos gobiernos ha sido un tema poco desarrollado. Falta ahondar en el aspecto técnico, por ahora solo nos movemos en lo político”, sostiene el especialista en crimen organizado y seguridad ciudadana. Alejada de su carácter ancestral y sagrado, la hoja de coca es objeto de diversas iniciativas que, sin embargo, podrían resultar contradictorias: desde su erradicación parcial o total hasta su posible industrialización, pasando por la incansable lucha contra el narcotráfico. ¿Qué debemos hacer entonces con la hoja de coca? El primer paso para responder esta pregunta es, como afirma Zevallos, abrir un debate más informado para empezar a derribar mitos y proponer una nueva mirada.

¿En el Perú cómo se aborda el uso legal de la hoja de coca?

Por años no hemos tenido una discusión real en la agenda pública. Ni en lo político ni en lo técnico. Por lo pronto, se puede decir que tenemos un techo de, aproximadamente, 6 millones de consumidores tradicionales de hoja de coca (según el INEI, al año 2019). Este grupo demanda alrededor de 10 mil toneladas métricas de hoja de coca, que se cultivan en una superficie de casi 5 mil hectáreas (según DEVIDA), por lo que la industria debería procesar ese volumen. Pero el gran problema es que Perú produce 132 mil toneladas métricas y la pregunta obvia es si podemos generar mercado para las 122 mil toneladas métricas restantes.

Eso implicaría elevar la cantidad de consumidores o que cada uno de los 6 millones consuma casi 10 veces más.

Pero una industria no es viable si no responde primero a la demanda: no se crea mercado con sobreproducción. Y en Perú tenemos una sobreoferta de hoja de coca. Si se mira el padrón de ENACO (Empresa Nacional de la Coca), existen 22 mil hectáreas registradas, o sea, 17 mil hectáreas más de las que se necesitan para la industria legal de la hoja de coca y sus derivados. Además, a esas hay que sumarles las que producen fuera del registro, que son casi 60 mil hectáreas. Mi pregunta es: ¿qué hacemos con todo ese excedente si no queremos que termine en el mercado de las drogas?

¿Es posible tener solo un mercado local y no internacional si hablamos de derivados de hoja de coca?

No hay mercado, que yo sepa, fuera de Perú o de Bolivia. Incluso he visto productos bolivianos industrializados en Puno.

Entonces la discusión no es qué se hace con lo legal –porque ya existe ENACO– sino qué va a pasar con lo ilegal.

Así es, admitiendo también que ENACO tiene debilidades y que, aunque fuera una entidad paradigmática a imitar, mi pregunta seguiría siendo la misma. Porque ENACO tendría que regular el consumo de 10 mil toneladas métricas para esos 6 millones de consumidores. Y no tiene capacidad de ensanchar ese mercado ni que la gente consuma más hoja de coca y sus derivados, porque su labor de control ha sido más importante.

¿Se puede pensar una industria de la hoja de coca en medio del debate de su erradicación o no?

Creo que la erradicación no debe mirarse solo como la destrucción de una superficie cultivada nada más, sino también de cuánta cocaína se evita que se produzca.

La comercialización de una planta sagrada

De lo que conoces en el tema de plantas sagradas, ¿qué ha ocurrido cuando el peyote o la ayahuasca han sido también objeto de comercialización?

La dificultad está en convertir un producto así en commodity. Por eso lo que existe son tratamientos de dolencias físicas y psicológicas más vinculadas a una industria turística cultural, en especial con la ayahuasca en Perú. Con el peyote hay otro matiz, y es que en México su uso tradicional está restringido a las comunidades nativas. Pero, en algunas partes, se abre una ‘brecha’ para el turismo chamánico, a través del contacto con un miembro de la comunidad nativa que permite ingresar al viajero a consumir peyote. Eso creó un circuito local, en consecuencia, turismo vivencial.

Una planta que muestra un modelo de evolución hasta ser industrializada es el cannabis. ¿Es posible imaginar algo así para la hoja de coca?

No sé si ha tenido más suerte, pero es cierto que hay más investigación científica y académica en torno al cannabis que a la hoja de coca. Eso porque se le asocia con lo lúdico y con lo relajante, tampoco necesita tanta intervención química para que se active. De hecho, no hay muertes por sobredosis de marihuana y hasta ahí se le puede comparar con la hoja de coca. Después la cocaína (alcaloide aislado de la planta) es enormemente dañino, asociado con la cultura del estimulante y del trabajo sin parar. Genera adicción, te puede matar y su uso problemático es un problema de salud pública. Eso ha llevado, creo yo, a que haya tabú respecto a su estudio. Sin embargo, tiene grandes propiedades farmacéuticas: es un sedante y analgésico de alto nivel de refinamiento, quizá uno de los más finos del mundo y muy reconocido por eso, pero se produce muy poco.

¿Cuánta de la producción de ENACO se destina a la industria farmacéutica?

Para uso industrial farmacéutico está la cocaína base que se exporta a Europa para hacer medicinas. Pero como hoja de coca está muy poco estudiado.

A nivel nutricional, ¿qué dicen los estudios de la hoja de coca?

Se señala que, efectivamente, tiene nutrientes como calcio y hierro, pero también que tiene alcaloide y que sus propiedades energéticas están asociadas a él. Además, se sigue estudiando si es posible que esos nutrientes puedan fijarse con una enzima y que nuestro cuerpo los asimile. Otro tema en discusión es si la carga de nutrientes hace rentable usar la hoja de coca para esos fines, porque quizá no hay forma de competir con productos que necesitan menos insumo para un mismo valor nutricional.

Nicolas Zevallos
Nicolás Zevallos es autor del libro "Control y defensa del cultivo de hoja de coca en el Perú".

Historia para erradicar el prejuicio

Da la impresión de que la hoja de coca tiene muchos símbolos que se intersectan.

Es porque le estamos cambiando el uso al objeto, que es la hoja de coca. Respeto completamente el valor sociocultural de la hoja de coca y el Estado debe promover ese respeto en la ciudadanía. Pero al hablar de industrializar, hablamos de mercado, al que usualmente no le importa lo sagrado sino lo rentable. De hecho, hasta alguien más ortodoxo podría decir que venderla así es apropiación cultural, como ha pasado con la ayahuasca y el turismo de consumo.

A eso se suma que muchos peruanos no entendemos exactamente lo sagrado de la hoja de coca ni cómo se le consume ceremonialmente.

Ni tampoco que ese tipo de consumo es andino, pero que en la selva no es así. Las crónicas históricas dicen que, en la época prehispánica, lo que se hacía era cultivar en la selva (alta) para llevar a la sierra y costa, donde la élite la consumía ceremonialmente. Hoy, en la selva, el cultivo de hoja de coca está originando un gravísimo problema de deforestación, contaminación y violencia con las comunidades nativas. A eso súmale 5 siglos de estigma, que se inicia con las minas de Potosí (Bolivia), cuando la empresa colonial da hoja de coca a mineros para que produzcan más y la Iglesia Católica se opone a dicho consumo porque lo veía como una barrera para la evangelización. Hay una proscripción moral que evoluciona hasta nuestros días.

Entonces, la cocaína no es la única que ha maltratado la imagen de la hoja de coca.

No, ni la primera. Si se revisan los Códigos de Civilidad de inicios del siglo pasado, a los consumidores de hoja de coca se les consideraba asnos o burros. Incluso, el indigenismo del siglo XIX tenía un trasfondo racista, no de reivindicación indígena sino más bien civilizatoria. Decían los textos que se debía evitar que los campesinos consuman hoja de coca porque “se degrada, está borracho y drogado todo el día”.

¿Qué hacer entonces con la hoja de coca?

Lo urgente es discutir todas estas complejidades y prejuicios, reconfigurando ese valor cultural de la hoja de coca –que incluye lo medicinal y lo sagrado, pero ya en el siglo XXI– para crear un producto que rescate el sentido de comunidad como, por ejemplo, compartir un licor bajativo o un mate después de almorzar. Apostaría por un valor sociocultural que sí es apreciado por un público más pequeño, al que se puede corresponder un cultivo menor también.

¿Pensar a escala entonces no es una opción?

Por su configuración geográfica, Perú no tiene capacidad para cultivar muchos productos de forma masiva. Lo ha hecho con berries y espárragos, pero tuvo que transformar su desierto, con los problemas que eso conlleva. Pero sí es excelente despensa de variedades de alta calidad, que se producen poco.

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