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¿Una copa de vino para prevenir el envejecimiento?

Por mucho tiempo se ha repetido que el consumo moderado de alcohol tiene beneficios para la salud. Es creencia popular que algunas bebidas disminuyen el colesterol malo, previenen infartos o nos aportan antioxidantes. Sin embargo, la evidencia científica es poco concluyente. En este Comprueba te lo explicamos.

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Durante años, posiblemente décadas, hemos escuchado algunos beneficios del alcohol para la salud del ser humano: desde la prevención de infartos y enfermedades coronarias hasta la disminución de estrés. Algunos de esos beneficios han tenido el respaldo de publicaciones científicas por mucho tiempo. Pero recientemente han surgido investigaciones más rigurosas que concluyen lo que a no muchos les gusta escuchar: no hay pruebas contundentes de que el consumo de alcohol propicie beneficios a la salud.

En realidad, lo que hay son, por un lado, estudios elaborados en ratones en los que se ha probado que el consumo de alcohol sí puede aportar algunos beneficios a su salud, aunque no hay evidencia de ello en seres humanos. Y, por otro lado, hay suposiciones que relacionan al alcohol con una buena salud, pero que no toman en cuenta los estilos de vida, la dieta y las enfermedades previas de las personas que participaron en los ensayos clínicos.

Lo que sí se sabe, cada vez con más certeza, son los riesgos que propicia el consumo excesivo de alcohol. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, éste contribuye a 3 millones de muertes al año en el mundo, además de casos de discapacidad y aumento de la pobreza de millones de ciudadanos. En la población joven, de entre 20 y 39 años, el 13,5% de las muertes se atribuyen al consumo de alcohol. “En general, el uso nocivo del alcohol es responsable del 5,1% de la carga mundial de morbilidad”, concluye la organización. Además, como ya lo explicamos en Salud con Lupa, el consumo de alcohol está asociado con varios tipos de cáncer.

La mirada positiva hacia el consumo de alcohol proviene de estudios que datan de hace más de cuatro décadas y que han dado pie a muchos de los supuestos beneficios que se conocen hoy. Por ejemplo, tras una revisión bibliográfica de 1985, la investigadora de la Universidad de Pennsylvania, Cynthia Baum-Baicker, mostró que la literatura científica hasta ese momento indicaba que el consumo ligero y moderado del alcohol causaba impactos positivos en el ser humano.

Baum-Baicker concluía, con base en su revisión de literatura, que el alcohol podía reducir las enfermedades coronarias al aumentar los niveles de colesterol bueno, también decía que, al disminuir el estrés, el alcohol podía reducir los riesgos de cardiopatía. Además, dado que varios estudios sugerían que el alcohol mejoraba la tolerancia a la glucosa y la respuesta de la glucemia a los hidratos de carbono ingeridos, era posible recomendar los vinos secos no dulces y los licores en el tratamiento de la diabetes.

Hoy tenemos muchos más estudios y revisiones que muestran que la mayor parte de esa evidencia sobre las asociaciones entre el alcohol y el colesterol, las enfermedades coronarias, la diabetes y otros padecimientos, en realidad corresponde a estudios en su mayoría observacionales poco concluyentes.

“El alcohol tiene antioxidantes que previenen el envejecimiento”

Uno de los argumentos más favorables respecto al consumo de alcohol, específicamente de vino tinto, es su potencial antioxidante, gracias a que contiene polifenoles, un grupo de sustancias químicas que tienen más de un grupo fenol en su molécula y que suelen estar presentes en algunas frutas, verduras, cereales y leguminosas.

Un tipo específico de polifenoles, conocidos como flavonoides, que incluyen a la quercetina, la miricetina y el kenferol, capturan electrones desapareados de las especies reactivas de oxígeno (EOR o ROS, por sus siglas en inglés), tales como los iones de oxígeno o los radicales libres. Esto significa que los polifenoles pueden impedir que las EOR provoquen daño en las estructuras de las células, un daño conocido como estrés oxidativo.

Otro polifenol con gran poder antioxidante es el resveratrol, también presente en las uvas, los frutos rojos o los cacahuates, que producen las plantas cuando tienen que enfrentar algún patógeno, y que se cree que puede tener efectos positivos para reducir el alto colesterol o las enfermedades cardiacas, así como prevenir el envejecimiento.

Hay varios estudios que muestran beneficios de estos polifenoles en ratones. Por ejemplo, un artículo publicado en la revista Nature en 2009 muestra que “el resveratrol cambia la fisiología de los ratones de mediana edad con una dieta alta en calorías y aumenta significativamente su supervivencia”; también concluyen que el resveratrol aumenta la sensibilidad de los roedores a la insulina, aumenta el número de mitocondrias y mejora la función motora. “Estos datos demuestran que la mejora de la salud general de los mamíferos mediante el uso de pequeñas moléculas es un objetivo alcanzable, y apuntan a nuevos enfoques para el tratamiento de los trastornos relacionados con la obesidad y las enfermedades del envejecimiento”, afirman los autores.

Si bien la evidencia en ratones es convincente, hasta ahora no hay evidencia contundente de que estos polifenoles provean beneficios a los seres humanos. El médico internista del Centro Médico Beth Israel Deaconess, afiliado a Harvard, Kenneth Mukamal, dijo en una entrevista para la misma Universidad de Harvard que no hay ninguna evidencia de algún beneficio para las personas que toman suplementos de resveratrol. “Y habría que beber de cien a mil vasos de vino tinto al día para obtener una cantidad equivalente a las dosis que mejoraron la salud en los ratones”, dijo.

“El alcohol previene ataques al corazón y enfermedades coronarias”

La sospecha de que el consumo moderado de alcohol (menos de 12 gramos al día) puede prevenir enfermedades crónicas, como las enfermedades coronarias, proviene de la llamada “Paradoja Francesa”, planteada por la OMS en los años noventa, y que aseguraba que, a pesar de su alto consumo de grasas saturadas, la incidencia de enfermedades coronarias era menor en Francia que la de otros países occidentales debido, posiblemente, a su consumo de vino.

Incluso surgieron varios estudios observacionales como el de Crockett y colegas en 2011, que mostraban que el consumo moderado de alcohol estaba inversamente asociado con el cáncer rectal en hombres y mujeres, es decir, varias personas sin este tipo de cáncer tenían un consumo moderado de vino. Otro estudio de control de caso con 250 personas, publicado en 2012, sugería que, si bien había un efecto perjudicial en el consumo de alcohol en exceso, en cantidades moderadas éste “ejerce un efecto protector sobre el cáncer colorrectal”.

Pero, de nuevo, la evidencia no es convincente. "En muchos casos, es difícil desprender el efecto de los patrones de consumo de los tipos específicos de bebidas alcohólicas", explica. Por ejemplo, es más probable que las personas que beben vino lo hagan como parte de un patrón saludable, como beber una o dos copas con una buena comida. Esos hábitos -más que su elección de alcohol- pueden explicar su salud cardíaca”, explica Mukamal.

La mayoría de esos estudios no tomaron en cuenta muchos de los aspectos clave para determinar si el consumo de alcohol era en verdad la causa de esos aparentes beneficios a la salud o era en realidad el estilo de vida y la dieta de las personas analizadas lo que hacía la verdadera diferencia.

Prueba de ello son los estudios que muestran cero beneficios en el consumo del alcohol, como el que hicieron Richard Semba y colegas en 2014, al evaluar los posibles efectos del resveratrol en dos comunidades de Italia, a partir de medir las cantidades de esta sustancia en muestras de orina. En sus resultados, no encontraron ninguna relación entre las cantidades de resveratrol y las tasas de enfermedad cardíaca, cáncer o muerte.

“El alcohol reduce el colesterol malo”

Un sutil beneficio que es reportado en varios estudios es la asociación entre el consumo moderado de alcohol y el aumento de lipoproteínas de alta densidad (HDL), también llamado colesterol bueno, que se encargan de eliminar el exceso de colesterol malo (lipoproteínas de baja densidad, LDL), que es el que suele bloquear las arterias.

Aunque la evidencia no es consistente, algunos estudios recientes sí muestran que podría haber una asociación. Por ejemplo, un grupo de investigadores de Estados Unidos y China publicó un artículo en el American Journal of Clinical Nutrition en 2017, en el que analizaron a 71,379 personas sanas durante seis años (2006-2012) para ver de qué forma sus niveles de HDL se modificaban en función de su consumo de alcohol.

Sus resultados muestran que “en comparación con los que nunca beben, los exbebedores, y quienes tienen un consumo ligero, moderado y excesivo experimentaron descensos más lentos del colesterol HDL”. Entonces el alcohol no aumenta el colesterol bueno, pero parecería que sí hace que éste disminuya de manera más lenta, especialmente entre quienes consumen alcohol de manera moderada (excluyendo a la cerveza).

Sin embargo, los mismos autores reconocen que la investigación puede tener limitaciones debido a que no tomaron en cuenta la dieta de las personas participantes. “Dado que los bebedores moderados podrían seguir un patrón de dieta saludable, que se asocia con mejores perfiles lipídicos, podríamos haber sobrestimado la asociación entre la ingesta de alcohol y el cambio en las concentraciones de colesterol HDL a lo largo del tiempo”.

Varios de los artículos que estudian esta asociación hacen conclusiones parecidas: son estudios observacionales con limitaciones en los datos de los pacientes, o arrojan evidencia insuficiente para concluir algún beneficio.

“El consumo moderado de alcohol es bueno para la salud”

Sumado a todos estos argumentos, ha habido análisis que hacen una evaluación general sobre cómo ha afectado el consumo de alcohol a diversos grupos de población. Uno de los artículos más categóricos al respecto fue el publicado en The Lancet en agosto de 2018. Con base en los datos del Estudio de la Carga Mundial de Enfermedades, Lesiones y Factores de Riesgo (GBD) 2016, que incluyó información de 195 países en un periodo de 1990 a 2016, los autores del trabajo estimaron la carga a la salud del consumo de alcohol.

Sus resultados son demoledores: en 2016, el consumo de alcohol fue el séptimo factor de riesgo más importante tanto de muertes como de años de vida con discapacidad; fue la causa de la muerte de 2.2% mujeres y 6.8% hombres, con énfasis entre las personas de 15 a 49 años, para quienes el alcohol es la principal causa de años de discapacidad. “En esta población, el consumo de alcohol fue el principal factor de riesgo global en 2016, con un 3.8% de las muertes femeninas y un 12.2% de las masculinas atribuibles al consumo de alcohol”, dice el reporte. El grupo concluye que el nivel de consumo que minimiza el riesgo de un individuo es de 0 g de etanol por semana.

Es cierto que el alcohol puede ser una ruta para desestresarnos, socializar más fácilmente, u olvidarnos de nuestros problemas temporalmente, lo cual puede darnos la sensación de tranquilidad, felicidad y despreocupación. Pero el hecho de que sea un sedante liberador poco potente hace que las personas requieran concentraciones muy altas para poder sentir sus efectos de sedación o euforia, y entre más cantidades beban, más daños habrá en la función de varios órganos vitales. Por lo tanto, los beneficios temporales pueden convertirse en daños permanentes.

La diferencia respecto al pasado, cuando se creía que beber alcohol nos protegía de ciertas enfermedades, es que hoy tenemos más investigaciones que nos muestran que consumir alcohol, sobre todo si es de forma excesiva y frecuente, puede impactar negativamente en nuestra salud y que, conforme envejecemos, nuestra capacidad de metabolizar el alcohol disminuye. En resumen, si vas a tomar alcohol, asegúrate que sea en cantidades moderadas y de manera poco frecuente.

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