Lleva los dedos que fueron destrozados por perdigones manchados de pintura blanca. Antes del ataque que recibió el 14 de noviembre, Bryan Pérez se dedicaba a realizar acabados en casas y departamentos. Ahora tiene suerte si consigue un trabajo de pintado por dos o tres semanas, pues para participar en una obra primero le piden un examen médico. Ahí es cuando notan que el dedo índice y el dedo medio de su mano derecha tienen poca o nula movilidad. “Lo ven como una discapacidad”, dice Bryan.
Por estos días apoya en el repintado de una casa en San Miguel. Sale en autobús a las 7 de la mañana desde Surquillo, de lunes a sábado, y regresa casi doce horas después. La mayor parte del tiempo que le queda libre la pasa con su hijo que acaba de cumplir 10 años. Lo ayuda con sus tareas, salen al parque y los domingos cocinan juntos. Él fue su mayor preocupación en el medio año que estuvo desempleado después de la segunda cirugía de sus dedos.
“El doctor me dijo que me iba a quedar así, no me dio muchas esperanzas”, dice Bryan. Por unas semanas estuvo recibiendo tratamientos alternativos como la hidroterapia, pero cada sesión costaba alrededor de 55 soles y no pudo continuar. Siente que con eso logró un poco de movilidad en los dedos, pero no ha vuelto a tener un chequeo médico. No sabe si una recuperación completa será posible.
El dolor tampoco se ha ido por completo. Cuando Bryan intenta hacer un esfuerzo, ajusta los dedos tratando de cerrarlos para cargar algo. Al momento en que intenta hacerlos regresar, siente las punzadas. Sus padres y su hermana lo apoyaron organizando polladas, pero como dice Bryan, esas actividades no se pueden hacer muy seguido.
Para él, una reparación sería que cubran sus atenciones médicas para poder recuperar el tiempo perdido: el joven no quiere nada más que mantenerse con sus propias manos, como lo hacía antes que los perdigones dañaran su herramienta de trabajo. A pesar de todo, agradece estar vivo. Piensa en Inti Sotelo, en Bryan Pintado; también sabe que otros heridos enfrentan mayores limitaciones. Entre ellos, Jon, su amigo del barrio, con quien solía salir a manejar bicicleta y “rutear” por las playas.
Se conocieron hace unos cinco o seis años jugando fútbol en la calle, pues solo algunas cuadras separan sus casas en el distrito de Surquillo. Pero su amistad no estaba limitada al deporte. Por eso, cuando el congresista Manuel Merino asumió la presidencia de forma ilegítima, Bryan y Jon decidieron salir a marchar. Seguramente pensaban volver juntos a casa, pero en el ajetreo de las bombas lacrimógenas que caían a su alrededor se separaron. Bryan estaba internado en el Hospital Dos de Mayo cuando supo que un proyectil de plomo había desgarrado la médula espinal de Jon. Contra todo pronóstico, hoy su amigo logra caminar, aunque sea ayudado de un andador. Sin embargo, no todas las heridas se llevan por fuera. Bryan lo sabe y por eso acude al llamado de Jon para salir algunas noches a caminar, para distraerse y animarlo.