Por primera vez en una importante conferencia climática de las Naciones Unidas, la salud humana ha surgido como un tema principal. Es un replanteamiento que pone en primer plano los efectos duraderos y de largo alcance del cambio climático.
Aunque la salud se ha abordado en las conferencias desde incluso la primera cumbre ambiental de la ONU en 1992, nunca antes había tenido un papel tan central. El Acuerdo de París de 2015, el acuerdo global entre naciones para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, fue anunciado principalmente como un momento ambiental histórico.
Sin embargo, “el Acuerdo de París no es un tratado ambiental”, dijo María Neira, directora del Departamento de Medioambiente, Cambio Climático y Salud de la Organización Mundial de la Salud. “Es un tratado básico de salud pública”.
Existe un conjunto de investigaciones cada vez más grande que muestra que el cambio climático está contribuyendo a una amplia gama de riesgos para la salud en todo el mundo. Está agravando las olas de calor, intensificando los incendios forestales, aumentando los riesgos de inundaciones y empeorando las sequías. Todo esto, a su vez, aumenta la mortalidad relacionada con el calor, las complicaciones del embarazo y las enfermedades cardiovasculares. Y como suele ocurrir con muchas cosas relacionadas con el clima, los riesgos y daños son en particular graves en lugares que tienen menos capacidad de respuesta.
También hay una cascada de consecuencias indirectas para la salud que amenaza con desmoronar décadas de progreso en la mejora de la calidad del agua y la seguridad alimentaria. Un suelo más seco puede contribuir a la desnutrición. Las temperaturas más cálidas y los niveles cambiantes de humedad pueden expandir los hábitats ideales para mosquitos portadores de dengue o malaria, garrapatas portadoras de la enfermedad de Lyme y los patógenos que causan enfermedades como el cólera y la fiebre del valle.
Al mismo tiempo, dos años de lucha contra la pandemia del coronavirus le ha subrayado a los políticos la importancia de la salud como una prioridad nacional y mundial.
Por razones como estas, la comunidad de la salud ha elaborado una estrategia en la que si logra que las personas sean el rostro del cambio climático —en lugar de los iconos ambientales tradicionales, como los osos polares o los bosques— los líderes políticos podrían estar más dispuestos a tomar medidas.
En los meses previos a la conferencia de Glasgow, conocida como COP26, las principales organizaciones de salud pública, las publicaciones médicas y las organizaciones profesionales publicaron una serie de informes y editoriales que situaron la salud en el centro del problema climático. Una carta firmada por organizaciones que representan a 47 millones de profesionales de la salud a nivel mundial declaró a la crisis climática como “la mayor amenaza a la salud que enfrenta la humanidad”. La Organización Mundial de la Salud estima que entre 2030 y 2050, al menos 250.000 muertes adicionales ocurrirán cada año como resultado del cambio climático.
En una señal del énfasis puesto en la salud este año, 15 países, incluyendo Irlanda y Mozambique, ya han realizado importantes promesas de descarbonizar sus sistemas nacionales de salud.
“Este año representa un salto cuántico en la forma en que se trata el tema de la salud en la COP”, dijo Josh Karliner, director internacional de programación y estrategia de Health Care Without Harm, una organización que ha hecho esfuerzos para reducir la huella ambiental del sector médico.
En todo el mundo, los proveedores de atención médica han dicho que ya están viendo los efectos del cambio climático en sus pacientes, así como en la capacidad de los hospitales para continuar brindando atención durante condiciones climáticas extremas. Al mismo tiempo, ha aumentado la conciencia sobre la contribución del propio sector de la atención de la salud a las emisiones de gases de efecto invernadero.
Dificultades para brindar atención
Los hospitales de todo el mundo se han visto muy afectados por el clima extremo y cada vez se enfrentan más a la realidad de que no fueron diseñados para la intensidad de las tormentas, el calor y otros desafíos que se están volviendo más comunes. Las inundaciones mataron a varios pacientes con COVID-19 en un hospital en México. Varios hospitales de la India sufrieron graves inundaciones. Mientras ardían incendios forestales en la costa oeste de Estados Unidos, los hospitales luchaban por mantener la calidad del aire interior. Un huracán arrancó el techo de un hospital rural de Luisiana.
Durante la ola de calor del noroeste del Pacífico de este verano, Jeremy Hess, profesor de Medicina de Emergencia en la Universidad de Washington, estaba trabajando en el Departamento de Emergencias del Centro Médico Harborview, el centro de traumatología de más alto nivel para varios estados. Hess ya había trabajado en los departamentos de emergencia durante sucesos con gran número de víctimas, pero la ola de calor dejó una impresión mayor.
“Era más sostenido”, dijo. “Era una emergencia ambiental que no se detenía”.
Durante días, los pacientes llegaron con quemaduras de tercer grado en los pies por caminar sobre asfalto caliente, dijo. Muchos murieron por causas relacionadas con el calor incluso antes de llegar al hospital. Los médicos hicieron grandes esfuerzos para tener bolsas para cadáveres llenas de hielo en las camillas.
Los hospitales de la región sufrieron otros tipos de problemas. Providence, una importante organización de atención médica en el occidente, no tenía camas disponibles en sus departamentos de emergencia que abarcaban la parte norte del estado de Washington hasta el sur de Oregon. Un hospital tuvo que cerrar su unidad psiquiátrica para garantizar que hubiera suficiente energía eléctrica en las partes más críticas del edificio.
Esa semana se reportaron más de mil visitas de emergencias relacionadas con el calor en el noroeste del Pacífico, un enorme incremento en comparación con las menos de diez visitas ocurridas durante el mismo periodo en 2019. Los investigadores descubrieron que una ola de calor tan intensa habría sido prácticamente imposible sin la influencia del cambio climático provocado por los humanos.
Es poco probable que las cargas sanitarias se compartan de forma equitativa.
En septiembre, un informe de la Agencia de Protección Ambiental reveló que, aunque todos los estadounidenses se verán afectados por el cambio climático, lo más probable es que las minorías enfrenten más riesgos para la salud. Por ejemplo, los afroestadounidenses tienen un 40 por ciento más probabilidad de vivir en las zonas con mayores incrementos en la mortalidad debido a las temperaturas extremas.
“Las mismas comunidades vulnerables que fueron afectadas de forma desproporcionada por el COVID-19 están sufriendo un daño desproporcionado por el cambio climático”, escribió en un correo electrónico John Balbus, director interino de la Oficina de Cambio Climático y Equidad en Salud del Departamento de Salud y Servicios Humanos de Estados Unidos.
Los hospitales como contaminadores
Mientras tanto, ha habido un reconocimiento cada vez mayor dentro de la industria de la salud de sus propias contribuciones al cambio climático.
Se estima que el sector de la salud representa cerca del 5 por ciento de todas las emisiones globales de dióxido de carbono. Parte de eso proviene de alimentar a los hospitales y clínicas que consumen mucha energía las 24 horas del día, pero la mayoría —un estimado del 70 por ciento— está relacionada con su cadena de suministro y la energía requerida para producir, distribuir y desechar las máquinas, productos farmacéuticos y equipos utilizados a diario.
Durante la última década, 43.000 hospitales y centros de salud en 72 países se han inscrito en Global Green and Healthy Hospitals, una red de organizaciones cuyo objetivo es reducir su impacto ambiental.
“Es una tendencia”, dijo Alison Santore, directora de defensa y sostenibilidad de Providence, la cadena de hospitales, que forma parte del grupo de hospitales ecológicos. “Pero cuando miramos el conjunto nos damos cuenta de que sigue siendo la minoría de hospitales”.
El año pasado, en medio de la pandemia, Providence se comprometió a ser carbono negativo para 2030, lo que significa que la compañía apunta a eliminar más dióxido de carbono de la atmósfera del que agrega.
Los centros de salud y los hospitales consumen 2,5 veces más energía que otros edificios. Las habitaciones y los pasillos están llenos de computadoras y máquinas. Muchos artículos en los hospitales son de un solo uso para prevenir infecciones. Se estima que los hospitales producen entre 13 y 20 kilogramos de desechos diarios por paciente.
“Estamos convocados a sanar y sin embargo, estamos dañando el medioambiente”, dijo Santore.
Muchos proveedores de atención médica también se están dando cuenta de que los gases de efecto invernadero se pueden encontrar donde menos los esperas. Por ejemplo, los ingredientes principales de las herramientas médicas esenciales como los gases anestésicos y los inhaladores, son en realidad potentes gases de efecto invernadero, como los hidrofluorocarburos.
Sin embargo, a pesar de sus propios esfuerzos, los líderes del cuidado de la salud señalan que será difícil para la industria lograr objetivos de neutralidad de carbono sin cambios que están fuera de su control, como una mayor disponibilidad de energía renovable en la red eléctrica.
La quema de combustibles fósiles le cuesta a la sociedad 5 billones de dólares en el tratamiento de enfermedades crónicas y la contaminación del aire provoca 7 millones de muertes prematuras cada año, dijo Neira, quien agregó que “la sociedad debe sopesar eso también”.
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