Género

Lecciones de una dominatriz para lidiar con acosadores

Kasia Urbaniak da clases a mujeres sobre cómo aplicar las herramientas retóricas de una dominatriz cuando hay un desequilibrio de poder con un hombre en cualquier situación cotidiana.

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¿Así que te gusta romper las reglas, no?”, le preguntó Kasia Urbaniak al hombre calvo sentado frente a ella. “¿O te gusta meterte en problemas? Eso es bastante ambicioso tratándose de ti; que hayas venido acá y de inmediato hayas hecho algo que amerite un castigo. Ni siquiera he tenido tiempo de sopesar qué tipo de castigo necesitas”.

Urbaniak caminó de un lado a otro del escenario, con sus botas de piel con tacón de plataforma. Una audiencia formada por unas 130 mujeres profesionistas —banqueras, directoras de mercadotecnia, trabajadoras de la industria aeroespacial— observaba su demostración en el salón de un espacio laboral compartido en el centro de Manhattan. Tomaron notas con mucha atención y, al ver la señal, levantaron de inmediato la mano ofreciéndose como voluntarias para subirse al escenario y participar en juegos de rol.

Urbaniak, de 39 años, trabajó como dominatriz durante 17 años, de manera independiente, en diversos sótanos de Nueva York. Ahora, con lo que llama la Academia, enseña a las mujeres lo que ha aprendido acerca de los hombres. En un momento de ajuste de cuentas cultural en cuestiones de género y de acoso, la Academia es uno de esos nuevos espacios poco convencionales —como hojas de datos para recopilar denuncias anónimas o fondos para los gastos de defensa legal financiados por Hollywood— que han surgido para combatir el acoso, la discriminación y el sesgo.

Así que lo importante no es el látigo de cuero. Su misión es enseñarles a las mujeres cómo emplear herramientas retóricas de las dominatrices (se les llama así a las mujeres que adoptan el papel dominante en prácticas sexuales de bondage, disciplina, dominación y sumisión o sadomasoquismo, que suelen abreviarse como BDSM) en situaciones en las que hay un desequilibrio de poder con un hombre, ya sea que haya sexo de por medio o no. Tales situaciones se dan en cualquier lado.

A veces es en el elevador de una oficina. “Trabajé durante nueve meses negociando un contrato de miles de millones de dólares, y el día en que quedó cerrado, mi jefe me sugirió que fuera a ver adónde iríamos a comer mientras él y su jefe firmaban el contrato”, dijo Hanna Kubiak, de 46 años, directora de desarrollo empresarial de una empresa aeroespacial.

En algunas ocasiones es en una fiesta. “Un tipo pregunta: ‘¿De dónde eres?’”, relató Sophia Li, una consultora y exeditora de Vogue de 26 años. “La gente cuyo origen étnico es diverso sabe que es la peor pregunta que le pueden hacer”.

Otras veces ocurren en una cita. “Ya perdí la cuenta de cuántas veces me han acosado”, comentó Terry DeMeo, de 70 años, asesora y abogada jubilada. “Mis ‘no’ eran poco firmes”.

“¿Ya identificaron el patrón?”, preguntó Urbaniak desde el escenario en referencia a momentos como estos. Ante una pregunta incómoda o un comentario inapropiado, “hay un momento en que las mujeres nos quedamos sin palabras y nos paralizamos”.

Cuando inició su formación para convertirse en dominatriz, Urbaniak descubrió que el truco era el siguiente: en lugar de contestar la pregunta o negarse a hacerlo, hay que contestarle al cliente con otra pregunta: ¿por qué preguntó eso para empezar? Cuando responda, hay que explorar más a fondo su respuesta.

Las estudiantes practicaron la técnica con ejemplos del mundo real con ayuda de Urbaniak y de un grupo de voluntarios invitados que representaron a un hombre entrometido en una cita o a un ejecutivo de Hollywood que acaba de desprenderse el cinturón de su bata de baño (el taller se llama: “Cómo arrinconar a Harvey”).

Él pregunta: “¿Tus hijos son todos del mismo padre?”.

Entonces, ella pregunta: “¿Estás teniendo una fantasía de que me acuesto con varios hombres?”.

Él pregunta: “¿Puedes ir a mi habitación de hotel a mostrarme tu presentación?”.

Ella pregunta: “¿Dónde compraste esa camisa?”.

Las réplicas pueden ser ingeniosas, amables o mordaces o sencillamente ayudar a cambiar el tema. Poner a prueba la reacción que provocan es informativo, además de divertido. “Quedan atolondrados y recuperas el control de la situación”, explicó Urbaniak.

No todas lo logran hacer de inmediato. “Ni siquiera sé cuál es mi pregunta incómoda”, dijo una de las estudiantes. “Cada vez que tomo tu clase…”.

“¿Te sientes avergonzada por quedarte pasmada todas las veces?”, le preguntó Urbaniak.

“¡Sí!”, dijo la asistente.

“No, ¡no contestes! ¿Ves?”. La estudiante no había entendido la señal de que era momento de responder con una pregunta.

“Es una idea fantástica. Deberían enseñar esto desde el maldito colegio”.


Sue Storm, terapeuta del fetiche

La Academia fue establecida en 2014 por Urbaniak, graduada del Bard College, y un socio creativo, Ruben Flores, quien trabajó en el grupo de ayuda humanitaria NCY Medics. Los cursos se basan en el BDSM (una combinación de las letras iniciales en inglés de Bondage y Disciplina; Dominación y Sumisión; Sadismo y Masoquismo), en las artes marciales taoístas, en los libros de César Millán para entrenar a perros y en las tácticas de negociación de organizaciones no gubernamentales para la liberación de rehenes y el establecimiento de puntos de control fronterizo.

Los talleres divergen mucho de la capacitación sobre acoso sexual que suele darse a nivel corporativo, que comúnmente consiste en videos o presentaciones de PowerPoint llenas de advertencias sobre cómo adjudicar la responsabilidad y los posibles costos que implicaría para la empresa. Algunos estudios han demostrado que estas capacitaciones no son particularmente efectivas.

En un informe de 2016, el grupo de trabajo sobre acoso de la Comisión estadounidense para la Igualdad de Oportunidades en el Empleo recomendó, entre otros cambios, capacitaciones más interactivas, en las que los empleados actuaran la conducta errónea para vivirla por sí mismos.

“Es una idea fantástica. Deberían enseñar esto desde el maldito colegio”, comentó Sue Storm, una terapeuta del fetiche y “pro-domme” (la abreviatura en la industria para dominatriz profesional), quien reside en Toronto y no tiene relación alguna con la Academia. “Pero me encantaría que fuera más barato”. Algunos de los últimos cursos de la Academia, como “Poder avanzado ante los hombres” o “Las bases del poder” cuestan entre 2200 y 8500 dólares según cuántos fines de semana duran.

Para Storm, el precio debería ser más asequible pues “están tratando de ayudar a la mujer promedio”, no a los hombres que “pagarían cualquier cosa” por cumplir sus fantasías sexuales.

“Cómo arrinconar a Harvey” es el taller más económico hasta ahora –45 dólares por tres horas, con descuentos para quienes no puedan pagar el precio completo– y es el que ha tenido el mayor número de asistentes. Urbaniak también está desarrollando una versión en línea del curso (las participantes responderán a preguntas pregrabadas, al estilo de karaoke), así como programas de capacitación en persona para empresas.

La Academia recurre a las herramientas psicológicas del acervo de una dominatriz, más que a las físicas, como las esposas, antifaces o plumas (el sexo con “pro-dommes” es muy ocasional, según Simone Justice, educadora en BDSM en California). Y es que en el BDSM usualmente se busca expresarse contra los roles de género establecidos, que promueven que las mujeres tengan posiciones sociales sumisas y que los hombres sientan que tienen que ser los sexualmente dominantes; esto es lo que los hace recurrir a las dominatrices para escapar, de acuerdo con Storm. “Se educa a las mujeres en la sociedad para que sean dóciles como gatitos. Los hombres piensan que tienen que ser una especie de macho alfa”, dijo.

Varias asistentes dudaron en dar su nombre para este artículo, por temor a las reacciones de sus amigos y colegas. “Si se dan cuenta de que vine a una clase con una dominatriz, seré el hazmerreír”, dijo la vicepresidenta de un banco de inversiones de 39 años. Sus colegas no saben que ha estado usando las técnicas en el trabajo. “Alguien te mira de una manera incorrecta en el recinto de transacciones y operaciones y puedes pasarte horas tratando de dilucidar qué significó. Ahora solo digo en voz alta: ‘Oye, tú, te ves triste’. Los pones a prueba”.

De acuerdo con los términos de la Academia, la palabra “tú” es dominante y la palabra “yo” es sumisa. Ninguna es inherentemente superior. Urbaniak explicó que dominante y sumiso son estados retóricos; pueden desvincularse de las jerarquías sociales que comúnmente ponen a los hombres encima. Es, así, una perspectiva posgénero similar a la de programas de empoderamiento femenino como Lean In, desarrollada por la directora de operaciones de Facebook Sheryl Sandberg, que se enfocan en las comunidades de élite.

Muchas de las estudiantes de la Academia, demográficamente, son blancas y cisgénero y tienen más ventajas económicas que otras mujeres, lo cual puede ser la raíz de su fe en que restablecer las dinámicas de poder a una escala individual implicará un cambio social generalizado.

“Imaginen si alguien le hubiera dicho esto a Louis C.K.”, le dijo Urbaniak al grupo después de que una de las estudiantes dejara atónito al hombre que, en el juego de rol, le había preguntado: “¿Me puedo masturbar frente a ti?”. Si una mujer hubiera respondido así ante la conducta del comediante estadounidense —acusado, entre otras cosas, de haberse masturbado frente a mujeres sin su consentimiento–, “¿de qué manera habría cambiado eso las cosas?”, preguntó Urbaniak.

Quizá es optimista pensar que sí habrían cambiado. Hay un video de 2011 de Louis C. K. durante uno de sus actos en vivo en el cual una mujer en el público le pregunta: “¿Alguna vez has tratado de no masturbarte?”. Él responde: “Al rato me voy a masturbar y voy a pensar en ti y no hay nada que puedas hacer al respecto”.

Para Kubiak, la desarrolladora de la empresa aeroespacial a quien su jefe le pidió conseguir comida después de cerrar un contrato, la Academia ya parece haber servido; la práctica hace a la maestra.

Cuando su jefe le pidió eso antes de la firma del contrato, dijo, ella le respondió: “En realidad preferiría estar aquí”. Pero ¿qué haría distinto si pudiera estar en ese momento de nuevo?

“Lo sometería con un montón de preguntas”, respondió.


c.2018 New York Times News Service

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