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Cuerpos rotos, vidas por reparar

El surfista que tal vez no pueda volver a subirse a una tabla

[Hanns Licera Pajuelo, 24 años]

Desde los 16 años, Hanns Licera tiene la determinación de conquistar el mar. Es sobre las aguas montado en una tabla a la espera de una ola que la vida le resulta más emocionante. Tras varias privaciones pudo comprarse un wetsuit el año pasado y su primera tabla hace un par de meses. Si de lunes a viernes se la pasaba estudiando ingeniería geográfica en la Universidad Federico Villarreal y haciendo un trabajo eventual, los fines de semana los reservaba para cruzar la ciudad desde San Juan de Lurigancho, donde vive, hasta la Costa Verde. Incluso en los últimos meses de la cuarentena.

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El buzo de surf que hace pocos meses se compró Hanns Licera para disfrutar del deporte que más lo relajaba.
Foto: Omar Lucas

Hace un mes Hanns ni siquiera puede ponerse de pie. Debe ayudarse con unas muletas a las que todavía no se acostumbra. Hace un mes una bala le perforó la rodilla derecha en una de las manifestaciones contra el brevísimo gobierno de Manuel Merino. Al salir, el proyectil dañó el cóndilo medial, una superficie imprescindible para la articulación de su rodilla. “No sé si mi ligamento está roto. No sé si quedaré igual”, dice Hanns, acariciándose el yeso, en su sala.

A unos pasos se encuentra su hermano menor, Julio, de 19 años, con quien salió a marchar el 14 de noviembre. Fue por pensar en él que se descuidó, en el cruce de las avenidas Abancay y Nicolás de Piérola. Ambos estaban socorriendo a los demás manifestantes, con vinagre y agua con bicarbonato. Pero en un instante se perdieron de vista. Fue allí que los policías abrieron fuego, y Hanns solo atinó a tirarse al suelo. Ya conocía el dolor de un perdigón de goma. Le había caído uno en la rodilla izquierda un rato antes. Pero sudó frío cuando vio caer gente al lado suyo. Se acordó de Julio y se paró para buscarlo. Volteó el rostro en dirección a los policías para protegerse, pero de inmediato sintió un impacto en la rodilla. Cuando bajó la vista tenía el pantalón reventado y ensangrentado.

Unos muchachos lo cargaron hasta la esquina de la Corte Superior de Justicia. Luego una ambulancia lo llevó hacia una carpa de salud mientras él seguía pensando en su hermano. Lo pusieron sobre una camilla. En ese momento aparecieron dos policías que comenzaron a grabarlo y tomarle muchas fotos. Se asustó. Pensó que lo iban a detener. Pero se fueron ante los gritos de la gente. Recién en el Hospital Loayza se reencontraría con su hermano Julio, quien acabó la jornada ileso. Doce días permaneció en el área de Traumatología.

A causa de su convalecencia, Hanns perdió un trabajo temporal en la Municipalidad de Magdalena donde se dedicaba a revisar declaraciones juradas. Concluyó, eso sí, el noveno ciclo de ingeniería geográfica para alivio de su madre. Hace poco su familia organizó una pollada para gastos que no fueron contemplados en el SIS como el cambio de yeso. “No me gusta sentirme una carga”, repite. En enero le harán una resonancia magnética para determinar el estado de sus tendones y ligamentos. Le causa ansiedad saber si podrá volver a subirse a una tabla, y gozar de esa sensación sublime de domar una ola después de haber sido revolcado por ella. Levantarse por sí mismo para intentarlo una vez más.

Coordinación y edición general: Fabiola Torres / Texto: Renzo Gómez / Fotografías: Omar Lucas / Edición de videos: Jason Martínez


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