Biblioterapia

Cinco libros para recordar a las madres que ya no están

La muerte de una madre desencadena uno de los duelos más complejos que existe. En este artículo de Biblioterapia les recomendamos cinco libros de autores que nos cuentan esta experiencia.

Cinco libros para recordar a las madres que ya no están 1

Puede que no exista persona más determinante en la vida que una madre. Y su influencia no desaparece simplemente con su muerte. Por eso, no son pocos los autores que han encontrado en la escritura una manera de navegar el duelo, tan doloroso y desconcertante, que les ocasionó el perder a quien les dio la vida. En este artículo de Biblioterapia, reunimos cinco libros de no ficción que nos brindan un espacio para pensar en las madres que ya no están, con toda la complejidad que esa ausencia implica.

El libro de mi madre, de Albert Cohen

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Tras la muerte de su madre, Albert Cohen se encierra en su casa y empieza a escribir para tratar de preservar su vida a través de la palabra. Con un tono reflexivo y adolorido, el escritor francés medita sobre el dolor de la pérdida y, al mismo tiempo, reconstruye ciertos pasajes de su infancia. Un relato sobrecogedor de un hombre mayor que delinea con ternura el amor maternal.

"Llorar a la madre es llorar a la infancia. El hombre quiere su infancia, quiere recobrarla, y si ama más a su madre conforme avanza el tiempo es porque su madre es su propia infancia".

La promesa del alba, de Romain Gary

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En este libro autobiográfico, Romain Gary relata su infancia al lado de su excéntrica madre. El título alude a dos formas de promesas: la que le hace la vida a través del amor maternal y la que él intenta cumplir para satisfacer las altas expectativas de su madre. Un libro que, finalmente, trata sobre lo que la vida nos ofrece en nuestra infancia y cómo todo se va transformando con el tiempo.

"No es bueno que a uno lo quieran tanto, tan joven, tan temprano. Te acostumbras mal. Creemos haber triunfado. Creemos que eso existe en otra parte, que lo podemos encontrar. Con el amor materno, la vida te hace al alba una promesa que jamás cumple".

Canción de tumba, de Julián Herbert

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Este no es el típico retrato de una madre, sino una forma de saldar cuentas con ella. Utilizando un lenguaje áspero y lírico, Herbert no escatima detalles al recrear el vínculo conflictivo de ambos a lo largo del tiempo. Pero al final, mientras su madre está en una cama de hospital, él empieza a verla como lo que es: una mujer que hizo lo que pudo para salvar a su hijo.

"Mamá siempre me acompañaba hasta la salida de su casa. No se trataba de cortesía sino de que era lenguaraz: hablaba y hablaba. Era imposible callarla […] Sin embargo, lo que hizo que me derrumbara cuando el doctor me avisó que había muerto, fue la simple revelación de que nunca más escucharía su voz".

También esto pasará, de Milena Busquets

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En este libro, Milena Busquets explora en el duelo por la pérdida de su madre, mientras está lidiando con su propia vida. Para mitigar el dolor, se esconde en el único lugar donde sabe que la muerte no la alcanzará: el cuerpo de un hombre. «Lo contrario de la muerte no es la vida, es el sexo», sentencia. Escrito como una carta, este libro parece la íntima conversación pendiente entre una hija y una madre.

"Nunca fuimos una madre e hija confidentes que se lo contaran todo, nunca fuimos amigas, nunca compartimos intimidades, creo que siempre intentamos ser la versión más presentable de nosotras mismas frente a la otra. […] Sin embargo, durante mucho tiempo, la única historia de amor que me preocupó fue mi historia de amor contigo".

Ama, de José Ignacio Carnero

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Como un historiador de lo doméstico, José Ignacio Carnero relata los últimos años de su madre y la enfermedad que acabó con su vida. No es un relato escrito desde el dolor, sino desde la honda certeza de que, al morir una madre, una parte esencial de uno mismo también se va con ella. Y Carnero escribe desde esa amputación para volver al origen de todo: las manos de quien nos dio la vida.

"A todos nos gustaba cómo ella cocinaba. Le decíamos que cocinaba muy bien, pero nunca le decíamos que era maravillosa en todo lo demás. Quizá, por eso, ella seguía cocinando: porque necesitaba afecto y nosotros no sabíamos cómo dárselo. Cocinar era su forma de querer y de que la quisieran. Todos nos inventamos extrañas formas de amar".
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