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Más de 600 mil peruanos se han mudado por causa del cambio climático

Entre 2018 y 2019, más de 600 mil peruanos tuvieron que desplazarse por algunos de los efectos extremos del clima. Hay señales de que su vulnerabilidad climática empeorará. ¿Cuáles son estos desastres que están obligando a las personas a dejar su lugar de origen?

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El fenómeno que provoca más cambios en el clima y que obliga a más personas a desplazarse es el conocido como El Niño-Oscilación Sur.
Foto: Andina

Hasta hace unos años, cuando se hablaba de migración, se asociaba con problemas sociales, con conflictos bélicos o la búsqueda de mejores oportunidades laborales. Hoy es cada vez más común hablar de migración climática, es decir, el flujo de personas que se desplazan de un lugar a otro debido a que el cambio climático ha hecho prácticamente imposible su subsistencia en sus lugares de origen.

Este ha sido el caso de miles de peruanos que, en los últimos años, han tenido que abandonar sus hogares, ya sea fuera o dentro de Perú, a consecuencia de fenómenos climáticos. El Centro de Monitoreo de Desplazamientos Internos (IDMC, por sus siglas en inglés) reportó que solamente entre 2018 y 2019 fueron 656 mil peruanos y peruanas que se vieron obligados a desplazarse por catástrofes naturales, y estima que en las próximas décadas serán muchas más, si el aumento de la temperatura sigue en ascenso.

Un reporte, publicado en 2021 por la Organización Internacional para las Migraciones (OIM, por sus siglas en inglés) y titulado Cambio Climático y Migración en el Perú, afirma que “en la actualidad, la mitad del territorio nacional peruano es susceptible de sufrir peligros recurrentes, una tercera parte de la población vive en espacios inseguros, más de 9 millones de personas están expuestas a lluvias intensas, inundaciones, huaycos (deslaves) y deslizamientos de tierra, 7 millones a temperaturas bajas y muy bajas, y casi 3,5 millones a sequías”.

¿En qué momento los efectos del clima pueden ser tan drásticos para obligar a miles de personas a mudarse? En el caso del Perú, la respuesta tiene que ver con sus características demográficas, geográficas y climáticas que lo hacen especialmente vulnerable.

Por ejemplo, según datos del Instituto Nacional de Estadística e Informática del país, el 55.9% de la población vive en costas, lo que aumenta los peligros ante problemas como el aumento del nivel del mar o las precipitaciones intensas. Otra vulnerabilidad específica de Perú es que su principal fuente de agua proviene de los glaciares andinos, por lo que el deshielo que ha ocurrido por el aumento de la temperatura global en las últimas décadas pone a buena parte de la población en una situación crítica.

Otra característica importante es que buena parte de la población depende de la pesca o la agricultura, dos actividades fuertemente dependientes del clima; y, claro, no podemos olvidar los niveles de pobreza en la que vive cerca del 30% de la población en el país, y que hace que fenómenos como las inundaciones o las olas de calor golpeen con más fuerza a quienes viven o trabajan a la intemperie, sin muchas posibilidades de tener otras fuentes de ingresos.

A pesar de que la migración climática es un problema creciente, Perú es uno de los pocos países que tienen una legislación específica para evitar que más personas tengan que desplazarse. Y aunque aún hay varios desafíos que dificultan la aplicación de estas leyes, ya hay buenos ejemplos de que puede haber soluciones.

El deshielo de glaciares

Desde hace décadas se sabe que uno de los efectos del aumento de la temperatura es la disminución de la superficie de los glaciares. Y aunque es un fenómeno global, se vuelve un problema crítico para países como Perú, cuyas fuentes principales de agua durante la temporada seca son, precisamente, los glaciares.

El deshielo de glaciares en Perú ha sido inmenso. El Ministerio de Agricultura y Riego (Minagri) reporta que el país “perdió el 51% de su superficie glaciar en los últimos 50 años, debido a los efectos del cambio climático en estas reservas de agua sólida”. Se perdió el 30% solamente de 2000 a 2016. De las 20 cordilleras nevadas que había a mediados del siglo pasado, dos desaparecieron por completo y otras cinco perdieron más del 90% de sus superficie glaciar lo que las pone en riesgo de desaparecer en los próximos años. Incluso las más importantes como la Cordillera Blanca reporta un retroceso anual de 19 metros.

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Dos fotos tomadas en el mismo lugar con 15 años de diferencia muestran el retroceso glaciar del casquete más grande del mundo en Quelccaya, Perú.
Foto: Doug Hardy, CC BY-SA

“El deshielo de glaciares en la zona andina ha sido significativo en las últimas décadas y continuará en los años futuros, dependiendo del aumento de la temperatura. Al pasar un punto crítico, la escorrentía superficial de los glaciares disminuye, lo que afecta la disponibilidad de agua en zonas pobladas del país”, dice Pablo Escribano, especialista en migración climática de la Organización Internacional para las Migraciones (IOM, por sus siglas en inglés).

Es irónico pensar que el derretimiento de los glaciares puede significar escasez de agua, pero es así. En un primer momento ese deshielo significa más agua, agua en las microcuencas, agua para los cultivos, y da sustento e incluso atrae a muchas personas de otras zonas del país. El problema es que es temporal: cuando el glaciar termina por deshelarse, deja de haber flujo de agua, y lo que antes era un paraíso, termina siendo una enorme fuente de sequía.

Así que, a la larga, lo que se produce es escasez. Y, por alejado que parezca, el deshielo de los glaciares también afecta los bolsillos de los ciudadanos. “Puede registrarse un aumento de los precios del agua, así como una competencia mayor entre sectores productivos y uso comunitario del agua que puede derivar en conflictos. Existen zonas del país donde el deshielo de glaciares implica una pérdida de agua que afecta el sector agrícola y la seguridad alimentaria, lo que se deriva en procesos de migración”, explica Escribano.

Pero hay otras consecuencias. En su libro In the Shadow of Melting Glaciers: Climate Change and Andean Society, el profesor de historia y estudios ambientales de la Universidad de Oregon, Mark Carey, explica que “los peruanos han sufrido la furia de los glaciares como ninguna otra sociedad en la tierra”. Y esto es porque el deshielo también provoca otros eventos trágicos como las rupturas de bloques, avalanchas e inundaciones, que en varios momentos de la historia del país han cobrado la vida de miles de personas.

Carey dice que solamente en la Cordillera Blanca han muerto más de 25 mil peruanos por desastres en el glaciar desde 1941. Muchas personas que viven ahí “han visto cómo las inundaciones y las avalanchas enterraron sus iglesias, destruyeron sus puentes, demolieron sus hogares y cubrieron sus parques, mercados y bulevares con un lodo gris de ocho metros de espesor”. Ellos son, dice el historiador, “quienes han experimentado de primera mano las consecuencias cataclísmicas del calentamiento global”.

El Niño y La Niña

El fenómeno que provoca más cambios en el clima y que obliga a más personas a desplazarse es el conocido como El Niño-Oscilación Sur (ENOS), que sucede cuando las aguas superficiales del océano Pacífico interactúan con la atmósfera circundante, y deriva en dos eventos: El Niño, cuando las aguas ecuatoriales son más calientes de lo normal, y La Niña, cuando las aguas son más frías de lo normal.

La UNESCO explica que “ENOS acarrea cambios atmosféricos que pueden modificar profundamente el clima, especialmente el patrón de precipitaciones”. Los habitantes de las costas son los más vulnerables por este fenómeno, pues se ven “afectados por sequías recurrentes, períodos sin lluvias y, en menor medida, por temperaturas altas y extremas, incendios forestales y fuertes vientos”.

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Heladas inusuales y sequía en el valle del Mantaro, región Junín.
Foto: Andina

El fenómeno de El Niño, específicamente las lluvias extremas que provoca, es el responsable de uno de los eventos naturales más comunes en Perú: los corrimientos de tierra conocidos como huaycos que transportan lodo, rocas y escombros y, según el informe de la OIM, provocaron la destrucción de más de 5,700 casas en el país entre 2003 y 2017, e incluso, las muertes de decenas de personas.

Para Escribano, ENOS provoca amenazas que están “vinculadas con el desplazamiento de personas, en particular en la zona norte del país”. Y muchas veces se trata de “un desplazamiento repentino, pero también procesos relacionados con la pérdida de medios de vida costeros, tanto a nivel de la pesca como de la agricultura, y destrucción de infraestructura”.

El último Niño costero ocurrido en 2017, por ejemplo, “provocó casi 300.000 desplazamientos”, dice el reporte de la OIM, y destaca el alto costo psicológico que significa para las personas perder sus bienes y viviendas: “Entre los problemas de salud mental generados se encuentran el trastorno de estrés postraumático, la depresión y la somatización, además de muchos problemas que comprometen la salud física”, dice el reporte.

Hay que decir que las costas no son las únicas zonas en riesgo. En la sierra peruana, que son las tierras más altas, también hay peligros como la exposición a altas temperaturas y calor extremo, o temperaturas muy frías y heladas, mientras que, en las selvas, dice la UNESCO, “se producen más inundaciones de grandes proporciones”, así como “derrumbes de las riberas de los ríos, erosión, deforestación y riesgo de estrés por calor extremo”.

La migración climática seguirá siendo un fenómeno constante, pero hay atisbos de soluciones. Perú es uno de los pocos países que tiene legislaciones en temas de migración climática y que incluyen, por ejemplo, la reubicación planificada, que consiste en otorgar nuevos hogares a las comunidades vulnerables que lo soliciten. A pesar de los retrasos y la falta de financiamiento, ya hay algunas comunidades que han logrado reubicarse y, con ello, han logrado una menor exposición a los embates del clima, lo que da muestra de que la legislación, con una correcta implementación y una gran capacidad de acción de las comunidades, puede resarcir los daños del clima que, a veces, pueden parecer irreparables.

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