Es casi la hora del almuerzo y en el local multiusos Santa María, en San Juan de Lurigancho, un voluntario llega con comida para los niños y para las mujeres que los cuidan ocho horas diarias de lunes a viernes como parte del programa Cuna Más. Mientras las cuidadoras reciben las mochilas con los alimentos, algunos niños las rodean. Uno de ellos pone una mano en la reja de madera que separa la guardería del exterior, mira a la calle y dice, como preguntando: “¿mamá?¿mamá?”. Sus ojos revelan que quiere llorar.
Mabel Olivera, una cuidadora de 43 años, va a su lado. Los niños ya están siendo convocados para lavarse las manos y almorzar, pero este pequeño permanece junto a la reja. Mabel no se desespera. Lo llama, trata de hacerlo reír, le canta, lo carga. En sus brazos, el niño se calma. Su mirada se fija otra vez en la calle, donde espera ver a su mamá. Luego, sus ojos vuelven a Mabel. Apoya su cabeza pequeña en el hombro de la cuidadora. Fuera de su hogar, ese es probablemente uno de los lugares donde encuentra más seguridad.
Las experiencias en la primera infancia marcan el desarrollo cerebral de un niño o niña y afectan su salud, aprendizaje y comportamiento de por vida, señala el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef). El trato que los niños reciben de sus padres, madres o cuidadores puede potenciar su desarrollo o ponerlo en riesgo. Es una de las cosas más importantes que Mabel Olivera ha aprendido en los 16 años que lleva como cuidadora del programa Cuna Más (antes Wawa Wasi).
—A veces, en nuestra ignorancia, pensamos ‘qué va a entender, no entiende’. Pero eso no es cierto. Los niños entienden y hay que tener paciencia para conversar, para interactuar con ellos, darles confianza —nos dice Mabel.
Hay evidencia científica que respalda esa afirmación. La serie de investigación “Apoyando el desarrollo en la primera infancia: de la ciencia a la aplicación a gran escala”, publicada en 2016 en la revista The Lancet, resaltó la importancia del cuidado cariñoso y de intervenciones multisectoriales en salud y nutrición para el desarrollo temprano de los niños y niñas, especialmente en sus primeros tres años de vida. “La experiencia que influye más en el desarrollo de los niños pequeños es el cuidado cariñoso y sensible que le procuran sus padres, otros familiares, sus cuidadores y los servicios comunitarios”, señalaron los investigadores. Para ese fin, explican, las familias necesitan apoyo: recursos materiales y económicos, políticas nacionales, licencias de paternidad remuneradas y diversos servicios como salud, nutrición, educación y protección.
En Perú, una de las formas en las que el Estado responde a esa necesidad es el Programa Nacional Cuna Más, gestionado por el Ministerio de Desarrollo e Inclusión Social. Fue creado en 2012 sobre las bases del programa Wawa Wasi y ofrece a familias en situación de pobreza los servicios de cuidado diurno en zonas urbanas y de acompañamiento familiar en zonas rurales. En ambos casos, la población beneficiada son niños y niñas entre 6 y 36 meses de edad.
Cuna Más funciona bajo un modelo de cogestión: El Estado otorga financiamiento y capacitación a organizaciones comunales y son los miembros de la comunidad quienes brindan los servicios del programa en la modalidad de voluntariado, recibiendo solo una propina. Esto significa que las mujeres dedicadas al cuidado de los niños en los centros de Cuna Más —conocidas como madres cuidadoras— no tienen un contrato, un sueldo o beneficios sociales. Una situación que resulta en constante cambio de personal.
El caso de Mabel Olivera resulta una de las pocas excepciones a la regla. Empezó a desempeñarse como madre cuidadora en 2006, cuando el programa aún se llamaba Wawa Wasi. Desde entonces, ha tenido a su cuidado a más de un centenar de niños y niñas en la etapa más importante de sus vidas: la primera infancia.
—Es emocionante cuando empiezan a caminar, cuando empiezan a hablar, cuando te dicen “mamá”. Ahora veo a esos jovencitos de 15 años que yo he cuidado, los encuentro en la esquina, me reconocen y me saludan. “Señora, tú me has cambiado los pañales, así me contó mi mamá”, dicen. Me da mucha alegría, me siento contenta —ríe Mabel.
Hoy tiene 16 años de experiencia cuidando niños, pero cuando empezó en el programa Wawa Wasi solo tenía de su lado la experiencia de ser madre primeriza y buena voluntad. En ese momento, a sus 27 años, no sabía que cumpliría un rol clave en el desarrollo de varias generaciones de niños y niñas.
La primera infancia: una oportunidad
Existe un consenso en las políticas públicas de Perú respecto al período que comprende la primera infancia: desde el embarazo hasta los cinco años de edad. En ese rango de tiempo, se considera de especial importancia el período conocido como los primeros mil días, que incluyen el embarazo y los primeros dos años de vida. “Es un período donde el desarrollo neurológico es muy acelerado. Se calcula que en estos años de vida se forman mil nuevas conexiones neuronales por segundo. La actividad de formación del cerebro es intensa y definitivamente está marcada por las experiencias positivas o negativas que vive el niño o la niña”, explica María Elena Ugaz, oficial de Desarrollo Infantil Temprano y Nutrición de Unicef Perú.
Todo lo que una persona haga en sus primeros años de vida, y los factores a los que sea expuesta en su entorno, tienen un impacto en su crecimiento y desarrollo posteriores. “Desde el punto de vista biológico, social, psicológico, hay diferentes momentos en los que es más propicio el desarrollo. Los conocemos como ventanas de oportunidad, y la primera infancia es una gran ventana de oportunidad”, señala el psicólogo social Diego Portillo, especializado en desarrollo infantil temprano.
Los conceptos técnicos sobre desarrollo neurológico y cognitivo eran ajenos a Mabel Olivera cuando empezó a ser cuidadora en el programa Wawa Wasi. Como muchos padres y madres, sus decisiones de crianza no estaban basadas en una teoría o una técnica estudiada, sino en el ejercicio mismo del cuidado. Cuando pasó a hacerse cargo de niños y niñas ajenos en las guarderías del Estado, sintió que “había ido a la guerra sin armas”. Pero cada día de trabajo como cuidadora la hizo más experimentada, sobre todo cuando el programa pasó a ser Cuna Más y los actores comunales empezaron a recibir capacitaciones.
—Ahora converso con las mamás, sobre todo las más jovencitas. Les digo que lleven a sus hijos a su control, que se preocupen por su alimentación. Hay que ayudar, más aún cuando están con anemia, es una preocupación. Les digo “tienes que darle de lactar al niño para que pueda sobresalir” —cuenta Mabel.
La salud y la nutrición son factores importantes para que un niño o niña alcance el mayor potencial de desarrollo humano. Como explica Diego Portillo, si un niño pequeño tiene anemia, hay menos posibilidades de que su desarrollo neuronal sea óptimo y más adelante puede tener problemas en relación a retención de memoria, concentración o incluso crecimiento del cuerpo. Se trata de un problema grave: la malnutrición afecta el desempeño académico de un niño y las oportunidades laborales que pueda tener siendo adulto. Para los niños que vienen de familias de pocos recursos, esto significa menos probabilidades de salir de la pobreza, o como lo decía Mabel, sobresalir.
La serie “Apoyando el desarrollo en la primera infancia: de la ciencia a la aplicación a gran escala” encontró que alrededor de 250 millones de niños que viven en países de ingresos bajos y medianos están en riesgo de tener un desarrollo inadecuado debido a su situación de pobreza y retraso en su crecimiento. Sin embargo, las trabas en el acceso a una buena salud y nutrición no son el único peligro para la primera infancia. A través de encuestas realizadas en 15 países entre 2010 y 2011, los investigadores también identificaron otros factores que suman riesgos para el desarrollo infantil. Por ejemplo, el maltrato físico a los niños de dos a cinco años. En esas situaciones, observaron, la estimación del porcentaje de niños en riesgo aumentaba de forma drástica.
Un estudio más reciente, realizado por investigadores de la Universidad de Harvard, apunta a que los golpes como forma de castigo a los niños pueden afectar el funcionamiento de su cerebro, generando que sean más susceptibles a desarrollar desórdenes de ansiedad y depresión, además de tener más dificultades para su desarrollo socio-emocional y desarrollo cognitivo. Efectos similares se observaron en casos de maltrato severo y abuso sexual.
“La negligencia extrema y la violencia causan un deterioro muy importante del desarrollo cerebral. Y no solo la violencia expresada en golpes o gritos, sino los entornos violentos, donde los adultos que viven con los niños tienen una dinámica de relación violenta. Para el desarrollo del niño se necesita un entorno afectuoso, cariñoso, responsivo”, afirma María Elena Ugaz.
El cuidado cariñoso es parte del enfoque de cuidado para el desarrollo infantil planteado por Unicef y la Organización Mundial de la Salud (OMS). Se promueve que los cuidadores actúen de forma positiva frente a las señales que les dan los niños y niñas, interactuando con ellos con sensibilidad y a través del juego. En ese sentido, un cuidado de calidad puede empezar con la respuesta que un padre, madre o cuidador da a las necesidades del niño.
Como explica María Teresa Moreno, educadora y docente especializada en desarrollo infantil temprano, una respuesta rápida permite que el niño o niña se sienta seguro. “Desde el cambio de pañales hasta el momento en que uno le hace dormir, los cuidados son como una capa, un soporte que el niño va recibiendo. Así va desarrollando un apego seguro”, sostiene. Es la seguridad en su cuidador o cuidadora lo que permite a los niños desarrollarse con autonomía. El psicólogo Diego Portillo lo explica con este ejemplo: un niño que empieza a caminar, se aleja, se da la vuelta o se cae, y luego regresa caminando hacia su mamá. “Sabiendo que su madre o su cuidador principal está en un lugar al que puede volver de manera segura, el niño puede echarse a andar si quiere. Eso es importante porque le permite avanzar de forma segura, pero también autónoma”, comenta. Es una de las lecciones que Mabel Olivera tiene presente después de 16 años como madre cuidadora.
Muchas veces, cuando los niños y niñas son nuevos en Cuna Más, se sienten abandonados cada vez que mamá o papá los deja en la mañana. Lloran, se frustran, gritan, pelean con otros niños. Mabel siempre recomienda que los padres conversen con sus hijos, que los preparen antes que empiecen como usuarios del programa. Tienen que saber que su familia regresará por ellos cada día, que son queridos y que pueden sentirse seguros donde estén porque sus padres —y también las cuidadoras de Cuna Más— están pendientes de ellos.
—Hay que enseñarle a los niños que sean independientes y creo que eso empieza desde el juego. Nosotros no vamos a decirles ‘oye, juega esto, haz esto’. Los niños encuentran con qué jugar y es muy rico observarlos, ver que hacen —asegura Mabel.
La comunicación y el juego son justamente los pilares del enfoque de cuidado para el desarrollo infantil. “Estas son oportunidades de aprendizaje para que el niño pueda ir avanzando en sus competencias y capacidades de acuerdo a sus niveles de desarrollo. Es importante generar un entorno que le permita al niño jugar y que un adulto pueda interactuar, jugar, comunicarse con el niño de forma afectiva”, señala la oficial de Unicef Perú, María Elena Ugaz.
En las guarderías de Cuna Más, los niños y niñas son agrupados según edades. Si tienen entre 6 y 18 meses, estarán en una sala de bebés y gateadores. De 19 a 36 meses, estarán en una sala de caminantes y exploradores. Las madres cuidadoras como Mabel tienen actividades que el programa planifica para cada día, como contarles cuentos o cantar. Sin embargo, la mayoría del tiempo prima el juego libre. Unas niñas eligen jugar con bloques en el piso, otros niños juegan a servir comida de juguete, una niña se sienta con un peluche. Las cuidadoras los observan, los ayudan y también se dejan guiar en los juegos de los niños. Se escuchan risas, balbuceos, grititos. Esa dinámica, que aparentemente no sigue una lógica, es una oportunidad de aprendizaje, señala el psicólogo Diego Portillo.
“A veces en los espacios de cuidado podemos ver a los niños haciendo cada uno una cosa diferente, porque hay energías distintas, o a veces se confluyen de tal manera que todos son parte de un juego muy natural y organizado, o más bien desorganizado, entre ellos. No es una pérdida de tiempo, no es un juego sin sentido. Hay que darles la oportunidad de crear ese espacio y fluir”, explica.
Lamentablemente, no todos los padres dedican tiempo a crear esos espacios con sus hijos. Puede ser que no siempre estén conscientes de la importancia del juego, pero hay una traba más grande: la necesidad de trabajar, dentro o fuera de casa, más las preocupaciones del día a día, hacen difícil manejar el cuidado de los niños, peor aún disfrutarlo. Esta realidad se hizo más evidente con la llegada del coronavirus en nuestras vidas.
Cuidar a las cuidadoras
Cuando inició la cuarentena por la pandemia de covid-19 en nuestro país, los centros de Cuna Más cerraron y los servicios empezaron a brindarse a distancia. Los siguientes dos años, Mabel Olivera y otras madres cuidadoras empezaron una dinámica distinta, llamando a los padres a diario para saber cómo estaban, y enviándoles mensajes por WhatsApp con información sobre alimentación saludable, desarrollo infantil temprano, juegos o salud mental. A veces daban recomendaciones de materiales para usar con sus hijos, otras veces hacían el rol de consejeras, escuchando a los padres desahogarse.
—Muchos habían perdido a sus familiares o se sentían agobiados. Ellos salían a trabajar y de pronto empezaron a pasar tantas horas con sus hijos… a algunos les ha chocado. Estaban estresados, ansiosos. Tratábamos de reconfortarlos y empoderarlos, que tomen conciencia de lo necesario que es el juego con los niños y prestarles tiempo —cuenta Mabel. Ella y sus compañeras también tuvieron que enfrentar cambios, pasando de tener contacto diario con los niños a comunicarse con los padres a través del celular y llevar capacitaciones por Zoom.
Ahora, a casi tres años desde el inicio de la emergencia sanitaria, muchos servicios públicos han retornado a la normalidad, pero el 80% de las guarderías de Cuna Más aún no atiende de forma presencial. Para los padres, y sobre todo para las madres que aún asumen la carga principal de las labores de cuidado, la falta de las guarderías del Estado se traduce en dificultades para conseguir un empleo o estudiar. Y esas circunstancias, como todo lo que ocurre en su entorno, también afectan a los niños y niñas.
En mayo de 2021, la Fundación Baltazar y Nicolás, la Pontificia Universidad Católica del Perú y Copera Infancia realizaron una encuesta dirigida a padres, madres, familiares o no familiares que participaran en el cuidado de un niño o niña, para evaluar el impacto de la pandemia en indicadores de desarrollo infantil y en el estado emocional de los cuidadores. Más del 90% de las personas encuestadas eran madres. El estudio identificó que 8 de cada 10 cuidadoras y cuidadores tenía uno o dos indicadores de ansiedad. Además, se observó que 49% consideraba que desde el inicio de la pandemia era más difícil ser cuidadora, y que 34% tenía un indicador de dificultades para afrontar la tarea parental, sin contar con un adecuado soporte.
Estos resultados van de la mano con los resultados del estudio que el Ministerio de Salud y Unicef Perú realizaron en 2020 sobre la salud mental de los niños, niñas y adolescentes en el contexto de la covid-19. Tres de cada diez niños, niñas y adolescentes presentó algún riesgo de problemas de salud mental. Además, seis de cada diez niñas y niños de un mes a 17 meses presentó problemas emocionales o de conducta.
“El impacto que ha tenido la pandemia en la salud mental de los cuidadores inevitablemente ha repercutido en los menores en la casa. Tenemos población vulnerable que vive en situación de pobreza, hay familias con niños con discapacidad, población migrante que tiene circunstancias más complejas, con trabajo informal. En muchos casos se ha reducido el ingreso de las familias y tenemos datos de 51% de familias viviendo en inseguridad alimentaria”, apunta María Elena Ugaz.
Cambiar estas situaciones, que afectan a los niños y niñas, al igual que a sus cuidadores, no depende solo de luchas individuales, sino de cambios estructurales. Como explicamos al inicio del reportaje, la evidencia apunta a la necesidad de políticas nacionales que garanticen condiciones óptimas para el cuidado. Una de las propuestas más recientes del gobierno en ese ámbito es la creación de un Sistema Nacional de Cuidados.
El cuidado como derecho
El proyecto de ley presentado por el Poder Ejecutivo en julio de este año reconoce la existencia del derecho al cuidado, los derechos de las personas cuidadoras y de las personas que requieren cuidados; y plantea el rol que debe tener el Estado, desde distintos ámbitos, para garantizar esos derechos.
“El reconocimiento del derecho al cuidado y la constitución del Sistema Nacional de Cuidados van a constituir dos hitos muy importantes. Primero, que logremos alcanzar la igualdad de género y que reconozcamos el aporte de las mujeres en la economía del país. Segundo, es una respuesta del Estado ante la exigencia que tienen personas en situación de dependencia para recibir cuidados en condiciones dignas”, señala Silvia Camarena, directora de la Dirección General de Igualdad de Género y no Discriminación del Ministerio de la Mujer.
Como resalta la funcionaria, el derecho al cuidado tiene tres dimensiones: 1) el derecho de las personas a recibir cuidados de calidad, con respeto a su dignidad y promoviendo su autonomía; 2) la provisión de cuidados en igualdad de género, garantizando la disponibilidad de tiempo, servicios y recursos para hacer el trabajo de cuidado; y 3) el derecho de las personas al autocuidado, que incluye la profesionalización de las cuidadoras y el impulso de la empleabilidad de estas personas.
La idea es clara: cuando se mejoran las condiciones de las personas cuidadoras, se mejora la calidad del servicio para quienes reciben el cuidado. Un criterio que podría ser aplicado a la situación de las cuidadoras del Programa Nacional Cuna Más.
De acuerdo a una encuesta realizada por el Instituto de Estudios Peruanos por encargo de Oxfam Perú y el Centro de la Mujer Peruana “Flora Tristán” en 2021, en el 82% de los hogares en el Perú, son las mujeres quienes asumen la mayor parte de labores domésticas y labores de cuidado, actividades que no son remuneradas. En los servicios de cuidado que provee el Estado a través de Cuna Más, el panorama no es distinto. Como su nombre lo anticipa, las madres cuidadoras son siempre mujeres. Ellas trabajan ocho horas diarias atendiendo a niños y niñas en el período más importante de sus vidas, y no reciben salario. Tampoco tienen asegurada una pensión. Al ser consideradas voluntarias, solo pueden recibir una propina que no llega a la mitad de un sueldo mínimo.
—Es poquito lo que nos dan de estipendio y quizá por eso es más difícil conseguir cuidadoras que duren. Entran, pero al mes o dos meses se van — comenta Mabel Olivera.
En noviembre, la exministra de la Mujer, Claudia Dávila, fue clara sobre ese punto. “Este servicio [Cuna Más] no respeta los derechos de las mujeres que están trabajando ahí, y necesita una repensada. Un servicio de cuidado eficiente, que responda a las necesidades de la población vulnerable y de las mujeres que trabajan en él tiene que empezar a reconocer estos aspectos”, dijo durante el conversatorio “Trenzando Cuidados”, organizado por Oxfam Perú.
Se espera que la creación del Sistema Nacional genere cambios en este programa del Estado. Según explicó Silvia Camarena a Salud con lupa, el sistema va a propiciar de manera progresiva la generación de un vínculo laboral con las proveedoras directas de cuidado, para que se reconozca su labor y puedan gozar de derechos como cualquier otro. Pero para eso, el proyecto de ley debe aprobarse y reglamentarse. Lamentablemente, después de seis meses, la propuesta aún no ha pasado al Pleno del Congreso. Ni siquiera se ha votado en las comisiones de Mujer y Constitución, donde fue derivada.
Mientras tanto, Mabel Olivera y más de 8 mil madres cuidadoras en todo el país, siguen brindando por el Estado un servicio invaluable y no remunerado. Según difunde el mismo programa Cuna Más, hay evidencia internacional de que por cada dólar invertido en primera infancia se estima un retorno de 4 a 9 dólares. En los últimos diez años, esa inversión se ha visto reflejada en infraestructura, en materiales y también en capacitación. Aspectos muy importantes, pero que no resuelven las necesidades de las mujeres que hacen posible el cuidado de la primera infancia. Un trabajo que, como cualquiera que tenga a su cargo un niño sabe, no es nada sencillo.
—En las ocho horas que pasamos con los niños, nos volvemos mamás, profesoras, enfermeras, amigas. Nos volvemos unas niñas más jugando con ellos y nos olvidamos de los problemas —dice Mabel, quien ha tenido más de uno en los 16 años que lleva en Cuna Más. Pero, como ella dice, sus problemas dejaron de parecerle graves cuando vio las experiencias de las madres que tenían a sus hijos en el programa: víctimas de maltrato, desesperadas por no tener qué dar de comer a su familia, sin apoyo de un esposo, con niños con discapacidad, sin recursos.
Son mujeres como Mabel quienes se hacen cargo del cuidado de la primera infancia, y la gran mayoría no puede hacerlo en condiciones dignas. Crear un sistema que las reconozca y les dé soporte es un paso importante para garantizar que los niños y niñas de nuestro país alcancen su máximo potencial.
Este reportaje forma parte de las investigaciones que realiza Salud con lupa con apoyo del Pulitzer Center y la beca Early Childhood del Dart Center for Journalism and Trauma.