Género

Endometriosis, el dolor de las mujeres solas

Siempre sentí dolor extremo al menstruar. Sabía que eso no era normal, pero quienes no lo entendían minimizaban lo que sentía y me tachaban de exagerada. Tras siete años de consultas y de diagnósticos errados por fin supe que tenía endometriosis. En este texto las llamo a escuchar a nuestros cuerpos y prestar atención al dolor.

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Composición Johana Valer

Tuve mi primera menstruación a los 13 años. Siempre dolió mucho. Mes a mes, la hemorragia era cada vez más fuerte y lo que para todo el mundo era “normal”, en mi se traducía en llanto y mucha sangre. Mientras me desmoronaba por dolor, tuve que escuchar frases como “no seas exagerada” o “a mí me dolía más, pero tampoco me hacía la víctima”. 

¿Se imaginan crecer y pensar que sentir cuchilladas en el vientre, espalda, piernas y estómago, todos los meses, era normal? Intenté, por años, acostumbrarme a mi vida adolorida. En mi mente me repetía: “Fátima, así es la regla, ya se te pasará”. En esos años comprendí que cuando las personas no se identifican con tu dolor, tu sufrimiento siempre es inoportuno, cansado y exagerado. 

Una noche de mayo de 2017, sentí que iba a morir. Aun recuerdo ese frío temeroso que invadió mi cuerpo desde los pies hasta mi vientre. El estómago se me encogió de dolor y yo no podía siquiera hablar para pedir ayuda. Cada gota de sangre, significó una tortura. Esa noche, junto a mi cama, me hinqué en posición fetal; mi corazón galopó tan fuerte que lloré hasta agotar mis lágrimas. El dolor era insoportable. Por suerte, mi cuerpo inmerso en el cansancio, encontró un poco de sueño y descanso.

A lo largo de mi enfermedad nadie (o casi nadie) ha comprendido mi dolor, excepto mujeres que han pasado por esto. Aunque no lo crean, te llega dolor por todo; por el periodo, porque estás ovulando, porque hay frío o por cosas tan simples como tomar café. Sin embargo, con todo esto encima tu vida cotidiana te exige simplemente soportar. 

Cuando mi cuerpo no pudo más, tuve que correr a pedir respuestas. En medio de decenas de pruebas médicas, como endoscopias y ultrasonografías pélvicas, todo indicaba estar en perfecto estado. “El estómago le duele por estrés”, dijo un gastroenterólogo. Ninguno de los cuatro médicos que me atendió (gastroenterólogos y ginecólogos) sospechó que podía tener endometriosis. Según los especialistas, esta es una enfermedad que tarda alrededor de siete años en ser diagnosticada, aproximadamente el tiempo que tardó en mi caso. Mientras yo sentía que mi vida se acababa, mis únicos amigos fueron analgésicos como el tramadol. Ya no recuerdo cuántas veces corrí a la farmacia a comprarlos o hice que mis amigos desviaran sus caminos para traer a mí un poco de alivio. 

Mi diagnóstico llegó luego de un peculiar episodio que me obligó insistirle a los médicos que mi dolor no era normal. Fue en septiembre de 2017, cuando en una cena con mis amigos descubrí que un chorro gigante de sangre se paseaba por mis piernas, hasta llegar a mis pies. Estábamos en un restaurante muy concurrido y en una sociedad donde la menstruación es un tabú, no podés ponerte de pie con un pantalón lleno de sangre sin que decenas de miradas te ataquen. Me pasó, me aterré e insistí que eso  no era normal.

Siete días después, por medio de una ultrasonografía, la ginecóloga encontró un tumor de 9.6 centímetros en mi ovario. Sin saber qué era lo que tenía, entré al quirófano cinco días más tarde. Diagnóstico: endometriosis severa.

La endometriosis es una enfermedad que afecta a una de cada 10 mujeres; este padecimiento hace que el tejido que normalmente reviste el interior del útero, crezca fuera del útero. La endometriosis te lastima mucho emocional y físicamente. Lloré mucho y aún sigo llorando.

Luego de la cirugía, me sometí por dos años a un tratamiento que logró que, a mis veinticinco años, mi cuerpo tuviera la menopausia de manera temporal. No menstrué por veinticuatro meses. En ese proceso, nadie me explicó que mi peso subiría descontroladamente y que tendría un estado de ánimo depresivo. Tardé mucho tiempo en desintoxicar mi cuerpo, incluso, a veces, creo que todavía no lo he logrado.

La enfermedad no tiene cura y solo se anida en tu cuerpo en edad fértil, para formar muros en el lugar donde se sienta más cómoda. En el 2020 todavía se desconocen las causas de este padecimiento. Lo que se sabe es que causa infertilidad en el 50 % de mujeres que la poseen; origina problemas en los intestinos y vejiga; y lo único que aparentemente puede ayudar es comer alimentos que estén libres de hormonas y pesticidas.

Luego de tres años de haber sido diagnosticada, me he informado mucho de la enfermedad y he hablado con mujeres maravillosas que todos los días luchan por salir adelante. Mujeres que, inmersas en el internet, charlas y libros han logrado encontrar la cura (su cura) de este “cáncer benigno”. Siempre digo que la endometriosis es la enfermedad de las mujeres solas, mujeres que transitan por una batalla que cuenta con pocos especialistas y muy poca información. 

Siempre me pregunto: si esta enfermedad afectara a los hombres, ¿ya habría cura? No lo sé. Pero sí sé que, como las mujeres “soportamos todo”, los estudios siguen estancados.

Estemos atentas porque el dolor no es normal. Lo normal es estar bien y que tu periodo llegue mes a mes sin complicaciones.  Las enfermedades ginecólogas son muchas y vale la pena chequearse y buscar respuestas hasta encontrarlas. 

Mi batalla no termina. Mi batalla es diaria. Siempre agradezco encontrar luz en personas como mi esposo, familia y amigas más cercanas que, sin duda, luchan a mi lado. 

Siempre hay algo que debemos recordar: no estamos solas, nos tenemos a nosotras, siempre.


Este texto ha sido republicado con la autorización de su autora

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