La diabetes tipo II es una de las diez enfermedades que provocan más muertes en el mundo. Asociada, en general, a un estilo de vida sedentario y una alimentación poco sana, esta forma de diabetes ha tenido, según la Organización Mundial de la Salud, un aumento significativo en las últimas décadas: de 1990 a 2014 el número de casos en el mundo se cuadriplicó, llegando a un total de 422 millones de personas con esta condición.
La enfermedad se caracteriza por mantener un nivel excesivo de glucosa o azúcar en la sangre, una sustancia de la que, en niveles normales, los seres humanos obtenemos energía. En una persona sana, el páncreas suministra suficiente insulina para que la glucosa entre a las células y así el cuerpo obtenga la energía necesaria. Pero cuando una persona tiene diabetes, esa glucosa se acumula en la sangre, ya sea porque su páncreas no genera insulina (diabetes tipo I) o porque no responde a la insulina que produce (diabetes tipo II).
Se cree que la diabetes tipo I tiene causas genéticas y ambientales prácticamente imposibles de controlar. Pero la diabetes tipo II es un caso distinto, no solo porque es abrumadoramente más frecuente que el tipo I -90% de las personas con diabetes tienen el tipo II- sino porque, precisamente por el hecho de que está relacionada con el estilo de vida, abre la posibilidad a que pueda ser modificada a partir de cambios drásticos, ya sea a través de un baipás gástrico o con cambios dramáticos en la dieta y la actividad física.
De acuerdo con algunos estudios, hay pruebas de que estos cambios están relacionados directamente con una significativa pérdida de peso, lo cual puede ayudar a que las personas con diabetes, especialmente si están en las etapas tempranas de la enfermedad, vuelvan a tener niveles de azúcar normales en la sangre y que pasen muchos años sin que tengan problemas de salud importantes debido a la enfermedad.
El baipás gástrico
Una de las intervenciones que tiene mayor evidencia de reducir drásticamente el peso, entre las personas que tienen obesidad mórbida o extrema, son las operaciones bariátricas como el baipás o la bolsa gástrica. Ambos tienen como objetivo reducir el tamaño del estómago para que las personas disminuyan su ingesta calórica y, con ello, puedan disminuir también sus niveles de glucosa en la sangre. Aunque estas intervenciones pueden tener algunas consecuencias, como desórdenes en la salud mental de los pacientes a causa de resultados pobres post operación, hay consenso de que, de manera general, mejoran distintos criterios de salud en personas con obesidad mórbida.
Los procedimientos son distintos: mientras que en el baipás se crea una pequeña bolsa desde el estómago para conectarla directamente con el intestino delgado, con la manga se reduce el tamaño del estómago a una forma tubular. Se recomiendan únicamente a las personas que cumplen con los requisitos tras una rigurosa evaluación médica.
En varios reportes, las operaciones bariátricas han resultado significativamente beneficiosas para pacientes con obesidad y diabetes tipo II. Por ejemplo, en un estudio observacional publicado en The New England of Medicine en 2012, compararon los beneficios que tuvieron 150 pacientes con diabetes, de los cuales 12% tuvieron terapia médica tradicional, basada en dieta, ejercicio y medicamentos para reducir la glucosa, otro 42% tuvo esa terapia además de un baipás, mientras que al restante 37% se le realizó una manga gástrica.
En los tres grupos hubo un mejor control glucémico, pero mientras que la terapia sola contribuyó a que los pacientes perdieran entre 5.4 y 8 kilos, los grupos con intervenciones bariátricas perdieron entre 8.5 y 29.4 kilos.
Los autores sugieren que la disminución de peso y el control de la glucosa propició el aumento de la sensibilidad a la insulina, por lo que los niveles de hemoglobina glucosilada (HbA1C) -la cantidad de hemoglobina unida a la glucosa en la sangre, cuyo nivel normal varía entre 5.7%-6.4%- fueron significativamente menores. Del grupo con el baipás el 45% logró HbA1C de 6.0% o menos, mientras que en el grupo de la manga gástrica 36% logró ese porcentaje. Para los autores, es una señal de que, en una buena cantidad de casos, la diabetes se puede revertir o, al menos, propiciar el control óptimo de los niveles de glucosa.
Dieta baja en calorías
Hay otras intervenciones basadas en cambios intensos de alimentación que han mostrado resultados muy positivos en algunas personas con diabetes tipo II. Así lo muestra un estudio publicado en 2016 en la revista Diabetes Care en el que analizaron a 30 personas que vivían, desde hacía unos meses hasta veintitrés años, con diabetes tipo II.
Se les diseñó una estricta dieta basada en la ingesta de tres malteadas muy bajas en calorías (625-850 cal/día) durante ocho semanas, y luego un plan alimenticio equilibrado de seis meses. Compararon aspectos como peso, control de la glucosa, sensibilidad a la insulina, secreción de insulina y contenido de grasa hepática y pancreática tras las ocho semanas y después de los seis meses.
También midieron sus niveles de glucosa plasmática en ayunas -otra prueba común para saber si una persona tiene o no diabetes y cuyos niveles normales varían entre 70 y 90 miligramos por decilitro (mg/dL)-. Para las personas con prediabetes la medida está en el rango de 100-126mg/dL, y se diagnostica diabetes cuando superan los 126mg/dL.
Sus resultados mostraron que inmediatamente después de que transcurrieron las primeras ocho semanas de estar en este régimen alimenticio, el 87% de las personas con diabetes tipo II de corta duración y el 50% de los grupos con diabetes tipo II más larga lograron niveles de glucosa plasmática en ayudas no diabética. Algo fascinante es que incluso quienes habían vuelto a su dieta normal, seguían estando libres de diabetes después de seis meses.
“La diabetes mellitus tipo II es una enfermedad potencialmente reversible”, concluyen los autores. Aunque no están seguros sobre qué tanto puede prolongarse este beneficio, confirman que “un programa de pérdida de peso sólido y sostenible logró la remisión continua de la diabetes durante al menos 6 meses en el 40% que respondió a una dieta muy baja en calorías”.
El autor del artículo e investigador de la Universidad Newcastle en Inglaterra, Roy Taylor explicó en un artículo del New York Times que una posible explicación tiene que ver con la forma en la que el hígado almacena la grasa. Si el hígado tiene demasiada grasa, producto de una dieta alta en calorías, éste puede derramarla sobre el páncreas limitando así la secreción de insulina. Así que si una persona disminuye su consumo calórico, el cuerpo puede utilizar la grasa del hígado, permitir que el páncreas vuelva a generar insulina y, con ello, disminuir la glucosa.
Un elemento importante que muestra la investigación liderada por Taylor es que hay una mayor posibilidad de que las personas reduzcan sus niveles de glucosa plasmática si hacen este tipo de cambios de dieta en los primeros meses o años tras el diagnóstico, o incluso en la etapa prediabética, que es cuando las personas tienen concentraciones de glucosa en la sangre por arriba de lo normal pero no alcanzan los niveles para diagnosticar diabetes. Entre más pronto, mejor.
Actividad física
Finalmente, hay algunas pruebas de los beneficios del ejercicio como una intervención exitosa para la diabetes tipo II, siempre complementaria a la dieta. Por ejemplo, un estudio publicado también en Diabetes Care muestra que un entrenamiento de resistencia progresiva (PRT, por sus siglas en inglés) y de alta intensidad ayuda al control glucémico entre adultos mayores diagnosticados con diabetes.
Este entrenamiento consiste en entrenar los músculos para hacerlos más fuertes, lograr mayor fuerza, equilibrio y flexibilidad y, conforme esto ocurre, aumentar la resistencia. En el estudio, el equipo de investigación asignó de manera aleatoria este entrenamiento a adultos mayores latinos (40 mujeres y 22 hombres). Y tras un entrenamiento de tres veces por semana, durante 16 semanas, midió aspectos como su control glucémico, anomalías del síndrome metabólico y la composición corporal.
El grupo concluye que mientras que las personas que no hicieron el entrenamiento no tuvieron ningún cambio en sus niveles de hemoglobina glucosilada, en las que sí entrenaron sus registros pasaron de 8.7% a 7.6%. “También se redujo la dosis de medicación prescrita para la diabetes en el 72% de los ejercitantes en comparación con el grupo de control”. Por lo tanto, concluyen, este entrenamiento es “factible y eficaz” contra la diabetes tipo II.
No es posible concluir que todas las personas con diabetes tendrán un resultado positivo tras estas intervenciones, pero sí está claro que pueden ayudar de manera importante a que muchas de ellas eviten mayores daños orgánicos por la enfermedad.
No hay evidencia de que recurrir a suplementos alimenticios, medicina alternativa o productos homeopáticos ayude a tener un buen control de la glucosa. Aumentar la actividad física y tener una alimentación equilibrada es la combinación ganadora, porque contribuye al control -y prevención- de ésta y muchas otras enfermedades.