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¿Por qué es importante buscar rastros de coronavirus en las alcantarillas de una ciudad?

Algunas partículas de SARS-CoV-2 pueden encontrarse en las aguas residuales de una ciudad, como en desagües, tuberías domésticas o residuos líquidos industriales. Aunque estos rastros ya no tengan la capacidad de contagiar a las personas, ciertos estudios sugieren que analizarlos podría ayudar a prepararnos para futuros brotes del coronavirus.

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Una sola muestra de agua residual, de más o menos un litro, podría dar información sobre la infección en millones de personas.
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Sin una vacuna, una de las mejores maneras de atacar al COVID-19 es sabiendo qué personas están infectadas para aislarlas y testear a quienes hayan estado en contacto con ellas. Por eso hace unos meses, Tedros Adhanom, director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), imploró al mundo hacer pruebas, pruebas y más pruebas en un intento por controlar al nuevo coronavirus.

En América Latina, tres naciones se tomaron el mensaje a pecho. Chile, Uruguay y Colombia son hoy quienes hacen la mayor cantidad de pruebas en la región. Pero no es tarea fácil. Conforme la pandemia se acelera, escasean los reactivos moleculares, los científicos capacitados y los laboratorios certificados para hacer este tipo de pruebas individuales.

Como alternativa, algunos investigadores han sugerido testear a comunidades enteras. Y una forma de hacerlo es buscar rastros del coronavirus en aguas residuales que se pueden encontrar en sitios como las alcantarillas urbanas, en las tuberías domésticas o en los residuos líquidos industriales.

“Sería una herramienta para saber en qué medida está circulando el virus en una población determinada,” dice Ana Cecilia Espinosa, especialista en salud ambiental del Laboratorio Nacional de Ciencias de la Sostenibilidad en Ciudad de México. Una sola muestra, de más o menos un litro de agua residual, podría dar información sobre la infección en millones de personas.

La idea ha impulsado ya a grupos de científicos a proponer programas nacionales de monitoreo de aguas residuales como respuesta a la emergencia del COVID-19 en países como Estados Unidos, Reino Unido y Holanda.

Las iniciativas responden a varios descubrimientos que sugieren que rastros del SARS-CoV-2 se encuentran en las heces de pacientes con COVID-19, incluso antes de que desarrollen síntomas. A diferencia de los virus expulsados a través de la boca y la nariz, estos fragmentos parecen haber perdido su capacidad de infectar a otras personas. Son meros pedazos de ARN, el material genético del coronavirus, inocuos y útiles para detectar la presencia del patógeno en la gente.

Estos datos no nos dan pistas sobre quiénes ni cuántas personas están infectadas, pero algunos estudios sugieren que pescar el ARN del coronavirus en aguas residuales sí podría ayudar a las ciudades a prepararse para futuros rebrotes de COVID-19. En un análisis de seis municipalidades de la región de Murcia, investigadores españoles detectaron rastros del SARS-CoV-2 en muestras de agua tomadas entre una y dos semanas antes de que los primeros casos de contagio fueran reportados por las autoridades locales.

Este tipo de detección temprana ayudaría a coordinar distintas estrategias. “Nos da una ventanita de tiempo para actuar”, explica Espinosa. “Si yo encuentro [coronavirus en] una planta de tratamiento que recibe el agua de toda una delegación, entonces pongo en alerta las áreas hospitalarias de esa delegación o veo cómo las voy a reforzar”, asegurando que haya más camas y ventiladores disponibles, por ejemplo.

La detección temprana funcionaría como un termómetro, indicando cómo se va comportando la epidemia. Un nivel más bajo de partículas virales sugeriría que los casos van disminuyendo mientras que un nivel más alto sugeriría que la transmisión del virus no ha sido controlada.

En América Latina, esta herramienta podría complementar otras estrategias y ahorrar dinero al mismo tiempo. En Iztapalapa, una de las 16 delegaciones que conforman la Ciudad de México, se podrían hacer menos de 50 pruebas a las aguas residuales que llegan a las 21 plantas de tratamiento cercanas, según Espinosa. Eso sería más económico que testear a los casi dos millones de personas que viven en Iztapalapa.

“Este tipo de análisis los tendrían que absorber las ciudades o las delegaciones o el ámbito territorial del que estemos hablando. Sería como parte de los servicios que tendrían que estar integrados en los costos de operación y monitoreo de plantas de tratamiento,” dice Espinosa.

Otra opción sería hacer lo mismo a una escala más pequeña, monitoreando el agua que sale directamente de lugares donde un brote puede tener consecuencias muy serias, como prisiones, asilos de ancianos u hospitales.

Buscar patógenos en las aguas de desecho de nuestras ciudades no es cosa nueva. Pero aún quedan varias preguntas sobre cómo utilizar esta herramienta para el SARS-CoV-2. No existe una línea base que permita a los científicos usar como límite para saber cuándo están aumentando los contagios en la población. No sabemos cuántas muestras deberían de ser recolectadas ni qué tan frecuentemente debería hacerse. Y todavía hay incertidumbre sobre dónde debería de ser muestreada el agua (¿en plantas de tratamiento?, ¿en ciertos puntos del sistema de drenaje?, ¿en ambas?)

Una vez respondidas esas preguntas, el monitoreo de aguas residuales podría ofrecer un método económico para comprender la pandemia y estar al menos un par de pasos adelante del nuevo coronavirus.

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