Quizás la mayoría de nosotros vio por primera vez el mercurio en un termómetro. Ahora lo tengo enfrente en mayor cantidad, en una botellita plástica como las de alcohol medicinal. Sobre un fondo blanco tiene impresa la figura de un torero blandiendo su muleta roja frente a una figura oscura con cuernos. Entre los mineros auríferos, esta es la marca más popular: El Español.
Lo utilizan para extraer oro fino en los ríos y minas del norte del país: el mercurio, el único metal líquido a temperatura ambiente, tiene la cualidad de un imán para atrapar los minúsculos granitos dorados y formar una amalgama, una mezcla de mercurio y oro. Sin embargo, además de útil, es altamente tóxico para el medioambiente y el ser humano. En Bolivia, se ha demostrado que contamina ríos y enferma comunidades indígenas. Lo que muchos ignoran es que también envenena el aire de las ciudades de La Paz y El Alto, sin que las autoridades hagan algo al respecto ni se conozca la magnitud de la contaminación.
La calle Tarapacá está cerca al centro de la ciudad de La Paz, en una zona comercial donde los puestos de venta invaden las aceras y donde los vehículos atascados en el tráfico deben sortear a los peatones que buscan una forma de avanzar. Pero la Tarapacá tiene sus particularidades. Las aceras no están atiborradas de comerciantes, excepto por algunos puntos de la vereda donde hay puestos de venta de pollo crudo. Es una de las calles mejor vigiladas en toda la ciudad, con cámaras instaladas a cada paso, y es donde hay más oro y mercurio a la vista.
Las plantas bajas de los edificios están repletas de letreros: “SE COMPRA ORO”, “SE FUNDE ORO EN CUALQUIER ESTADO”, “HAY MERCURIO”. Esta calle es conocida por las incontables joyas expuestas en los mostradores. Aquí no solo venden mercurio para la minería, también lo queman en unos hornos artesanales, que arrojan la sustancia tóxica a través de sus chimeneas.
Aquí también llegan los mineros para comprar las botellitas de mercurio. Cada una contiene un kilo y cuesta unos 1.200 bolivianos (175 dólares); pero también se vende por gramos. El contenido se vacía en unas bolsitas de nylon o en otro recipiente.
“El mercurio es veneno”, me dice un hombre de más de 70 años que pasó casi toda su vida como joyero y conoce todos los compuestos utilizados en este oficio. Siente una especie de respeto-temor-precaución-desprecio por el mercurio. Dice que esto le ha permitido llegar sano a su edad, a diferencia de otros que no tuvieron la misma suerte.
“¿Y qué te hace el mercurio?”, le pregunto metiendo la cabeza por una ventana por la que atiende a sus clientes.
“¿Qué te hace el veneno?”, me devuelve la pregunta con ironía.
Mercurio esparcido en la ciudad
Cuando un horno funciona se oye el soplete alimentado por una garrafa y tanques de oxígeno. El vapor sale por las chimeneas que apuntan a la calle. Se eleva y se dispersa, se pierde de vista. Las paredes y letreros alrededor de estas chimeneas están teñidos por el uso constante.
Usualmente en estos hornos se funde oro, pero los mineros y comerciantes también llegan a esta calle con amalgamas recién salidas de las minas, unas pequeñas bolas plateadas que contienen oro en menos del 50% y el resto es mercurio. Estas se queman para evaporar la sustancia tóxica y quedarse con el oro puro.
“Sí, aquí quemamos oro con mercurio también. El costo depende de cuánto mercurio sea. A veces los mineros lo traen bien exprimido, otras está todavía aguanoso”, me explica una mujer en la calle Tarapacá.
“Cuando se quema mercurio sale harto humo, y obvio que es dañino. Estoy viendo de comprar unas máquinas que han venido a ofrecerme, que son una especie de microondas; entonces el humo ahí nomás se queda. Supongo que es más seguro”, me dice otro comerciante. Según una investigación realizada en Puno, Perú, hasta un 21% del mercurio que la minería expulsa al medioambiente es emitido en forma de vapor.
El veneno en estado gaseoso es inhalado por los fundidores, comerciantes y personas en los alrededores, pero también puede expandirse por toda la ciudad. El rango de alcance depende de varios factores, como la altura, el clima y las características del terreno donde se emite el mercurio.
De acuerdo con estos factores, el mercurio puede recorrer un rango muy amplio de distancias en la atmósfera; puede trasladarse unos pocos metros o alcanzar el “otro lado del mundo antes de que se deposite en el suelo o el agua”, señala una publicación de la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos (EPA). Al final, el mercurio puede caer en gotas de lluvia, polvo o simplemente por la gravedad, se añade en el artículo.
A dos kilómetros de distancia y a más de 4.000 metros sobre el nivel del mar, en el centro de la ciudad de El Alto, también se queman amalgamas de oro con mercurio. El vapor se eleva frente a una de las principales estaciones policiales de esta ciudad, la segunda más grande de Bolivia en población.
Sobre la calle Raúl Salmón, en la populosa zona de La Ceja, hay instaladas más de una decena de joyerías, muchas de ellas con hornos de fundición. “¿Mercurio con oro? No, aquí no quemo porque eso bota harto humo, todito lo llena y esto es espacio cerrado, no tengo chimenea”, me dice uno de los fundidores. “Tal vez más allá”.
A diferencia de la calle Tarapacá, en La Paz, aquí no se observan más de tres tiendas con chimeneas metálicas que sobresalen hacia la calle. “Sí, aquí te lo quemamos. No hay problema porque tenemos las chimeneas y todo se va nomás”, me dice un joven. “Pero volvé el lunes, porque la persona que funde no está ahorita”.
Venta sin registro ni precaución
Aunque hay vacíos legales, las normas bolivianas (DS 24176 y DS 24782) establecen que el mercurio es una “sustancia peligrosa”, y como tal toda persona que realice actividades de “suministro, transporte, almacenamiento, uso” y otras debe tener un registro y licencia otorgados por la “autoridad ambiental competente”. Para conseguirlos se necesitan diversos requisitos. Pero nada de esto se cumple.
Un reglamento de hace casi treinta años establece que es el Ministerio de Medioambiente el encargado de hacer cumplir estas normas; pero también entrega responsabilidades a los gobiernos departamentales y municipales.
Contradiciendo la norma, el viceministro de Medioambiente, Magin Herrera, me dijo que todo lo que tenga que ver con contaminación por mercurio dentro las ciudades es competencia de los gobiernos municipales y no del gobierno central. La respuesta fue rotunda y me la dio en dos ocasiones.
Por otro lado, intenté conversar con alguna autoridad de los gobiernos municipales de La Paz y El Alto para conocer su posición sobre la contaminación por mercurio que se da en estas urbes.
A través de una llamada telefónica, el secretario municipal de Agua y Saneamiento de El Alto, Gabriel Pari, me dijo no saber que en la calle Raúl Salmón se quema amalgamas de oro con mercurio, pero que lo verificará ya que controlar cualquier tipo de quema contaminante en su jurisdicción está dentro sus responsabilidades.
La autoridad añadió que, en cuanto al transporte, almacenaje y comercialización de mercurio en su municipio no existen normas específicas que le permitan regular estas actividades. “Corresponde que el Gobierno central emita las disposiciones pertinentes para supervisar esto y tener mayor control, pero la verdad, si lo hace, tendremos 10 mil mineros marchando por las ciudades”, anticipó.
Por parte de la Secretaría Municipal de Gestión Ambiental de La Paz, aunque en un principio se me garantizó una respuesta, al final no se contestó a nuestra solicitud.
A pesar de los riesgos que implica para la salud, el mercurio también se vende por gotas y en bolsas de plástico.
“No, no se pide ningún registro para vender el mercurio”, me dice una señora, en la calle Tarapacá.
“Te puedo vender algunas gotitas”, me dice otra cuando le digo que me gustaría comprar un poco. Abre la botellita con las manos desnudas, saca una bolsa nylon pequeña y con mucho cuidado, para no desperdiciar nada, agita la botellita El Español y hace caer las gotas dentro la bolsa. “Ya está, eso serían 18 pesitos”.
La puerta de ingreso del mercurio son las ciudades de La Paz y El Alto. A estas llega más del 90% del mercurio que recibe el país, el cual además está entre los dos importadores más grandes del mundo de esta sustancia, según una investigación con datos de 2018 realizada por el Centro de Información y Documentación Bolivia (Cedib).
La misma investigación apunta que el mercurio llega en envases enlatados de 34,5 kilos, con un valor aproximado de 34.500 bolivianos (5.022 dólares) cada uno. Aquí, en las ciudades, se distribuye en las botellitas blancas con la popular marca El Español.
El comercio de mercurio está fuera de control. Un informe de la Defensoría del Pueblo emitido en mayo de este año establece que las autoridades no saben, o dicen no saber, cuáles son las vías de almacenamiento, distribución, y disposición final del mercurio.
Supuestas estafas tras la distribución del mercurio
Entre 2014 y 2018, al menos el 50% de las importaciones de mercurio a Bolivia estaba en manos de tres actores: Paloan SRL, Insumer Bolivia SRL, y Juan Orihuela Mamani Import-Export. En ese periodo, estas empresas ingresaron como mínimo 341 toneladas de la sustancia para la minería aurífera por un valor de 11,3 millones de dólares, de acuerdo a la investigación del Cedib. Pero estas empresas o ya no existen, o al menos no pueden ser halladas en el país con facilidad. Sus teléfonos no suenan. En algunos casos, sus oficinas fueron abandonadas hace varios años; en otros, ni siquiera hay certeza de que alguna vez estuvieron allí.
Pedí a la Aduana Nacional la lista de los nuevos importadores de mercurio en los últimos años, pero hasta el cierre de esta edición no recibí una respuesta.
No obstante, las botellitas blancas que circulan por la Tarapacá conducen a personas vinculadas al Perú, algunas de ellas con antecedentes sombríos. La marca El Español parece no pertenecer a una sola empresa, pues es usada por distintos importadores.
En algunas botellitas aparece el correo electrónico de Percy Fernández Vitorino, quien estudió en Perú. En 2018 importó 690 kilos por 20.700 dólares, según el Cedib. Se excusó de conversar conmigo con un corto mensaje de email: “Hola, estoy enfermo y no me encuentro en La Paz”.
En otras botellitas figura el correo de la empresa Alvior Bolivia SRL, la cual no respondió a las solicitudes de información que envié por email. Tampoco la pude encontrar en la dirección que declara. Allí la dueña de casa me dijo que la empresa se marchó hace años, al parecer de vuelta al Perú. Buscando más datos de esta compañía en internet encontré un documento que me conduciría a una mujer de 53 años.
Ella me espera en su departamento, ubicado en el quinto piso de un céntrico edificio en La Paz. El espacio apenas alcanza para esta mujer delgada, su hija de 12 años, y tres perros a los que rescató de la calle.
Hace 18 años esta mujer, Angélica Evelyng Uzin Vargas, viuda de Bass, conoció a la familia Torres Rojas y desde entonces su vida dio un vuelco. En 2004 ella se mudó a un edificio donde conoció a Luis Orlando Torres Vega, su esposa Olga Violeta Rojas de Torres, su hijo Aldo Orlando Torres Rojas y al resto de esta familia de nacionalidad peruana. Ellos importaban mercurio con la empresa Alvior Bolivia SRL.
Casi de inmediato se hicieron amigos, pues compartían incluso la misma religión. Así, cuando ella recibió una gran noticia, no dudó en compartirla con sus nuevos vecinos: su hijo había obtenido una herencia de casi medio millón de dólares de su difunto padre, de nacionalidad suiza. Los Torres Rojas aprovecharon la oportunidad y le dijeron que ese dinero podría multiplicarse si lo invertía en el lucrativo negocio del mercurio; todo esto de acuerdo a la versión que Angélica me da y a su testimonio plasmado en documentos judiciales, ya que no pude encontrar a los denunciados para conocer su relato de los hechos.
“Ellos decían que iban a hacer un horno en El Alto, que traerían la materia prima desde México (sulfuro de mercurio), y que allí lo procesarían para convertirlo en su forma líquida y luego venderlo a las cooperativas mineras”, me explica Angélica, a quien le ofrecieron importantes ganancias mensuales. “Tenían sus oficinas por la Terminal de Buses. Alvior vendía mercurio no solo en La Paz, sino en Oruro y Potosí, tenían una gran clientela”, añade.
Angélica Uzin les entregó en total 480.000 dólares, pero nunca recibió las ganancias prometidas. En 2016, cuando cayó en la cuenta de que no recuperaría el dinero, hizo una denuncia penal, pero para entonces la familia Torres Rojas ya había salido del país rumbo a Perú.
En 2021, a través de un edicto, se imputó por estafa a los tres integrantes de la familia Torres Rojas, pero también se investigaba a Óscar Omar Mogollón Villalba, quien según el testimonio de la denunciante fue mano derecha de la familia Torres Rojas y colaboró con la estafa. Busqué a esta persona en la dirección de domicilio que figura en el edicto para conocer su versión de los hechos, pero no tuve éxito.
El mismo año se ordenó la captura de los integrantes de la familia peruana. Sin embargo, en diciembre del 2021, se conoció una resolución de sobreseimiento en su favor emitida por la Fiscalía de La Paz con el argumento de que “no se colectaron suficientes elementos de convicción” para demostrar que los involucrados hubieran adecuado su conducta al ilícito investigado”. Mogollón también fue excluido del proceso penal.
Angélica Uzin lamenta que se haya tomado esta decisión pues asegura que se recolectó la evidencia para demostrar que sí hubo una estafa. Ella añadió que Mogollón aún está en contacto con sus antiguos socios y ahora representa a Alvior, empresa que, desde las sombras, seguiría distribuyendo mercurio en la calle Tarapacá.
Enfermedades que se callan
“La gente no suele hablar de sus enfermedades, pero yo he conocido a muchos que han muerto callándoselas. El tema es sus pulmones, se les perfora”, me dice el anciano joyero en su taller de la Tarapacá. “Pero míreme a mí, más de 70 años y sigo sano. Yo no me meto con el mercurio. Vienen a ofrecerme, pero este lugar es pequeño y no da para meterse con ese veneno. Por eso sigo así, a mi edad”.
Más allá, en otro negocio sobre la misma calle, una mujer afirma: “Algunos logran hacerse curar, otros ya no regresan. Se mueren nomás”.
Por varios años, en la Tarapacá, joyeros, comerciantes, y fundidores han estado expuestos a diversos gases tóxicos. Día a día el humo sale por las chimeneas, los gases se inhalan, el mercurio se evapora y el oro queda.
“Algunos tienen problemas de la vista, lo más frecuente es el tema de los pulmones. Eso es por lo que inhalan, hay varios gases, pero lo más peligroso es el mercurio”, me dice otra joyera, con tono de resignación.
Estudios académicos realizados en Costa Rica y Colombia evidencian que el vapor de mercurio puede afectar la vista y el sistema respiratorio. La exposición al vapor de mercurio puede producir desde temblores, cambios emocionales, insomnio y un desempeño pobre en evaluaciones de función mental, hasta daños en los riñones, insuficiencia respiratoria y la muerte, de acuerdo a la EPA.
En el caso de mujeres embarazadas estos efectos pueden traspasarse al feto y el recién nacido puede desarrollar problemas cognitivos e incluso defectos físicos.
El riesgo no solo está en el aire impregnado con mercurio, sino también en el contacto que se tiene con las botellitas blancas al repartirlas al menudeo o al manipular las amalgamas. El mercurio también se absorbe por la piel, puede afectar el sistema neuronal y provocar erupciones y dermatitis, añade la agencia estadounidense.
Eso lo pude comprobar cuando sostuve una botellita de “El Español”. Horas después tenía los dedos de la mano derecha llenos de heridas minúsculas de color rojizo, como un sarpullido a causa del mercurio.
No existe un registro sobre las enfermedades o muertes causadas por esta sustancia, porque sobre eso hay silencio. Además, los fundidores y comerciantes están también expuestos a otras sustancias tóxicas que pueden afectar sus pulmones y la visión, sostiene el médico inmunólogo Roger Carvajal.
Para él, el intenso brillo de los metales al momento de la fundición puede ocasionar daños en la vista, si es que no se usa la protección adecuada. Asimismo, el bórax, sustancia que se utiliza en la fundición de oro, podría ocasionar problemas en los pulmones si es inhalado.
Nadie habla de las penurias por el oro, solo de las ganancias. En el país el negocio va viento en popa. Cada vez más gente se dedica a la minería aurífera por la falta de otras alternativas de trabajo, las ventajas impositivas que le otorga el Estado boliviano y los altos precios que el metal cotiza en el exterior.
Desechos peligrosos
Cuando pregunté en la Tarapacá cómo podía deshacerme de las gotitas de mercurio que había comprado, me dijeron que las tirase por el inodoro, “y ya está”. Eso se va al río, y después a las aguas que se utilizan para regar alimentos que son distribuidos en la ciudad, así que no consideré la sugerencia.
Llamé a La Paz Limpia, la empresa encargada de la limpieza y gestión de residuos en la ciudad, pero me dijeron que ellos solo se encargan de residuos comunes y patógenos. Me sugirieron llamar a una oficina, la cual me derivó a la Secretaría Municipal de Gestión Ambiental y allí a varios funcionarios hasta llegar a uno que nunca contestó mis llamadas ni mensajes de WhatsApp.
¿Qué ocurre con los cientos, miles de botellitas de mercurio El Español que se venden en la Tarapacá? ¿Qué pasa con todo el mercurio en estado gaseoso que sale por las chimeneas en esta calle? Si como dijo Lavoisier, el padre de la química, la materia no desaparece, tal vez las calles de La Paz y El Alto ya estén llenas de mercurio.
Con la colaboración de Yenny Escalante
Este reportaje es parte de Historias Saludables, un programa de capacitación y apoyo para producción de historias periodísticas en salud y medio ambiente, liderado por Salud con lupa con el apoyo de Internews.