En el libro “Despojos: sobre el matrimonio y la separación”, la escritora canadiense Rachel Cusk hace lo contrario de guardar las formas. De hecho, se rebela contra ellas, consciente de que toda forma “es a la vez seguridad y prisión”. Fue la autora quien buscó el divorcio del que narra en la novela —una decisión que su ex esposo consideró monstruosa— y así es ella también quien a lo largo de todo el libro se pregunta qué fue su matrimonio, qué es su familia y qué puede haber en las secuelas del divorcio (Aftermath, que significa secuela, es el título original). “Si alguien me preguntara qué desastre fue este que había ocurrido en mi vida, podría preguntarle si quisiera la historia o la verdad… La historia tiene que obedecer a la verdad, representarla, como la ropa representa el cuerpo. Cuanto más cerca esté el corte, más agradable será el efecto. Desvestida, la verdad puede ser vulnerable, torpe, impactante. Demasiado vestida la verdad se convierte en mentira. Para mí, la dificultad de la vida generalmente ha residido en el intento de reconciliar estas dos.”
Cusk, no cabe duda, es sincera. Puede no ser agradable, dulce ni políticamente correcta, pero jamás se la podría acusar de falsa o cínica. En sus páginas, se diría, hay más verdad que historias, pues la autora no trata de dar un efecto optimista ni tampoco chocante o morboso. Lo que hace desde el inicio es inspeccionar con suma preocupación el concepto de matrimonio, diseccionando su proceso de separación desde la duda y la intuición que la llevan a desarrollar las asociaciones mentales más interesantes entre, por ejemplo: la manera en que sus hijas sobrellevan el divorcio en sus formas de jugar con rompecabezas y máscaras o de relacionarse con distintos tipos de parejas amigas de la autora; la genealogía de su propia familia, donde ella es la primera en divorciarse pero no la primera insatisfecha con su matrimonio; la inalcanzable (¿absurda, mal planteada, inútil?) ambición feminista dentro del hogar; o la insufrible influencia cristiana en la constitución de los roles dentro de la familia.
Y propone, además, lo que para mí son las partes más ricas del libro, las interpretaciones de tragedias griegas y pasajes bíblicos. Como cuando parafrasea a Antígona sobre el miedo a la muerte tras infringir la ley: “No, dice, no le teme a la muerte. Lo que teme es no hacer lo que sabe es lo correcto... Solo fuiste tú quien hizo esa ley, responde ella. ¿Por qué debería obedecerla?” —un fragmento que nos hace pensar en las semejanzas entre el terror a la separación y el miedo a la muerte. O cuando recuerda el relato bíblico donde se espera que Abraham sacrifique a su Isaac, para llevarnos a reflexionar sobre el momento en que “el padre ha aprendido que es capaz de dañar a su hijo. El niño ha aprendido que el amor de los padres no es la seguridad que creía que era. ¿Cuál será la nueva historia, cultivada a partir de este terrible conocimiento?” Así, la autora deja ver que en la literatura los lazos entre familia y libertad han sido históricamente complejos, y a veces oscuros, incluso a pedido de Dios.
Pensar el fin de un matrimonio con hijos, vemos, es asumir la responsabilidad de crear una nueva concepción de autoridad y de libertad. Y esas son solo algunas de las aristas, pues el libro —luego, el proceso mismo que llevó a concebirlo— abunda en ideas y análisis. Es más, se podría decir que no solo abunda sino que aparecen por todo lado. Sí, caótica y deliberadamente, pues “si se destruye (la forma), ¿qué se puede poner en su lugar? La única alternativa es el caos.” Y eso es muy preciso porque, en cierto modo y como mencioné al inicio, el libro va contra todas las formas civilizadas e institucionalizadas, por tanto, tiene sentido que el estilo y la estructura sean también inclasificables, peculiares, menos artificio y más verdad. Porque es lo que hacemos cuando cortamos una relación, ¿cierto? Si bien dolorosas y tormentosas, las separaciones también son oportunidades para perder el cuidado por la compostura y la probidad, para empezar de cero y evaluar cómo quisiéramos construir la próxima vida, pensándola desde el caos, el desorden, la sensación de que todo alrededor está ardiendo. Para explicarlo, Cusk recurre a los años oscuros de la Edad Media como “las piezas rotas de la placa más grande de todas, el Imperio Romano,” del mismo modo en que se refiere a su vida como “un puzle convertido en un montón de piezas con los bordes recortados.”
Sin embargo —y quizá esto es lo que algunos de sus críticos puedan hallar punible—, para la autora las secuelas del divorcio no son melodramáticas per se. No olvidemos que ella quiso divorciarse y nunca en el libro se arrepintió. La asociación con los años oscuros, pues, no tiene que ver con sentir la falta de algo sino más bien con identificar en esos ciclos previos a la civilización y posteriores al apogeo, el potencial para la diversidad y el surgimiento de “una clase de florecimiento que ocurre donde las cosas no se están construyendo y los objetivos no están siendo impulsados hacia adelante.” Lo que la autora intenta explicar, digamos, es que hay creatividad, misticismo y visión en las secuelas, y en ese sentido, estas hacen las veces también de preludios. No hay orden sin oscuridad, como no hay imaginación sin sombras, pero el matrimonio y la familia tradicionales, lamentablemente, son puro orden, pura civilización. Es lo que Rachel Cusk señala, y en uno de los pasajes más bonitos, describe cómo “por dentro es tan brillante y por fuera es tan oscuro” que quienes están del otro lado “no pueden ver hacia fuera… no pueden ver nada en absoluto.”
Puede ser considerado un libro crudo, intelectual y bastante desapegado para las expectativas que se tienen sobre las mujeres, a quienes se suele imaginar siempre sufridas y emocionales en situaciones de rupturas. Sin embargo, en el penúltimo capítulo, es gracioso leer a la protagonista responder a su terapeuta, entre risas, que “no tengo mucho tiempo para la doctrina del amor propio. Lo veo como una especie de pantano sin viento, y no quiero quedarme atascada allí. Lo que él llama crueldad, yo llamo disciplina de la autocrítica. Una mujer que se ama a sí misma está desprotegida. Será invadida, encadenada, dejada allí en el pantano para amar su corazón.” Lo que me parece gracioso es que en todo el libro yo encuentro más bien muchísimo amor propio, no reconocido tal vez pero amor propio y autocuidado al fin y al cabo. Porque es evidente que muchas personas no estarán de acuerdo con Rachel Cusk pero eso la hace todavía más inspiradora a mis ojos: entre una autora que te dice “quiérete” una y otra vez y otra que simplemente hace lo que siente profundamente y luego reflexiona también severa y profundamente sobre ello, definitivamente la segunda tiene harto más amor propio y autorrespeto; de lo contrario solo viviría para consentirse a sí misma y complacer al resto.
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