Come vegetales y verduras. Procura una dieta rica en nutrientes. Ejercítate. Desde hace varias décadas, estas y algunas otras indicaciones son incuestionables si es que usted aspira a una vida saludable. Ningún entendido de la ciencia nutricional debatiría estos postulados, pero sí existen los que cuestionan la cultura restrictiva de las dietas y que, además, agregarían una advertencia más contemporánea: ponga cuidado a sus redes sociales.
En los últimos años, diversos estudios han explicado la influencia que redes sociales como Facebook, Instagram o recientemente TikTok pueden tener sobre nuestros hábitos alimenticios. Una investigación desarrollada por la Universidad de Aston (Brimingham) y publicada en 2020 en la revista científica Appetite sugiere que nuestra ingesta puede verse modificada por el contenido que consumimos en línea. El estudio encontró que las personas tendían a replicar ciertos hábitos alimenticios que consideraban habituales en su círculo social. Es decir, aquellos que eran expuestos a cuentas más entusiastas por la "comida chatarra" solían consumir más de estos alimentos. De la misma forma, aunque en menor medida, ocurría con la ingesta de frutas, verduras y alimentos nutritivos.
La forma en la que diversas imágenes de comida se ponen delante de nuestros ojos días tras día proviene de un quehacer común. Estoy sentado en un restaurante en una de las cuadras más gastronómicas de Miraflores. El mesero se acerca a una mesa en la que conversan dos parejas y dispone los platos. Antes de tomar los cubiertos, cada uno saca su celular, acomoda la bebida al lado de su plato, aparta las posibles interrupciones visuales y toma una fotografía que luego subirán a las redes sociales con etiquetas como #yummy, #foodie o #foodporn. En Instagram, solo la etiqueta #foodporn tiene alrededor de 286 millones de publicaciones. El Urban Dictionary define este término como “imagen en primer plano de comida jugosa y deliciosa”.
Pero ¿tiene algo de malo en sí misma la comida jugosa y deliciosa? La respuesta corta es que no. Todo depende de nuestra relación con los alimentos. Desde luego que el exceso de grasas saturadas y el consumo de alimentos ultraprocesados es dañino para la salud. Pero comer tiene otros aspectos importantes que van más allá de las calorías o de si un alimento engorda o no. La comida también es placer en gran porcentaje de su sentido y el acto de comer es también social y cultural. Sin embargo, la cultura de las dietas y la imposición de ciertos estándares de belleza está produciendo en muchas personas una relación culposa con la comida que podría conducir a desórdenes alimenticios, desde anorexia y bulimia hasta trastornos por atracón.
En septiembre de 2021, una investigación del periódico estadounidense Wall Street Journal expuso documentos internos de Facebook donde la propia compañía admitía que su plataforma Instagram era especialmente “tóxica” para las adolescentes. “Un 32% de las chicas dicen que cuando se sienten mal con su cuerpo, Instagram las hace sentir peor”, expresaba uno de los informes. Este hallazgo coincide con otra investigación realizada en 2016 por la Escuela de Medicina de la Universidad de Pittsburgh, que encontró que las personas que pasaban más tiempo en redes sociales afirmaban tener una autopercepción problemática con su cuerpo y hábitos alimenticios insanos.
Una alimentación sin estrés
Así como existen etiquetas como #foodporn o #yummy, existen otras como #healthyfood (asociada a la comida saludable) o #homemade (que hace referencia a la comida preparada en casa). Si bien los hábitos poco recomendables, como aseguran los estudios, son contagiosos dentro de nuestro círculo digital, también lo son en alguna medida los saludables. Sin embargo, separar la paja del trigo no es tan sencillo: ¿cuántos influencers de vida sana saben verdaderamente de qué están hablando o tienen una mínima formación en ciencia nutricional? ¿Cuántos solo se concentran en señalar nuestra diversidad corporal como un problema, en hacernos sentir culpables por sentir placer al momento de comer o en juzgarnos por no pasar el tiempo suficiente en el gimnasio?
Alejandra Izquierdo, licenciada en Nutrición y Dietética de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC), desde su cuenta @aleintegrale, intenta, como otros varios profesionales, ser un antídoto frente a todo este contenido tóxico y desentendido de la ciencia que se esparce por Instagram. Su enfoque parte de la aceptación del cuerpo y el conocimiento del mismo para llevar una alimentación intuitiva. Está en contra de la cultura de las dietas y en darle un valor moral a los alimentos, prácticas que a su criterio no hacen más que restringirnos sin resultados a largo plazo y cargarnos de culpa.
“Si tú ves que una persona que admiras y ves que esta persona tiene ciertos hábitos alimenticios o se ejercita de una u otra manera, muchas personas, sobre todo las personas más jóvenes, que aún están definiendo sus identidades, copian esto que admiran”, explica Alejandra. “Lamentablemente, estos influencers no suelen tener un conocimiento en temas vinculados a la salud y muchas veces esconden un desorden alimenticio detrás de una vida supuestamente saludable”.
Para la especialista, es importante evitar cualquier contenido que nos haga sentir mal con nosotros mismos. “Si sientes que te estás comparando demasiado con influencers, si te das cuenta de que tal influencer no aporta nada en tu vida más que generarte estrés y competencia respecto a cómo se ve tu cuerpo, deja de seguirlo”, aconseja. “Si hay una amiga o un amigo que sientes que te activa algún sentimiento negativo, siléncialo. No se va a dar cuenta”.
La historiadora María Schmidt escribió una famosa columna en el Chicago Tribune en 1997. El texto se desplegaba como un listado de recomendaciones para la vida: usa protector solar, cuida tus rodillas y disfruta del poder de tu juventud. Además, aconsejaba: “No leas revistas de belleza. Estas solo te harán sentir feo”. En este momento del mundo, ya no a través de las revistas, sino a través de las redes sociales, estamos expuestos las 24 horas del día al catálogo de la belleza ideal, a la ficción de los filtros que suavizan la piel y que nos hacen ver más delgados y altos. Así también estamos condicionados a la validación y aprobación de los likes.
“Se ha evidenciado en estudios que estos filtros pueden hacer que termines teniendo un problema en la conducta alimentaria. Porque después es más difícil entender, por ejemplo, que esta es mi cara, que esta es mi realidad, que este es mi cuerpo”, explica Krizia Frantzen, una licenciada en nutrición que promueve la alimentación consciente.
A menudo, la industria de la belleza y el negocio de las dietas tienen supuestas soluciones para aquello que nos incomoda de nosotros mismos. Aparecen cremas milagrosas para la piel, bebidas para bajar de peso, suplementos, fajas reductoras, pastillas para quemar grasa. ¿Cuántos de nosotros tenemos en el rincón más oscuro de nuestras casas una máquina para ejercitarnos que nunca usamos, una caja de tés para perder peso o la crema para la celulitis que nos vendió una influencer? Las redes sociales son también el nuevo telemercado. Pero son ciertamente más poderosas: tienen la capacidad de crearnos una inseguridad y, posteriormente, activar las herramientas de marketing para vendernos una supuesta solución. “Es el negocio redondo”, asegura Krizia. “Se ve tanto de esto en las redes sociales, lo que incentiva al miedo a los alimentos y la culpa por comer”.
La alimentación intuitiva —la corriente que siguen tanto Krizia como Alejandra— está basada en 10 principios que integran la emoción y el raciocinio, y se basan en el autoconocimiento. Apela fundamentalmente a la sabiduría de nuestros cuerpos (identificar cuando tenemos hambre o cuando ya estamos satisfechos, por ejemplo) para conseguir una relación sana con nuestra comida sin privarnos de placer y espontaneidad. “Es un lado de la nutrición mucho más amable, mucho más compasivo, más flexible, alejado de la rigidez, de las restricciones y de toda esta cultura de la dieta”, explica Krizia.
Dos estudios citados por BBC Mundo, uno de la revista American Journal of Health Education y otro de la Universidad de Minnesota, concluyeron que la alimentación intuitiva estaba relacionada no solo con un mejor control del peso corporal, sino también con un menor índice de trastornos alimenticios y mejoras en salud mental.
Lo que defiende esta corriente, en resumen, es que existe la posibilidad de estar sanos sin matarnos de hambre, sin torturarnos por las calorías ni autoexigirnos a niveles angustiantes y agotadores. De hecho, muchas veces la exigencia que suponen ciertas dietas, que nos conducen a desconocer nuestra hambre, puede desencadenar impulsos de comer en exceso o sin moderación. Es importante mantener nuestro cuerpo alimentado, sin satanizar los carbohidratos o las grasas. Y, por supuesto, sin privarnos del goce que significa comer. En su décimo pilar, la alimentación intuitiva sugiere, por ejemplo: “Elige alimentos que honren tu salud y tus papilas gustativas”.
Otros de los postulados de esta corriente va en acuerdo con la aceptación del cuerpo y con valorarlo más allá de su forma o de cómo se ve, y así reconocer todo lo que un cuerpo sano puede hacer por uno mismo. María Schmidt, en la columna que citamos párrafos arriba, da algunos otros consejos más. Entre ellos: “Disfruta de tu cuerpo. Utilízalo todo lo que puedas. No le tengas miedo a lo que piensen el resto. Es el mejor instrumento que jamás tendrás”.