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¿Afecta el cambio climático nuestra forma de comer?

Sí, y lo notaremos aún más en el futuro. Factores como la ausencia de lluvias y las temperaturas extremas condicionan la cantidad y calidad de alimentos a nuestra disposición.

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El maíz requiere riegos constantes durante todo el proceso del cultivo, pero es en el período vegetativo (desde que se siembran las semillas hasta que surgen los primeros brotes) cuando el déficit hídrico por sequías reduce su rendimiento.

A raíz de sucesos como la pandemia del Covid-19 y la guerra entre Rusia y Ucrania, encontramos cada vez más el término “seguridad alimentaria” en informes burocráticos y en las noticias. Es cierto que suena a una expresión lejana y dura, pero vale la pena familiarizarse con ella pues nombra una necesidad básica del ser humano: el derecho a poder acceder a la alimentación. La seguridad alimentaria hace alusión a la capacidad de un país para garantizar alimento nutritivo y accesible para toda su población y sin interrupción.

Por eso, los eventos coyunturales influyen en la seguridad alimentaria de manera inmediata y evidente. Por ejemplo, la pobreza, los conflictos sociales o la escasez de agua. Sin embargo, hay otro factor más silencioso que año tras año aumenta el riesgo de hambre extrema y mala nutrición en el futuro: el cambio climático.

Aunque aún no existen estudios suficientes que especifiquen y midan el vínculo entre cambio climático y seguridad alimentaria, un grupo de científicos y profesionales advierten que es necesario buscar solución a problemas, como la variación del ciclo de lluvias y las temperaturas extremas, con la misma urgencia con la que buscamos alimento cuando sentimos hambre. Estos factores ya están disminuyendo la cantidad y calidad de los alimentos que tenemos a nuestra disposición.

Un posible camino es escuchar a quienes enfrentan estos cambios a diario: los agricultores. Para Mariana Benítez, investigadora del Instituto de Ecología, de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), las soluciones que se propongan para mitigar el efecto del cambio climático en temas de alimentación deben partir de los principios de la agroecología y tomar en cuenta las recomendaciones de quien trabaja los cultivos: “No podemos pensar una propuesta sin que los actores principales sean las personas campesinas. En América Latina hay una enorme riqueza cultural asociada a la resistencia centenaria de muchos pueblos indígenas. Sus conocimientos y prácticas han ido produciendo y reproduciendo formas funcionales para la alimentación humana”.

En este texto, compartimos tres maneras en las que el cambio climático altera la producción y distribución de alimentos hoy.

Menos agua, menos valor nutricional

“No hay seguridad alimentaria sin seguridad hídrica”, dijo hace diez años José Graziano da Silva, el entonces director de la FAO. Y hoy más que nunca comprobamos que la disponibilidad de agua afecta la producción de alimentos: por ejemplo, el volumen de agua que las plantas consumen determina la cantidad de frutos que proporcionan. Pero la escasez hídrica no solo afecta la cantidad de productos, sino también su calidad.

Las sequías, que en los últimos años se han vuelto más frecuentes en distintas regiones del mundo, alteran los ciclos de cultivo y esto termina impactando en los valores nutricionales de los alimentos. Como señala Raquel Santiago, profesora de la Universidad Federal de Goiás, en Brasil, “las sequías más intensas y prolongadas han tenido un gran impacto en la producción de alimentos, afectando significativamente al crecimiento, rendimiento y calidad nutricional de los diferentes cultivos, especialmente en el caso de cuatro cultivos básicos: trigo, arroz, maíz y soja”.

El maíz requiere riegos constantes durante todo el proceso del cultivo, pero de acuerdo con Santiago, es en el período vegetativo (desde que se siembran las semillas hasta que surgen los primeros brotes) cuando el déficit hídrico por sequías reduce su rendimiento.

En un estudio publicado en Agronomía Mesoamericana, se explica que eso sucede porque generalmente las sequías ocurren durante la floración o el llenado del grano (desde que surgen los granos y crecen con el paso de los días). También indica que si el déficit de agua ocurre en etapas tempranas del desarrollo reproductivo entonces habrá un menor número de granos. En 2018, las sequías en Centro América provocaron pérdidas de 281 mil hectáreas de maíz y frijol y amenazaron la seguridad alimentaria de 2,1 millones de personas que dependía de esos alimentos. Aún es pronto para saber exactamente los alcances de las sequías actuales pero es un hecho que incidirán en el comportamiento de las plantas y el rendimiento de los cultivos.

Más calor, más plagas

El peligro que enfrentan los cultivos no solo se restringe a la ausencia de lluvias, sino también a las altas temperaturas. Cuando el calor arrecia los cultivos, hay más presencia de insectos que se alimentan de las cosechas y esto hace que se reduzca la cantidad de alimentos disponibles.

En el caso del maíz, por ejemplo, el gusano cogollero, conocido científicamente como Spodoptera frugiperda, es capaz de provocar la pérdida de hasta el 30% del rendimiento en todo el proceso, desde que se cultiva hasta que el grano se almacena, de acuerdo con un artículo publicado en la Revista Mexicana de Ciencias Agrícolas en 2020.

Este organismo afecta otras 80 especies vegetales como el arroz y el trigo, porque cuando todavía es una larva suele alimentarse de las partes blandas de las hojas. El Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), en Argentina, dice que “el estado larval se caracteriza por ser muy voraz, ya que durante esta etapa, crece, se desarrolla y almacena nutrientes para luego poder transformarse en adulto”.

El gusano cogollero se distribuye principalmente en los climas tropicales y subtropicales, y por lo tanto, América Latina es perfecta para su desarrollo. “De las 186 plantas reportadas como hospedantes (que albergan al gusano), el 64% se encuentra presente en Norteamérica y Centroamérica, en Sudamérica se presenta el 85%”, aseguran las autoridades mexicanas.

En su ciclo biológico importa la temperatura, de acuerdo con la FAO. “La polilla hembra del gusano cogollero del maíz puede depositar hasta 1,000 huevos en total durante su vida. Puede producir varias generaciones al año (dependiendo de la temperatura)”, asegura.

Eso sucede porque el aumento de las temperaturas interrumpe la diapausa invernal, un mecanismo de los insectos para autoprotegerse del frío y en el que detienen su desarrollo. Un artículo de 2016 de la revista Forestry explica que esto también sucede en los bosques con varios insectos: “Las condiciones cálidas y secas de los últimos años asociadas con el cambio climático se han manifestado en una mayor actividad poblacional de múltiples especies de insectos forestales a nivel mundial”.

Otro artículo de la Universidad Autónoma de Chapingo, en México, indica que las temperaturas elevadas influyen en el establecimiento más temprano de la plaga, ciclos de vida más cortos para el gusano, más generaciones y mayor dispersión geográfica. Se explica que los insectos tienen la capacidad de adaptarse a los aumentos de las temperaturas, lo que provocaría que se queden por más tiempo en los cultivos y que sobrevivan al invierno.

Eso podría significar que la aparición de estas plagas no se daría de forma estacional sino que sería permanente, afectando con mayor agresividad los cultivos de cereales.

Además, con su análisis basado en la temperatura del aire, los investigadores obtuvieron mapas con diferentes escenarios climáticos que mostraron el aumento de generaciones para todo Zacatecas. En las zonas con dos generaciones habría un aumento a tres, y en las de tres, el aumento sería de cuatro.

El cambio climático preocupa porque en la medida en que sigan ocurriendo cambios en el clima, será cada vez más difícil predecir lo que sucederá con el comportamiento de las plagas y, por lo tanto, cómo podríamos enfrentarlas.

Así lo advierte un artículo de 2017: “El manejo de plagas agrícolas puede volverse más desafiante bajo el cambio y la variación climáticos futuros y, por lo tanto, comprender y cuantificar los posibles impactos del gusano cogollero bajo las condiciones climáticas futuras es esencial para la producción económica futura de cultivos”.

Migración de especies marinas, menos alimento

Ya sea por tierra o mar, los estragos del cambio climático son evidentes. En cuanto a los océanos, “han absorbido aproximadamente el 93% del calor adicional almacenado en tierra, mar y aire, y el hielo fundido, entre 1971 y 2010”, también el 30% del dióxido de carbono antropogénico emitido, según datos de 2017 de la ONU.

El calor afecta no solo en donde prefieren situarse las especies marinas sino también a su reproducción y su abundancia. Eso ha ocasionado que las especies comiencen a distribuirse de manera distinta a la que hemos conocido a lo largo de la historia, por lo que la disponibilidad del alimento extraído del mar está comprometido.

En un artículo publicado en 2018 en la revista PLos ONE, calculó el desplazamiento de casi 700 especies de las aguas de América del Norte (Canadá, Estados Unidos y México). Los resultados, basados en modelos matemáticos y el cálculo de las temperaturas promedio de las aguas, indican que, efectivamente, podría haber una migración de las especies. En México, por ejemplo, sus proyecciones indican un desplazamiento hacia el oeste o sureste. “A escala regional, se han observado cambios en la distribución de especies de más de 10 km por año, que ascenderían a 1000 km durante un siglo”, explica el artículo.

“La plataforma continental de América del Norte es un área extensa con algunas de las pesquerías más productivas a nivel mundial. Esta área diversa también contiene algunas de las regiones de temperatura oceánica que aumentan más rápidamente en el mundo. Se proyecta que las temperaturas globales del océano continúen aumentando y las áreas de la plataforma del noreste de América puedan experimentar algunos de los aumentos más extremos”, asegura el estudio.

Una proyección disponible sobre lo que sucedería en México está en este análisis del gobierno. Indica que, por ejemplo, para el año 2050, en un escenario de cambio climático, se espera una reducción del 46% en la captura potencial para la costa del Atlántico; específicamente las regiones pesqueras más importantes hoy en día y que se verán más afectadas serán el Banco de Campeche y la Península de Yucatán, tanto para un escenario de calentamiento alto como bajo.

Para el investigador del Instituto de Ciencias del Mar y Limnología de la UNAM, Felipe Amezcua, no porque América Latina cuente con varias especies de animales de consumo, eso significa que contará siempre con una vasta cantidad de ellas y que entonces podamos consumirlas sin restricción. Para un consumo pensado responsablemente, es necesario contar con más información sobre el comportamiento de las especies en escenarios de cambio climático.

Como vemos, el calentamiento global amenaza nuestro derecho a alimentarnos. Hoy, es el cambio climático el que podría dictar nuestra oferta y demanda de alimentos, y con ello, afectar las cuatro dimensiones que busca la FAO en la seguridad alimentaria: la disponibilidad de los alimentos, al mismo tiempo que podemos comprarlos y usarlos para conseguir dietas saludables de forma continua.

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