Salud mental

Necesito dejar de pensar

Evitar emociones o experiencias dolorosas no siempre es malo, pero hacerlo de forma constante sin darles un espacio en nuestra vida puede tener consecuencias a largo plazo.

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Aunque es normal intentar alejar emociones o recuerdos difíciles de experimentar, la evitación experiencial suele ser dañina cuando se vuelve una práctica constante y habitual.
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Desde el inicio de los tiempos el ser humano ha demostrado una tendencia a evitar las emociones que lo alteran. El hombre de las cavernas, por ejemplo, solía huir de los leones para salvar su vida y para liberarse del miedo que lo invadía. Al mismo tiempo que aprendió a resguardarse del peligro, aprendió también a sacarse el espanto de encima. A partir de entonces, el impulso natural a evitar ciertas emociones ha servido para mantenernos a salvo o protegernos de escenarios que amenazan nuestro bienestar. Desde la necesidad de olvidar una experiencia traumática, como un accidente o una agresión sexual, hasta la inclinación de callar un fracaso profesional que nos avergüenza. Aunque es normal intentar alejar emociones o recuerdos difíciles de experimentar, este mecanismo de defensa suele ser dañino cuando se vuelve una práctica constante y habitual. Un acto, casi siempre involuntario, que nos desconecta finalmente de nuestra amplitud emotiva.

A menudo, cuando algo nos atormenta íntimamente, pensamos que lo correcto es tratar de evadirlo para no sentirnos mal. En una sociedad acostumbrada a privilegiar el placer y la felicidad, los momentos de tristeza, ansiedad o amargura son vistos como «negativos», poco útiles y, en algunos casos, como indicios de debilidad. Esto nos ha hecho creer que una persona invulnerable a las lágrimas es más fuerte que otra que se quiebra con facilidad. Que mantenernos ocupados en el trabajo es la mejor forma de no pensar en lo que sentimos. O que los lamentos que no buscan solucionar un problema son sólo una pérdida de tiempo. Más allá de la invalidación emocional que suponen estas conductas de escape, lo cierto es que los sentimientos no deben censurarse como si fueran experiencias incapaces de aportar un significado, una profundidad y un aprendizaje a nuestras vidas. En realidad, los pensamientos y recuerdos que más solemos evadir son por lo general los que más nos importan, y dejarlos de lado implicaría correr el riesgo de apartar vivencias esenciales que nos constituyen como personas.

En la década del noventa, un grupo de psicólogos puso nombre a estos comportamientos de evasión y escape: evitación experiencial. Se trata de un mecanismo psicológico cuyo objetivo es evitar conectarnos con experiencias emocionales, cognitivas o corporales que no hemos podido resolver y que, al intentar taparlas, suelen perpetuar paradójicamente el problema que nos afecta o provocar uno nuevo. Por ejemplo, tratar de no sentirse ansioso puede prolongar e intensificar la ansiedad en lugar de disiparla. Las consecuencias de no transitar por estas regiones espinosas son variadas y casi siempre implican algún tipo de depresión o alteración emocional. Según un estudio de la Universidad de Iowa en el 2010, eludir emociones incrementa con los años la probabilidad de generar conductas agresivas. Una investigación del 2014 encontró que un grupo de niños que había sufrido abuso sexual era más propenso a desarrollar estrés postraumático si evitaba hablar de lo sucedido. Para Robin Kowalski, profesor de psicología en la Universidad de Clemson en Carolina del Sur, inhibir nuestros conflictos internos suele ocasionar efectos negativos no sólo porque nos impide nombrar y señalar un problema, sino sobre todo porque no nos permite llegar a la raíz profunda del mismo. En el fondo, la ecuación parece tener siempre la misma estructura: mientras más evitamos lo que nos duele o incomoda, la angustia enterrada crece en silencio hasta explotar de alguna forma imprevista.

Cuando vivimos experiencias que nos abruman lo saludable es utilizar una variedad de recursos psicológicos como afrontar, negociar, meditar, evaluar, pedir ayuda, buscar apoyo emocional o solicitar un servicio de psicoterapia. Esto nos brindará la capacidad de movernos de forma flexible y adaptarnos a una realidad que naturalmente nos cuesta atravesar. La evitación experiencial puede aplicarse en ciertos momentos, sobre todo para atenuar algún malestar específico, pero resulta perjudicial como mecanismo único de afrontamiento. Además, es necesario considerar el hecho de que evitar conectarnos con una experiencia dolorosa demanda una alta energía física y mental que, al cabo de un tiempo, puede desembocar en cansancio crónico, falta de energía o insomnio.

Aunque mirar dentro de uno mismo es un ejercicio arduo y complejo, la gran mayoría de investigaciones coinciden en que hacerlo mediante la aceptación psicológica —el polo opuesto a la evitación experiencial— es el mejor camino para empezar a recuperarse. Esto significa conectarnos con lo que ha sucedido sin invalidar las emociones ni juzgar lo que pensamos, sino más bien vernos con paciencia, generosidad y comprensión. Después de todo, acostumbrarnos a transitar por territorios ariscos y sinuosos nos prepara ante las crisis, nos enseña a lidiar con la tempestad y nos permite sobreponernos con mejor espíritu al infortunio. En 2019, el comediante Stephen Colbert habló en una entrevista sobre el accidente de avión que mató a su padre y a dos de sus hermanos cuando él tenía diez años. Luego de décadas de rumiar su tristeza, Colbert dijo que había aprendido a «amar lo que más deseaba no hubiera sucedido». «Cuánto anhelo no haberlos perdido en ese accidente, pero si estoy agradecido por mi vida, tengo que estarlo por todo, incluido el sufrimiento», remarcó. Al fin y al cabo, en eso consiste afrontar y aceptar lo doloroso: en abrazar nuestras heridas hasta que podamos verlas con ternura y sin temor.

Ejemplos de evitación experiencial y aceptación psicológica

EVITACIÓN EXPERIENCIAL ACEPTACIÓN PSICOLÓGICA
1. No hablo con esa persona pues me recuerda lo que pasó. 1. Me comunico con esa persona de manera esporádica, pues sé que lo sucedido es algo real y que quizá amerite ayuda.
2. No miro su dormitorio para evitar pensar que falleció. 2. Ingreso, a veces, a su dormitorio, me permito sentir sin invalidar mis emociones y busco ayuda y afecto de seres queridos.
3. Soy workaholic para no darme cuenta de lo mal que me siento. 3. Dejo algunas actividades de lado para darme tiempo en pensar sobre mí y resolver aquello que me genera sufrimiento.
4. Salgo con mis amigo/as a muchas fiestas y conozco gente nueva para olvidar el dolor de mi ruptura de pareja. Trato de obligarme pensando: “Ya fue”, “que venga alguien más”. Borro sus fotos, boto sus obsequios, etc. 4. Me permito recordar y ser vulnerable para poder reconstruirme por mí mismo/a y seguir con mi vida de forma real.
5. Luego de una crisis familiar (fallecimiento, separación, etc.), busco ayuda profesional para miembros de mi familia, pero dejo en claro que yo estoy bien, que debo ser fuerte para los/las demás y que no muestro cómo me siento. 5. Soy auto compasivo conmigo/a mismo/a, reconociendo que yo también soy parte de esta familia y que también necesito ayuda. Busco validar mis emociones y las de los demás para apoyarnos mutuamente de forma genuina.
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