El gobierno ha definido que el 28 de marzo, como máximo, todas las instituciones educativas del país deben haber iniciado las clases, las cuales serán presenciales, dentro de lo posible. Por primera vez durante la pandemia, la educación a distancia será la excepción y no la regla.
El anuncio no ha sido recibido por todos los padres y madres con entusiasmo. En algunos casos, la preocupación se debe al alza de contagios y hospitalizaciones por covid-19; en otros, a las deficiencias que observan en los colegios de sus hijos.
Frente a estas preocupaciones, una de las respuestas es la vacunación contra la covid-19 a niños y niñas de cinco a once años. La inmunización de esta población, que prioriza a los menores con comorbilidades, inició el 24 de enero y es considerada por el gobierno como un factor fundamental para el retorno seguro a clases presenciales. Pero, es importante aclarar, no será obligatorio que niños y niñas estén vacunados para poder acudir a clases.
Respecto a los problemas de infraestructura, este año se ha incrementado el presupuesto para el mantenimiento de las instituciones educativas y la compra de kits de higiene para los escolares. Según informó Rosendo Serna, ministro de Educación, se ha destinado para ese fin S/ 418 millones—S/ 17 millones más que en 2021—, que ya fueron depositados a las cuentas de los directores y directoras de escuelas.
Entonces, ¿qué otros problemas se deben atender para garantizar un regreso a clases presenciales de forma segura? Especialistas y docentes señalaron a Salud con lupa que uno de los grandes retos es la desinformación y otro, las diferentes condiciones de los colegios según el territorio en el que se encuentran. Aún así, todos coinciden en algo: los beneficios de abrir las escuelas son muchísimo más grandes que los riesgos.
Nuevas reglas
Este jueves 27 de enero, el Ministerio de Educación publicó modificaciones a la Norma técnica del año escolar 2022. Según precisa la norma, este año habrá tres modalidades de servicio educativo: presencial, semipresencial y a distancia.
En el primer caso, los profesores y estudiantes acudirán a la escuela de lunes a viernes en aquellos colegios donde los estudiantes no superen el aforo máximo y puedan guardar el distanciamiento de un metro todos los días. En el segundo caso, se combinarán clases presenciales y a distancia, teniendo en cuenta los contextos en que no hay conectividad. Finalmente, la educación a distancia será excepcional, “únicamente por casos de cambio en la condición epidemiológica establecida por el Minsa, por cuarentenas y/o condición de comorbilidades de los estudiantes”. En esos casos, los estudiantes llevarán las clases a través de la televisión, radio, web, tablets, etc.
Ahora, ¿qué características tendrán las clases presenciales? Además del distanciamiento dispuesto en términos generales, hay pautas puntuales para el consumo de alimentos. De acuerdo al protocolo, los alumnos pueden consumir los alimentos que llevan de su hogar, guardando una distancia de dos metros en un espacio abierto. Deberán lavarse las manos antes y después del refrigerio, tiempo en el cual guardarán sus mascarillas.
Como medida adicional, no funcionarán ni quioscos ni cafeterías escolares. Tampoco se prepararán o consumirán en el colegio los productos del Programa Nacional de Alimentación Escolar “Qali Warma”. Los comités de cada colegio deberán coordinar con las familias la entrega de los productos para que estos sean preparados y consumidos en cada vivienda.
“El colegio, con todas las medidas que se están implementando, no debería presentar un mayor riesgo”, señala la pediatra Theresa Ochoa, directora del Instituto de Medicina Tropical de la Universidad Peruana Cayetano Heredia (UPCH). Como precisa Ochoa, a diferencia de la casa y otros espacios de reunión en los que participan los niños, en el colegio se supervisa el uso de las mascarillas y otras medidas de prevención, por lo que el riesgo de contagio ahí es menor.
El epidemiólogo e investigador César Ugarte-Gil reconoce que hay ocasiones en que los niños se quitan las mascarillas o no cumplen con el distanciamiento establecido en el colegio, pero resalta que las medidas de protección funcionan en conjunto. No se trata solo de las mascarillas, o de la vacunación, ni de la ventilación en las aulas ni tampoco únicamente del distanciamiento. “Ninguna capa es perfecta, pero cuando acumulas varias de esas capas imperfectas, puedes tener una buena protección”, indica.
Por otro lado, se ha establecido un protocolo de acción ante casos sospechosos o confirmados de covid-19. En primer lugar, se ordena la suspensión de servicios presenciales o semipresenciales en el aula donde se reporte el caso. Tanto estudiantes como docentes deberán realizar cuarentena —entre cinco y diez días según las disposiciones del Ministerio de Salud—, luego de lo cual se podrá reiniciar con las clases. Un punto importante es que la norma precisa que se deben tomar acciones para proteger la salud socioemocional de la persona con covid.19, evitando conductas estigmatizantes o discriminatorias.
Además de esas pautas, la norma técnica del año escolar 2022 ahora precisa que es responsabilidad de las Direcciones Regionales de Educación y de las Unidades de Gestión Educativa Locales el sensibilizar a maestros, personal, padres y estudiantes que aún no estén vacunados o no cuenten con todas las dosis. Este punto resulta clave pues, si bien no se obliga a los miembros de la comunidad educativa a estar vacunados, sí se señala la vacunación como medida de prevención central en las escuelas.
Lamentablemente, la vacunación —tanto de niños como de adultos— aún es vista con rechazo por colectivos de padres de familia que, sin ser necesariamente representativos, sí reflejan la forma de pensar de un sector de la población. A inicios de año, Edgar Trejo, presidente de la autodenominada Coordinadora Nacional de Padres y Apafas del Perú, se manifestó en contra de lo que consideraba “vacunas experimentales”. Esta organización, que se hizo conocida hace unos años por su oposición al enfoque de género en el Currículo de Educación Básica, ha realizado en las últimas semanas actividades en las que se criticaba la vacunación infantil.
“Algunos padres están en desacuerdo (con la vacunación) por cuestiones políticas o religiosas y no se va a poder cambiar mucho ahí, pero hay un gran porcentaje de padres que, con toda la desinformación que ha habido, están confundidos y tienen dudas. Ahí hace falta mucha comunicación a nivel comunitario, para cerrar esas brechas”, dice el epidemiólogo César Ugarte-Gil. El especialista en salud pública considera que la campaña de comunicación debe ser insistente y adecuada a cada contexto.
Salud con lupa pudo conocer las experiencias de tres escuelas donde hubo clases presenciales el año pasado y que hacen evidentes los retos que plantea el retorno a clases en distintos contextos.
Aprendizajes de algunas escuelas
Cuando el Ministerio de Educación publicó la resolución del paso progresivo a la educación semipresencial, el colegio donde trabajaba la docente Daniela López, en el centro poblado Alto Andino, región San Martín, apareció como elegible. “Sin embargo, no cumplíamos con las condiciones. El colegio no tenía servicios básicos como agua o luz. Teníamos al frente la casa de una señora que tenía un pozo y ahí tratábamos de obtener agua limpia para el lavado de manos, además del alcohol que llevábamos”, señala la profesora de inicial.
Aún con esas limitaciones, los docentes y directivos del colegio decidieron organizarse para tener clases al menos una vez a la semana. Para los padres, eso no era suficiente. “Querían que fuéramos todos los días, no se fijaban que no teníamos agua potable, que la infraestructura del colegio era insegura”, cuenta Daniela López. Pero el afán de los padres porque sus hijos vuelvan al colegio no era exclusivo de esta comunidad.
A mitad del año pasado, el director del colegio Leoncio Prado, en el centro poblado de Huamboy, Huaura, reunió a los padres para decirles que iban a tener clases presenciales nuevamente. Nadie puso un pero. “Eso era todo lo que los padres querían. Casi lloran de la emoción”, cuenta la profesora Aracely Flores, quien enseñaba a niños de primero y segundo de primaria en dicha institución. El acuerdo con los padres era que todos ellos debían estar vacunados para iniciar con clases presenciales dos veces por semana. Todos estuvieron de acuerdo.
En la comunidad de Huamboy, donde no se ha conocido casos de covid-19, la educación virtual fue un reto tanto para los niños como para los docentes y los padres. La poca cobertura de los servicios de telecomunicaciones hacía difícil comunicarse incluso por llamada, y la forma más eficiente de comunicación resultaba WhatsApp. “Aún así, cada mes los profesores viajábamos para darles a los papás en físico las guías con las experiencias propuestas por el Minedu”, comenta Aracely.
En esas oportunidades, aprovechaban para conversar con los padres de aquellos niños y niñas que parecían más distantes. No era raro para un profesor perder el contacto con sus alumnos después de un tiempo. Cuando iniciaron las clases presenciales en el colegio Leoncio Prado, solo llegaron al aula 18 de los 21 niños que la profesora Aracely Flores tenía a su cargo. En un caso, logró saber que una niña se había mudado; de los demás no supo nada. “Se ve mucho en la zona rural, que conforme pasan los años, hay menos alumnos en cada aula. A secundaria llegan pocos. Hay en algunos padres la idea de que los niños valen más en la chacra que en el colegio”, señala Aracely.
Aunque esa situación no nació con la pandemia, sí se hizo más grave en este período. Según datos del Ministerio del Trabajo, la tasa de trabajo infantil pasó de ser del 10,4% en 2019 al 12% en 2020. La mayoría de niños, niñas y adolescentes que trabajan se dedican a actividades de agricultura, pesca y minería. Esos menores frecuentemente abandonan sus estudios y no vuelven a retomarlos.
Ante el riesgo de deserción escolar, el regreso a clases presenciales se hizo más urgente en zonas rurales. Sin embargo, no estuvo ausente de retos; sobre todo, en cuanto a las medidas de prevención por la covid-19. Daniela López, quien enseñaba a niños pequeños de cuatro y cinco años en el centro poblado Alto Andino, señala que era difícil hacer respetar el uso de mascarilla y el distanciamiento de un metro que dicta el protocolo. “Aunque buscamos mantener distancia, igual se hacía la aglomeración. Y varios no querían usar mascarilla, porque no tienen el hábito y tienen la idea de que acá no llega el virus”, indica.
La situación era similar en el colegio donde enseñaba la profesora de primaria Aracely Flores. El director repartía mascarillas a todos los estudiantes para que las usen durante las clases, y los profesores vigilaban que solo se las quitaran a la hora del refrigerio, pero mantener el distanciamiento era difícil o imposible. “Al inicio los niños tenían que compartir pupitre. Luego los dividimos en grupos, pero hay muchas dinámicas que son grupales y los niños quieren estar juntos, quieren jugar, estar cerca a sus compañeros”, comenta Aracely.
“No necesariamente se puede asegurar el uso de las mascarillas. A los niños les incomoda cuando es por un tiempo prolongado. Corren y se mueven las mascarillas por la necesidad de respirar”, dice la médica ocupacional Maye Nazario, quien labora en distintas instituciones educativas y ha podido observar que las medidas de prevención no se pueden aplicar por igual en todos los colegios. “No tengo cómo asegurar el distanciamiento de un centro educativo que solo tiene un patio para recreo, por ejemplo. El tema de la infraestructura es complicado”, señala.
Otro problema que ha identificado Maye Nazario es que algunos padres envían a sus hijos al colegio pese a que tienen síntomas como fiebre, tos o estornudos. “Los padres son un factor que no podemos controlar. Y los padres tienden a exigir mucho a una institución que no está preparada para una pandemia”, apunta la médica ocupacional. Daniela López, quien enseñaba en la provincia de Lamas, en San Martín, recuerda que una vez un niño llegó a clases con fiebre y su mamá dijo que se iba a quedar con él para observar si se ponía mal.
En casos como ese, las acciones de algunos padres pueden hacernos pensar que el miedo a que sus hijos se contagien de covid-19 es menor al miedo a que sigan perdiendo clases. Y no les faltan motivos.
La importancia del contacto
Perú ha sido el país más golpeado por la pandemia de la covid-19 en términos de mortalidad y de orfandad. En ese contexto, y en plena la tercera ola, es entendible que haya algunos reparos sobre el regreso a clases presenciales. Sin embargo, la evidencia con la que se cuenta, tanto en Perú como en el mundo, apunta a una misma conclusión: mantener las escuelas cerradas ha hecho a los niños más daño que bien.
Un estudio elaborado por la Dirección de Salud Mental del Ministerio de Salud junto al Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) reveló que aunque al 67,4% de niños, niñas y adolescentes les gustaban las clases virtuales, a la mitad de ellos no les iba bien académicamente. A ellos se suma un 11,3% de menores a los que no les gustaban las clases virtuales y tampoco les iba bien académicamente. Siete de cada diez niños y adolescentes en ese segundo grupo presentaron dificultades emocionales durante la pandemia.
No es un fenómeno exclusivo de nuestro país. De acuerdo con un estudio publicado en mayo de 2021, niños y adolescentes perdieron acceso a servicios de salud que les prestaba el colegio, servicios especiales para niños con discapacidades y programas de nutrición. “También se reportó un mayor riesgo de incrementar desigualdades educativas debido a la falta de soporte y recursos para la educación a distancia entre las familias más pobres y los niños con discapacidades”, concluyeron los investigadores, en base a evidencia reunida entre enero y setiembre de 2020. Otro de sus hallazgos fue que el cierre de los colegios había incrementado la ansiedad y soledad de los jóvenes, así como el estrés, la tristeza y la indisciplina en los niños.
Asimismo, una revisión sistemática de más de siete mil artículos sobre el cierre de escuelas encontró que no había evidencia suficiente para afirmar que el cierre de las escuelas fuera efectivo. “La reapertura de escuelas, en áreas de baja transmisión y con las apropiadas medidas de mitigación, generalmente no iba acompañada de un incremento en la transmisión de la comunidad”, indican los investigadores.
Tampoco hay evidencia suficiente de que los niños y adolescentes estén en mayor riesgo en el colegio que en su hogar. De hecho, parece que sucede lo contrario. Un análisis de estudios sobre transmisión de SARS-CoV-2 en niños y adolescentes en el hogar y en la escuela encontró indicios de que el contagio es más probable en la casa. “La prevalencia de infecciones en el colegio estaba asociada con la incidencia de infecciones en la comunidad, lo que apoya la hipótesis de que las infecciones en el colegio largamente reflejan las infecciones de la comunidad”, señalan los autores de la investigación publicada en Journal of Infection.
Aún queda mucho por aprender sobre el rol de niños y adolescentes en la transmisión del covid-19 y sobre los efectos a largo plazo que puede tener el virus en ellos; sin embargo, el impacto que la pandemia ha tenido en su salud mental y emocional ya es evidente. Por eso, postergar la presencialidad dejó de ser una opción. Y si algo queda por discutir es cómo lograr que ese regreso sea más seguro.