“Tengo que poder con todo sola”, es el peligroso mantra con el que crecí y que me acompañó en cada etapa de mi vida. La idea de que pedir ayuda era sinónimo de debilidad siguió a mi lado incluso después de colapsar física y mentalmente.
Pero esto no fue algo que nació conmigo. Es una creencia que se construyó a partir de lo que escuchaba y veía a mi alrededor: personas normalizando sufrir en voz baja, sin avisar y fingiendo que todo estaba bien.
Y así se convirtió en mi modo de vida. Cuando me perdía por no encontrar una calle y todavía no existía el internet en los celulares, prefería dar mil vueltas antes que aceptar que no sabía donde estaba parada. Y si algo se me rompía, barría los restos, los desechaba y seguía sin mirar atrás.
Hice lo mismo cuando lo que se rompió fue mi estabilidad. Oculté por meses que no la estaba pasando bien porque pensaba que podía atravesar por mi cuenta ese dolor. Que quizás si salía lo suficiente al parque, conversaba con una amiga o comía algo rico, podría superarlo.
Pero la realidad me golpeó. Nada de eso era suficiente. Me hacía falta tocar aquella puerta de la que estaba huyendo por tanto tiempo. Me hacía falta ir a terapia.
Dar ese primer paso, aceptar que a veces no voy a poder con todo y que eso no determina mi valor como persona, fue lo más difícil. Entender que soy humana y no una superheroína (y que tampoco tengo por qué serlo). Desaprender esa idea de autosuficiencia que sigo viendo con frecuencia en redes y que se disfraza de empoderamiento, ha sido de los más grandes retos que he tenido que superar.
Pero una vez que recibí ese salvavidas y tuve la fuerza para mostrarme vulnerable, ya no hubo vuelta atrás. Una vez que encontré la corriente terapéutica que me hace bien y a una persona cálida, divertida y empática que me ha podido brindar un espacio seguro, logré entender el efecto que la terapia puede tener en las personas.
Porque, como me gusta decir, encontrar al psicólogo correcto se parece un poco a encontrar el amor. Sin conexión, no hay mucho que se pueda hacer, incluso si el estilo de terapia se adecúa a tus necesidades (porque hay muchos y muy diferentes y cada uno tiene un uso específico).
Comencé esta aventura hace cuatro años y puedo decir que la terapia no solo cambió mi vida, también me salvó y me dio recursos para lidiar con mis emociones de manera sana y herramientas de afrontamiento para situaciones complicadas. Básicamente ahora tengo un manual de supervivencia o un botiquín de primeros auxilios al cual aferrarme en medio de una crisis.
Estos son algunos aprendizajes que me dejó la terapia y que llevo conmigo a todas partes:
- El progreso no es lineal.
- Los pensamientos no son hechos.
- Todo lo que siento es válido.
- Hay cosas que no puedo cambiar.
- Es importante hacer una cosa a la vez.
No creo que todos tengan que ir a terapia, pero sí creo que los que lo necesiten, merecen poder acceder a un servicio de calidad, que los ayude a tiempo y que no juzgue su historia ni sus errores, como el que yo encontré. Es nuestro derecho.