La guerra de Rusia contra Ucrania ha afectado al mundo de diversas maneras. Y una de ellas tiene que ver con el déficit de fertilizantes -el abono que aporta nutrientes a los suelos y cultivos-, que está mermando la seguridad alimentaria en muchos países, incluidos los de América Latina.
Esto se debe al nivel tan preponderante que tiene Rusia como productor mundial de fertilizantes. De acuerdo con datos del Observatorio Económico de Competitividad, Rusia exportó fertilizantes por 7,600 millones de dólares en 2020, convirtiéndose así en el exportador número uno del mundo. Los principales importadores eran Brasil, Estonia, India, China y Estados Unidos. Rusia cubría el 12,6% de la oferta global.
Pero todo cambió con la guerra. Gran parte de esas exportaciones quedaron paralizadas, así como las de Ucrania, que también era proveedor de fertilizantes a América Latina. Rusia anunció restricciones a sus exportaciones de fertilizantes hasta mayo de 2023 con el fin de garantizar el suministro a los agricultores nacionales.
Esto dio como resultado un incremento acelerado de precios. Según el Banco Mundial para principios de 2022 ya había una cifra récord: un aumento de 30% respecto a inicios de ese año. Como consecuencia, varios gobiernos han empezado a ver con preocupación su producción de cultivos clave -arroz, maíz y trigo-, que requieren importantes cantidades de nutrientes como el nitrógeno. Países como Argentina, Brasil, Colombia, Ecuador, México y Perú, que importaban fertilizantes rusos en mayor o menor medida, han tenido que enfrentar el reto de suplir su demanda desde otros mercados y con otros métodos.
Pero mientras que buena parte del mundo busca nuevos mercados para suplir la demanda de fertilizantes, algunos especialistas cuestionan el uso excesivo de estas sustancias y su relación con el cambio climático. Destacan que hay que aprovechar estos problemas de suministro para hacer cambios sustanciales: usar de forma más eficiente otros fertilizantes disponibles y buscar formas de nutrir el suelo y los cultivos que sean más amigables con el medio ambiente.
"Tenemos que innovar para hacer frente a la escasez y al elevado precio de los fertilizantes sintéticos. La diversificación de las fuentes de nutrientes vegetales es una estrategia para una agricultura más resistente. Además, los biofertilizantes pueden contribuir a que la agricultura sea más sostenible", señaló en un webinario de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) Julio Berdegué, Representante Regional para América Latina y el Caribe.
Tipos de fertilizantes
Los tres principales nutrientes que requieren las plantas son el nitrógeno, que es clave para su desarrollo; el fósforo, que contribuye a su producción de energía; y el potasio, importante en el transporte de agua. Aunque las plantas pueden obtenerlos del suelo, el ser humano ha aumentado la cantidad de nutrientes a través del uso de fertilizantes con el fin de estimular su crecimiento, aumentar la productividad del suelo y la calidad de los cultivos.
Hay distintos tipos de fertilizantes en función de esos nutrientes: están los nitrogenados (urea, sulfato amónico o nitrato amónico cálcico); los fosforados (superfosfato simple o triple); y los potásicos (el cloruro potásico). Pero también están los combinados binarios (que contienen dos de los tres nutrientes principales) o terciarios (que tienen los tres) y pueden ser complejos, compuestos o mezclados e incluir otros nutrientes como el magnesio, el azufre o el calcio.
Así que dependiendo del cultivo será el fertilizante que requiera. Por ejemplo, el arroz, el maíz y el trigo requieren grandes cantidades de nitrógeno, por lo que requieren más fertilizantes nitrogenados, mientras que la soya puede fijar su propio nitrógeno, de manera que necesita más fertilizantes fosforados.
Para muchos cultivos, se prefieren los fertilizantes combinados, como los que exportaba Rusia. Según información de France24, estos están compuestos de 10% de nitrógeno, 26% de fósforo y 26% de potasio. En muchos sectores agrícolas prefieren estos fertilizantes compuestos porque suelen ser fáciles de aplicar, transportar y almacenar, además de que propician una distribución uniforme de los nutrientes en el suelo.
Pero de todos, los fertilizantes nitrogenados sintéticos, los que requieren la quema de combustibles fósiles para su generación, son lo que más alertas internacionales están generando, pues su uso excesivo está propiciando daños importantes al ambiente y a las zonas donde se extraen.
Los fertilizantes y el cambio climático
Más allá de la guerra entre Rusia y Ucrania, hay una enorme disyuntiva detrás del uso de los fertilizantes: ¿Cómo usarlos para seguir alimentando a la población mundial sin que eso signifique un costo para el ambiente, el clima y la salud de los seres humanos? La respuesta requiere mirarlos críticamente.
Los fertilizantes de nitrógeno se obtienen a partir de un proceso conocido como Haber-Bosch, que consiste en quemar gas fósil para producir gas hidrógeno y, con el nitrógeno del aire, triturarlos juntos a alta temperatura y presión para producir amoníaco. En todo este proceso se generan importantes cantidades de gases de efecto invernadero.
De hecho, de acuerdo con un artículo de Carbon Brief, la producción mundial de fertilizantes es responsable de alrededor del 1,4% de las emisiones anuales de CO2, y su uso es uno de los principales responsables de las emisiones de gases de efecto invernadero distintos del CO2.
Cuando se aplican estos fertilizantes nitrogenados, parte del nitrógeno reactivo lo absorben las plantas, otra parte se convierte en lixiviado (es liberado en forma acuosa) y es arrastrado por ríos, lluvia o agua de riego. Una tercera parte se queda en la atmósfera en forma de óxido nitroso, uno de los principales gases de efecto invernadero. De hecho, el sexto informe sobre mitigación del Panel Intergubernamental del Cambio Climático advierte que el aumento de las emisiones de óxido nitroso está "dominado por la agricultura, especialmente por la aplicación de estiércol, la deposición de nitrógeno y el uso de fertilizantes nitrogenados”.
Otro estudio del Our World in Data señala que, en todo el mundo, los agricultores aplican unos 115 millones de toneladas de nitrógeno a los cultivos cada año. Pero “sólo utilizan el 35%, lo que significa que 75 millones de toneladas de nitrógeno van a parar a nuestros ríos, lagos y entornos naturales. Este es nuestro ‘exceso de nitrógeno’. Es asombroso que casi dos tercios del nitrógeno que aplicamos se convierta en un contaminante medioambiental”.
Pero el nitrógeno no es el único que genera impactos en el ambiente, la explotación de los otros dos nutrientes que están en los fertilizantes también provoca una importante huella ecológica. Las reservas de roca fosfórica y de potasio, ubicadas en pocos países del mundo, han detonado fuertes tensiones geopolíticas debido al creciente aumento en la extracción de recursos. Conforme la demanda aumenta, se debe extraer más y más roca, lo que implica un gran consumo energético, y alteraciones en el ciclo natural de estos minerales; además, el procesamiento químico para convertirlos en fertilizantes genera contaminantes al ambiente como cadmio, arsénico o plomo.
Menos fertilizantes, más eficiencia
En respuesta al excesivo uso de fertilizantes sintéticos y sus costos al medio ambiente, distintos países están explorando la producción de cultivos a través de biofertilizantes. En el evento de la FAO, Brasil presentó estudios sobre la fijación biológica de nitrógeno con bacterias, que le ha permitido sustituir completamente los fertilizantes químicos nitrogenados y ahorrar 14.000 millones de dólares anuales en el cultivo de la soja; Chile trabaja en la aplicación de materia orgánica de origen animal y vegetal en cultivos y frutales, como estiércol de pollo y de leche.
Perú está promoviendo el uso de biofertilizantes creados con una mezcla de hongos, bacterias y levaduras para mejorar la fertilidad del suelo y reducir el uso de agroquímicos, mientras que, en el Caribe, algunos países están utilizando microbios autóctonos para mejorar la eficiencia del uso de los fertilizantes para aumentar la cantidad de carbono orgánico del suelo y, con ello, incrementar su salud.
Pero los biofertilizantes no son las únicas opciones viables frente a la falta y los efectos en el ambiente que generan los fertilizantes convencionales. El uso eficiente de estas sustancias también es una ruta necesaria para aprovechar los suministros que ya se tienen.
La falta de eficiencia va de la mano con el uso excesivo de fertilizantes en países desarrollados, lo que promueve su desperdicio y, como ya se vio, afecta de manera importante al medio ambiente. Juergen Voegele, vicepresidente de Desarrollo Sostenible del Banco Mundial, escribió en un artículo de julio de 2022 que “los países ricos consumen 100 kilogramos de fertilizantes por hectárea, casi el doble que los países en desarrollo. África subsahariana consume la menor cantidad: alrededor de 15 kilogramos por hectárea”.
Pero, independientemente del lugar, se deben buscar formas para aplicar el fertilizante más adecuado y la cantidad más apropiada a cultivos específicos, ya que el no hacerlo puede disminuir la cantidad de microbios del suelo y, en consecuencia, su salud. Un buen ejemplo es el fertirriego, “una tecnología que combina la fertilización con el riego y utiliza fertilizantes en cantidades medidas y determinadas por sensores”, dice Voegele. “Pero se puede y se debe hacer mucho más invirtiendo en ampliar las fronteras del conocimiento para asegurar que se minimice el desperdicio y que solo se utilice la cantidad adecuada que necesita una planta en particular en una fase determinada del crecimiento”.
En tiempos de emergencia o de conflictos bélicos como el que vive ahora el mundo suele ser común que los países miren hacia las soluciones que respondan rápidamente a nuestras necesidades. Aumentar las importaciones de fertilizantes de Estados Unidos, Canadá o China es, en ese sentido, una opción. Pero otra opción que ayudaría a enfrentar los problemas de suministro, y también los del cambio climático, es complementar los fertilizantes convencionales con biofertilizantes y buscar otros métodos eficientes que reduzcan su impacto en el clima, el suelo, el agua y el futuro del planeta.