Comprueba

¿Puede nuestro Índice de Masa Corporal dictaminar si somos saludables?

El Índice de Masa Corporal (IMC) es el cálculo que se utiliza para evaluar el peso de las personas desde hace más de un siglo, pero la medida no incluye elementos como las proporciones de grasa y músculo de cada individuo, por lo que debe ser complementada con otras mediciones.

shutterstock_604196735
Shutterstock

Si alguien desea conocer si tiene un peso “saludable”, llegará, casi inevitablemente, al Índice de Masa Corporal (IMC), uno de los indicadores de salud más importantes que se ha utilizado durante más de un siglo. Sin embargo, la forma en la que fue diseñado y el hecho de que no mida aspectos como la constitución corporal, la proporción de músculo o de grasa de cada persona, han hecho que muchos especialistas lo vean como una medición útil, pero insuficiente. Incluso hay quienes ya la consideran obsoleta.

Obtener el IMC es simple: basta con dividir el peso (en kilogramos) entre la altura al cuadrado. Por ejemplo, una persona que mide 1,50 metros y pesa 65 kilogramos tendrá un IMC de 28.8, pues es el resultado de dividir 65 entre 2.25. Este número no dice mucho si no conocemos los rangos de las cuatro categorías del IMC: bajo peso (menos de 18,5); normal (18,5 a 24,9); sobrepeso (25,0 a 29,0); y obesidad (más de 30). Basados en estos rangos, podríamos concluir que esa persona hipotética está en una categoría de sobrepeso. Suena muy fácil. Incluso organizaciones como los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC) afirman en su sitio web que el IMC es un “indicador confiable de la grasa corporal para la mayoría de las personas”.

Pero hay cada vez más especialistas que toman este cálculo con cautela, ya que omite variables que se consideran importantes para evaluar la salud de una persona, como el porcentaje de grasa, la composición corporal o el porcentaje de músculo de acuerdo con la edad, la etnia, o el sexo, aspectos esenciales para que la medida sea realmente representativa. Y solo teniendo en cuenta el peso, pues existen muchos otros factores que influyen en la calidad de vida de un individuo: como el sueño, el tipo de trabajo que realiza, su situación socioeconómica, etc.

“Desde que se creó, el IMC no se ha ajustado para nada, sigue siendo el mismo que el que se usaba hace casi dos siglos”, explica Antonio Barajas Martínez, médico de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). De manera que su uso generalizado podría hacer que muchas personas tuvieran diagnósticos equivocados. Por eso, en diversas esferas se discute qué tan pertinente, riguroso y actual es el IMC, y la respuesta es consistente: aunque hay quienes lo consideran útil, no puede ser el único indicador, ni debe ser tomado como la verdad absoluta; lo que importa realmente es hacer diagnósticos que incluyan observar al paciente como un todo. No sólo como un número.

Un problema de origen

El IMC fue promovido como medida generalizada en 1970 por el fisiólogo estadounidense Ancel Keys, pero en realidad había sido creado mucho antes, en 1830, por el matemático belga Adolfo Quetelet con el objetivo de darle una perspectiva estadística a las medidas antropométricas de la población. “En ese tiempo, había mucho interés por parte de las compañías aseguradoras de saber a quién le podían cobrar más, porque tenía mayor probabilidad de morir. Quetelet genera este índice que dice: cuanto más se incrementa, mayor probabilidad tiene este sujeto de enfermar, y por lo tanto las compañías le podían ajustar el precio del seguro de vida”, explica Barajas.

Pero desde su propio origen, el IMC tuvo fallas que hoy cobran relevancia. La más importante es que fue diseñado para medir el peso de un hombre occidental promedio, de 1.70 cm de estatura y 70 kilogramos de peso. Esto, claramente, dejaba fuera del cálculo a las mujeres y a los hombres de otros orígenes que no cumplían con esas características físicas. Y claramente, el que el IMC no esté ajustado a la estatura y el peso de otras personas lo vuelve poco exacto para evaluarlas.

Por ejemplo, hay muchas diferencias entre mujeres y hombres, particularmente en cuanto a su composición corporal, la distribución de los depósitos de grasa y el efecto hormonal que protege su función cardiovascular. “En las mujeres, la grasa se suele acumular en la cadera en un tejido subcutáneo que es hormonalmente poco activo y, por lo tanto, poco peligroso. En los hombres, la grasa se acumula con más frecuencia en el abdomen, y como se trata de una grasa metabólicamente más activa, sí propicia inflamación y coágulos en su sangre, lo que puede causar eventos cardiovasculares. De manera que las mujeres tienen mayor porcentaje de grasa que los hombres, pero eso no significa que sea peligroso”, explica el investigador. La consecuencia de que el IMC no tome en cuenta estas diferencias puede derivar en que muchas mujeres crean que tienen sobrepeso, cuando en realidad no lo tienen, o cuando no implica un riesgo para su salud.

Otra cosa que no toma en cuenta el IMC es la edad. Barajas explica que “no es lo mismo tener 18 años, que 40 u 80”. Conforme uno envejece, cambia la distribución, “se da una transición paulatina en la que uno va requiriendo menos músculo al mismo tiempo que incrementa el porcentaje de grasa”. Estas ausencias hacen que el índice tenga serias limitaciones para evaluar la salud de mucha gente que por su edad tiene proporciones de grasa y músculo distintas a las de “el hombre promedio”.

Esto también puede dificultar el diagnóstico adecuada para las personas que tienen más músculo que grasa. “El hueso es más denso que el músculo y dos veces más denso que la grasa, por lo que una persona con huesos fuertes, buen tono muscular y poca grasa tendrá un IMC alto”, explicó el matemático de la Universidad de Stanford, Keith Devlin, en una entrevista para la National Public Radio. Esto quiere decir que un fisiculturista, por ejemplo, podría tener un IMC correspondiente a la categoría de obeso cuando lo que tiene es músculo y no grasa abdominal.

¿Cuál es el propósito de conocer el IMC?

En todo caso, lo que se debe cuestionar es para qué sirve el Índice de Masa Corporal. ¿Cómo puede esa información ayudar al paciente para mejorar y proteger su calidad de vida? Muchos especialistas advierten que algo esencial es evitar categorizar a las personas bajo una medida universal y, mas bien, observar a cada una como el individuo que es. “Es muy importante no ver el número nada más”, dice Barajas. “Hay que fijarse en la persona: sus antecedentes, si tiene alguna otra enfermedad, su actividad física, su porcentaje de grasa, etcétera. Si yo aplico el IMC sin ninguna conciencia de a quién estoy evaluando, voy a cometer errores”.

No hay que olvidar que más que el número final, tanto el IMC como otras medidas relacionadas al tamaño y peso pueden servir para evaluar el riesgo metabólico. Así que si bien aun muchos profesionales de la salud aseguran que el IMC no es una medida obsoleta, la evidencia demuestra que es imprescindible complementarla con otros estudios, indicadores y factores para señalar un diagnóstico y, más importante aún, ayudar a un paciente a vivir en mejor salud y bienestar.

Más en Comprueba

Más en Salud con lupa