Cuando entran en un pabellón de proceso de parto de un hospital, las mujeres dejan de ser ellas. Se convierten en un número de paciente, un número de cama, un número de historia clínica y cuerpos a los que se les aplicarán procedimientos médicos de rutina. Algunas enfermeras, médicos e internos, suelen referirse a ellas así: “La pacientita N°X”. Como si esas mujeres a punto de parir no tuvieran nombres propios y el nacimiento de sus hijos no fueran experiencias únicas y sublimes para cada una.
La actriz y arquitecta peruana Sara Paredes fue una de esas mujeres que pasó por esos rígidos procedimientos estándares del sistema médico para traer a sus dos hijos al mundo. Sus experiencias de parto en dos hospitales distintos del Perú estuvieron muy lejanas a sus sueños y planes. Sara siempre fue una mujer sana y optimista que se preparó con mucho cuidado para tener a sus hijos en partos vaginales, pero en ambos oportunidades la sometieron a cesáreas que con el tiempo supo que no tuvieron suficiente justificación. Por varios años, ella enfrentó una depresión post-parto que ni su pareja ni su familia supieron comprender. Pero encontró en el teatro una terapia, una manera de curarse, de hablar de esas experiencias traumáticas y de explicarle al público sobre un tipo de violencia invisible y naturalizada contra las mujeres en los servicios de salud: la violencia obstétrica.
En el 2014, Sara Paredes empezó a escribir el guión de la obra que dos años después se llamaría La Pacientita Nº 4, un monólogo que es su terapia de curación y que permite ahora que varias mujeres empiecen a hablar de sus propios partos. Su primera presentación fue el 26 de noviembre de ese año, en el XIII Encuentro de Latinoamérica y el Caribe de Feminismo en Perú. Después de cinco años y de varias otras funciones realizadas, Sara conversa con Salud con lupa para contarnos cómo hacer esta obra de teatro la ayudó a procesar su dolor y a ayudar a otras mujeres a que compartan su historia.
¿En qué se basa o cómo nace La Pacientita N° 4?
Nace de mis dos experiencia de parto. Di a luz a mi primera hija en el hospital regional de Satipo y el segundo nació en el hospital Santa Rosa, de Pueblo Libre, en Lima. Fueron momentos muy traumáticos (...)Hacer esta performance de lo que viví fue como una terapia para botar todo el dolor.
¿Qué fue lo que pasó en tu primer parto?
En el año 2010, me embaracé y decidimos con mi pareja irnos a vivir a Satipo, la selva central del Perú, a una comunidad llamada Arizona Portillo, donde estaba el local descentralizado de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Ahí estaban trabajando un proyecto con la ONG Huarayo para formar a jóvenes asháninkas y nomatsiguengas en la docencia de Educación Intercultural Bilingüe. Nosotros los entrenamos en el trabajo de arte con pertinencia cultural.
¿Cómo querías que fuera tu primer parto?
Mi idea era tener un parto natural. Me imaginaba dando a luz agarrada de una rama o un árbol. Todo estuvo bien hasta la última semana de embarazo. Cuando viajamos a Satipo para que me hicieran una ecografía, nos encontramos a un médico obstetra de Ayacucho, un pariente lejano de mi pareja que nos recomendó con una amiga suya para que me la hiciera. La mujer hizo la ecografía y también me hizo un tacto vaginal de manera tan tosca que empecé a sangrar. Le pregunté qué me había hecho y me dijo que estaba sangrando porque tenía una infección (...) Me sentí muy mal, muy adolorida. A los dos días empezó el trabajo de parto, pero mi barriga todavía no bajaba. Después supe que ella me había roto el tapón mucoso (la barrera que cierra el cuello uterino) y por eso había empezado a sangrar.
¿Cómo diste a luz?
En el Hospital Regional de Satipo intenté estar tranquila. Mi pareja y yo pedimos que nos dieran un cuarto para los dos, para que yo pudiera hacer trabajo de parto respirando y cantando. Todo estuvo bien hasta que me rompieron el saco amniótico de manera artificial y el dolor se volvió más terrible. Me pusieron el monitor fetal y ahí vino toda la tortura. Me hicieron sentir mucho miedo, me decían que mi bebé estaba sufriendo, que se iba a morir a menos que me sometiera a una cesárea. No me dejaron en paz hasta que acepté la operación.
¿Cómo recuerdas lo que pasó después?
Cuando por fin me llevaron a la sala de operaciones, el anestesista me dijo que debía calmarme o me pondría una dosis más fuerte de anestesia. Yo me calmé, pero él me dijo que me veía agitada y que de todas maneras me puso más anestesia. Empecé a ver todo borroso. No podía mantener la vista fija en nada. Sentí como si viera imágenes de esos televisores malogrados donde todo aparece como rayado. En medio de eso, nació mi hija. Yo pedí que por favor me la dejaran cargar, pero me dijeron que no. Empecé a gritar su nombre muy fuerte y eso los obligó a traerla a mis brazos. Apenas pude darle la bienvenida y se la llevaron.
¿Te acuerdas cuál fue el motivo que te dieron para hacerte la cesárea?
Me dijeron que estaba haciendo sufrimiento fetal y que era un bebé macrosómico [que al nacer tiene un peso de 4 kilos o más]. Es cierto que pesó 4 kilos, pero cuando quedé embarazada por segunda vez, pregunté a un médico en Lima y me dijo que ese no era un motivo suficiente para hacer una cesárea.
¿Cómo te sentiste después?
Yo estaba con toda la rabia contenida. Me habían quitado mi momento soñado. He botado ahora muchas cosas con la performance que hice en el teatro, pero de todas maneras aún me mueve mucho.
¿Cuándo nació tu segundo hijo?
Amaru nació el 30 de abril de 2013.
¿Qué pasó en el nacimiento de Amaru?
Quise atenderme en la Casa Pakarii (servicio privado de atención de partos en forma natural). No teníamos dinero, pero le suplicamos a su directora que nos rebajara un poco el precio. Allí hice todos mis controles prenatales, pero la directora me dijo que para la fecha del nacimiento de mi hijo ella no estaría. Que me dejaría en manos de otras obstetras que siguen su enfoque. Pero mi pareja y yo nos dimos cuenta que no fue así.
¿Cómo terminaste en el hospital Santa Rosa?
En la Casa Pakarii no contaban con todas las herramientas para manejar la situación de mi parto. Y tuve otra vez el miedo de que le pasara algo malo a mi bebé. Fuimos al hospital Santa Rosa porque era el que estaba más cerca de mi casa. Allí ocurrió gran parte de lo que cuento en la obra. Desde que entré en el pabellón, me quedé sola, no dejaron que nadie de mi familia pase, no tenía donde sentarme en la sala de emergencia. Tuve que llenar varios formularios mientras tenía contracciones. Todo fue a punta de maltratos y nadie tuvo disposición de ayudarme.
¿Nada mejoró?
(...) Recuerdo que me colocaron desnuda en la camilla del quirófano y me pusieron anestesia epidural. Tuve pánico. Cuando empecé a orar un mantra del budismo, las enfermeras se empezaron a burlar de mí. Antes de empezar la operación, me ataron las manos y me dijeron que orinara en la mesa. Lo hice y llegaron otras enfermeras que me empezaron a decir que era una cochina.
¿Tu segundo bebé también tuvo que nacer por cesárea?
Sí. Después de la operación, supe que tampoco me lo darían y empecé a gritar su nombre: ¡Amaru! ¡Amaru! hasta que me lo dieron. Como estaba atada solo pude verlo muy rápido y se lo llevaron (...) No pude reclamar nada porque me sentía inhabilitada, anulada. Me había rendido y dejaba que hicieran lo que ellos quisieran. Yo solo quería que me dieran a mi bebé y salir de ahí.
¿La cesárea te dejó una complicación?
Una infección, pero nunca me dijeron cómo se había producido. No me explicaron nada más. Me dijeron que tenía una bacteria, pero no me dijeron cómo la contraje. El corte en mi abdomen estaba cicatrizando bien por fuera, yo me aseaba y soporté las curaciones de la herida. Pero algo pasó por dentro, algo no hicieron bien cuando me cerraron el corte y tuvieron que operarme de emergencia para limpiar la herida.
En la obra mencionas que después de esta operación de emergencia casi mueres...
Sí, después de la operación recuerdo haber sentido mucho dolor y haberle pedido a un grupo de enfermeras que me ayudara, pero se empezaron a reír. Lo siguiente que recuerdo es que me desvanecí. Cuando desperté el médico me dijo que casi me muero y que me quitaron el útero para - según ellos- salvarme. Ellos fueron los culpables.
¿Nunca denunciaste esto?
No
¿Por qué?
Porque estaba traumada, no quería saber nada de ellos. (...) Creo que está tan normalizado todo que te dicen “ya, ni modo, así es, pero tú eres fuerte y debes dejarlo atrás”. No se puede dejar atrás. No es fácil.
¿Cuándo fue entonces que pensaste en montar La Pacientita N°4?
Fue mucho tiempo después de mis dos partos (...) Quería remediar toda la sensación de fracaso que tenía.
¿Qué pensaste lograr con la obra? ¿Qué significó para ti?
Para mí ha servido como terapia, pero ha sido complicado hacer este personaje. De hecho, la mayoría de las veces que tengo que salir a escena no quiero hacerlo. Recuerdo todo y no puedo llorar, pero cuando va transcurriendo la obra siento que saco todo de mí. Al final, siento que es una batalla ganada, que pude enfrentarme nuevamente a ese momento. Sí, esa es la parte terapéutica, el poder enfrentar ese dolor nuevamente y salir victoriosa.
¿Quiénes te ayudaron a hacer La Pacientita #4?
En el 2014, Ana Correa, del grupo Yuyachkani, sabía lo que me había pasado y justo ella estaba trabajando en una acción escénica llamada “Parto de Pie”, que se basa en un libro sobre el parto de cuclillas o vertical de la investigadora Raquel Hurtado. Cuando esa doctora presentó su libro, estuve allí. Ana Correa nos convocó para montar esa obra. Fue bonito porque cuatro mujeres del grupo habíamos pasado por experiencias traumáticas durante nuestros partos. Recuerdo que en uno de los ensayos, yo estaba en la puerta del salón viendo cómo trabajaban las otras chicas y se me empezaron a caer las lágrimas. Entonces le dije a Ana que quería trabajar mi testimonio desde lo escénico y ella me respondió: ¡Hagámoslo!
¿Cómo trabajaste en el guión?
Lo hice con Miguel Rubio, de Yuyachkani. Él tiene un taller hermoso que se llama la memoria del objeto. Yo participé y llevé los dibujos que había hecho cuando estaba internada en el hospital, que son los que muestro en la obra. También llevé el poema, esa carta que leo en la obra. Y llevé la faja post cesárea que te venden afuera del hospital, que no sirve para nada. Con esos objetos puse mi primer eslabón. Me demoré mucho porque realmente es complicado escribir una experiencia así. En el 2016, Miguel se convirtió en mi asesor. Él adoptó el proyecto y le puso el nombre. Yo estaba buscando un nombre poético en quechua y él me dijo que le pusiera La Pacientita. Incluso, empezó a llamarme así. Al comienzo, a mí no me gustaba, pero terminé adoptándolo, dándole un significado.
¿Sientes que la obra puede ayudar mucho a otras mujeres?
Sí. He hablado con muchas mujeres a las que les pasó lo mismo que a mí y no han podido sacarse esa experiencia, no han tenido mi oportunidad de botar todo lo malo que les dejó. Una vez, en una presentación en Cusco en 2015, una chica del público me dijo: “Sara, gracias porque a mí me pasó lo mismo y por fin siento que alguien me entiende”. A esa chica le había pasado exactamente lo mismo en el mismo hospital. Entonces, yo también comprendí que no fui la única, que habían varias mujeres más. Por primera vez pensé en la violencia obstétrica como un problema global y supe que debía hacer algo.
¿Hacer La Pacientita N°4 te ha hecho recobrar fuerza?
Ha sido difícil, pero me ha ayudado. De hecho, no es hasta casi el final de la obra que digo que La Pacientita N°4 soy yo. Cuando escribí el guión, no era capaz de continuar sin llorar. Por eso, está escrita en tercera persona.
¿Cómo ha sido la recepción del público en todas las presentaciones?
Me di cuenta que debía incluir un momento para hablar con el público.
Cuando terminaba, las personas se acercaban a felicitarme y a contarme sus experiencias. Fue maravilloso. Todos tenían algo que decir, incluso hombres me decían que no sabían que existía la violencia obstétrica, no sabían que eso les pasaba a las mujeres cuando daban a luz. Entonces me di cuenta que debía agregar al final un momento de debate, un momento para conversar. La obra dura 40 minutos y sumé 15 minutos extra para el debate.
Sueles dar muchos datos científicos actualizados que pueden ser reveladores para el público...
Sí, voy recogiendo información. He hablado con expertos, intento también que las personas se lleven un dato útil de mi obra (...) Hoy en día parir es como ir a la guerra. Una mujer debe estar informada y siento que mi obra ayuda a eso.