Salud mental

¿Cómo se forma a un bully?

Aunque desde hace unos años hablamos constantemente del bullying, nos hemos concentrado sobre todo en el castigo al agresor mas no en el origen de la violencia. Es ahí donde puede radicar un verdadero cambio.

Bullying

Cuando hablamos de bullying, casi siempre dentro de un ámbito escolar, estamos hablando esencialmente de violencia. Por eso, para poder analizar el problema necesitamos comprender primero que el bullying es una situación que excede las aulas de un colegio y las relaciones entre niños y adolescentes. El acoso, la intimidación o bullying, al ser expresiones de violencia, son un problema social. Y debemos abordarlo con todas las complejidades que eso implica.

Empecemos por lo básico: un bully no es bully simplemente porque quiere. La evidencia indica que, en la mayoría de los casos, los comportamientos violentos se aprenden. Un menor los puede adoptar porque los ve en casa, en la escuela, en el barrio, en las películas, etc. Esto no quiere decir que todas las personas que vean comportamientos violentos o que reciban violencia la vayan a replicar. Adicionalmente, existe también cierta evidencia que respalda la idea de que algunas personas podrían tener una predisposición neurobiológica para desarrollar comportamientos impulsivos, lo cual podría llevar a la violencia. Como todo en salud mental, es importante recordar la multi causalidad de diversos fenómenos.

Aun así, el mayor respaldo de la investigación sobre la violencia apunta a un aprendizaje. Albert Bandura, psicólogo canadiense y profesor de la Universidad de Stanford, realizó uno de los estudios más citados sobre los comportamientos violentos. Se trata del experimento del “muñeco bobo”. Este consistía en colocar dentro de una sala de juegos a un niño y a un adulto. Ambos jugarían con lo que tienen al alcance. En un momento, el adulto comenzaría a tratar violentamente a un muñeco inflable que estaba en el salón. Mitad del grupo de estudio haría la prueba con un adulto que golpearía al muñeco y la otra mitad con un adulto que jugaría sin violencia. Después, los niños ingresarían solos al salón de juegos y se observaría cómo eligen jugar con el muñeco inflable. Los resultados demostraron que los niños que habían visto a un adulto golpear al muñeco, hicieron lo mismo.

Desde el experimento de Albert Bandura en los años sesenta hasta la práctica clínica contemporánea, es innegable que muchos de los comportamientos violentos se aprenden, y más aún cuando las personas reciben esa violencia no como parte de un experimento sino como su cotidianidad en casa. Sea violencia física, verbal, psicológica, o sexual, quienes observan o reciben violencia, presentan una gran disposición a replicarla. En nuestro país, la violencia intra familar tiende a ser trans generacional, en ese contexto, podemos encontrar a padres y madres que ejercen violencia hacia sus hijos pues ellos la recibieron también. Esta tendencia puede ir hacia varias generaciones del pasado, y replicarse también a las siguientes si es que no se realiza un trabajo para detenerla.

Entonces, ¿es posible que un estudiante que ejerce bullying hacia otro en la escuela lo haga por que es víctima de violencia en casa? Por supuesto que sí, por ello, deja de ser sorprendente (aun cuando inesperado), que muchos chicos que ejercen bullying puedan tener la misma o mayor ideación suicida que las víctimas a quienes agreden, pues realmente están replicando lo que observan pero no pueden hacer en sus hogares. Según el Journal of Adolescent Health, más de la mitad de casos de bullys en las escuelas ha reportado un intento de suicidio o práctica de autolesión. La violencia con la que tratan a otros es la misma con la que se tratan a ellos mismos frente a emociones desbordantes.

El problema es estructural y no de casos aislados.

No obstante, estas explicaciones no son (y nunca serán) una justificación para que alguien ejerza bullying o cualquier otro tipo de violencia, mas bien, configuran un sistema de comprensión que debemos conocer para poder encontrar la solución más apropiada, que incluya las áreas de salud mental, física, legal y organizacional que sean necesarias.

¿Cuál es el riesgo de castigar sin comprender?

Además de ser una solución aislada y no integral, el solo castigar al bully sin entender el por qué de su comportamiento puede reforzar más aún la violencia, pues no se le está dando el espacio para que él mismo o ella misma puedan entenderlo. Esta violencia puede muy fácilmente continuar en su vida adulta, llevándole a maltratar a su cónyuge, hijos, etc, haciendo que este ciclo continúe de manera crónica. Por eso, si se detecta, la conducta violenta es algo que debe tratarse en la infancia. Según Andrew Solomon, profesor de psicología de la Universidad de Columbia, la conducta violenta en los niños suele ser un síntoma de depresión que los adultos pasan por alto. “Un niño deprimido puede manifestar síntomas internos como la tristeza y el desgano, pero un niño deprimido también puede manifestar síntomas externos como la violencia y la rebeldía. El problema es que se les suele castigar por ellos en lugar de buscarles ayuda profesional”, explica Solomon.

Por ello, en lugar de observar los comportamientos de acoso de manera independiente o aislada, es recomendable analizar el sistema y la realidad en la cual se están presentando. En estudiantes de las escuelas, esto amerita observar, como mínimo, la institución educativa, la familia y contexto inmediato (vecindario, etc.), pues la mejor forma de prevenir la violencia no se limita al castigo, sino a un trabajo integrado que incluya la comprensión y la prevención en todos los niveles. No olvidemos que por más que estemos acostumbrados a pensar en un bully como alguien que hace sufrir a otros, en la mayoría de los casos el agresor es también alguien que está sufriendo. La violencia no se detiene con más violencia.

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