Salud mental

Loco, bipolar, autista… ¿estamos usando bien estas palabras?

Si revisamos nuestro lenguaje cotidiano es probable que encontremos algunos términos que esparcen estigma y prejuicio cada vez que los usamos.

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Las palabras que utilizamos pueden aliviar o empeorar la lucha diaria de quienes nos rodean.
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Aunque a veces parezcan inofensivas, las palabras tienen la capacidad de irradiar y perpetuar una serie de estigmas sin que ése haya sido nuestro propósito. Actualmente, por ejemplo, solemos utilizar de manera incorrecta ciertos términos relacionados con la salud mental. Si alguien hace algo que no entendemos, le decimos loco. Si cambia de parecer de un momento a otro, lo llamamos bipolar. Si se enfada a un punto que nos parece exagerado, es un histérico. ¿Cuántas veces hemos usado estos términos sin pensar en su verdadero significado ni en el impacto emocional que pueden tener en los demás?

Me gustaría que analicemos la siguiente frase: “¿Viste que se puso a gritar de la nada? Ese pata está loco

Al decir que alguien grita “de la nada”, estamos invalidando sus sentimientos. Como no sabemos ni comprendemos las emociones que lo llevan a actuar así, las censuramos mencionando que no tienen ninguna justificación, que aparecen “de la nada”. Además, concluimos que el individuo está “loco”. Pero ¿qué significa realmente la “locura”? ¿Por qué etiquetamos una expresión natural y saludable de las emociones con un juicio de valor tan altamente estigmatizante?

Yo realmente no sé lo que significa la palabra “locura” cuando se utiliza desde el prejuicio, pero desde la perspectiva real y profesional, lo que sí conozco es el diagnóstico de psicosis y esquizofrenia, ambos problemas psiquiátricos poco comprendidos y que producen un profundo sufrimiento en quien lo vive y su entorno. Hace unos años tuve la oportunidad de trabajar en un hospital psiquiátrico (el término “manicomio” ya no se utiliza desde hace mucho tiempo por su connotación negativa, emplearlo significa seguir esparciendo el prejuicio hacia estos centros) y ver los síntomas tan complejos que las personas presentaban, algunos sólo remitían con medicación muy fuerte o con terapia electroconvulsiva: alucinaciones, delusiones, quiebre con la realidad, entre otros. Entonces, ¿en qué momento decidimos englobar el sufrimiento de todas estas personas, tan único y complejo, en la palabra “loco”? O más extraño aún, ¿por qué utilizamos ese término para señalar a cualquiera que haga algo que a nosotros nos parece “anormal”?

El ser humano siempre ha tenido dificultad para nombrar los problemas de salud mental. Sin embargo, sin importar las etiquetas que se han ido usando con el tiempo, el prejuicio se ha sostenido. En Alemania, durante la Segunda Guerra Mundial, se asesinaron a doscientas mil personas con enfermedades como la esquizofrenia o epilepsia. En algunos documentos nazis se justifican estos crímenes catalogando a los individuos con problemas mentales como “vidas sin ningún valor”.

Utilizar la palabra “loco” para actitudes que nos desagradan perjudica al resto, pero también puede hacernos daño a nosotros mismos. Muchas personas, a pesar de presentar conductas que las lastiman, se niegan a ir a un psicólogo o psiquiatra porque “eso es para locos” y ellos no quieren que se les relacione con esa palabra. Cuán beneficioso sería eliminar el prejuicio a algo tan fundamental como la búsqueda de ayuda profesional.

Otro término que circula con mucha ligereza en nuestras conversaciones es bipolar. A veces llamamos así a alguien que ríe y llora con facilidad o que cambia de estado de ánimo de un momento a otro. Hasta le decimos bipolar a la amiga que de pronto nos cancela un plan. Sin embargo, la bipolaridad es un diagnóstico de salud mental bastante duro que se presenta con dos cuadros clínicos muy complejos: la depresión y la manía. Ambos se desarrollan con el tiempo, no en cuestión de minutos, y duran temporadas relativamente largas (semanas e incluso meses si no se recibe tratamiento).

¿Él es autista porque no habla con nadie en una reunión o una fiesta? El Trastorno del Espectro Autista (TEA) es una afección neurológica que suele modificar la manera en que el individuo percibe y socializa con otras personas. Poco o nada tiene que ver con la timidez o la introversión, pues se trata de un cuadro clínico que demanda mucho esfuerzo y amor. ¿Ella es una anoréxica porque come muy poco? La anorexia es un trastorno alimenticio que evidencia conflictos emocionales y puede llegar a tener consecuencias fatales en el individuo. Si realmente sospechas que un conocido sufre de un problema como éste, lo mejor sería que se lo preguntes con discreción y empatía.

¿Y qué hay de las histéricas que arman escándalo por todo? Son las mujeres quienes más enfrentan esta etiqueta y su estigma. Más allá del uso desfasado de la palabra “histeria”, la psicología reconoce la desregulación emocional: una condición por la que algunas personas experimentan las emociones con mucha intensidad y que, al ser una predisposición neurobiológica, tienen serias dificultades para regularlas.

Por último, un ejemplo que no puedo dejar de mencionar debido a mi especialidad, son las bromas y expresiones que, aunque no nos demos cuenta, van relacionadas con el suicidio. Algo tan común como “ay ya mejor mátate” puede tener un impacto profundo en quienes han experimentado intentos de suicidio o han perdido seres queridos de esta manera.

Quizás no todos los días podemos analizar con rigurosidad el significado de cada palabra que utilizamos, pero es necesario que empecemos a prestarle más atención a nuestro lenguaje. En la década de los setenta, el psicólogo estadunidense David Rosenhan [*] infiltró a un grupo de personas sin problemas psiquiátricos en hospitales para evidenciar el trato que recibían según la etiqueta de su diagnóstico. Una de sus conclusiones más sólidas fue que la carga de la percepción social puede ser más dolorosa de soportar que la misma predisposición genética, la biología y química de un paciente con trastornos emocionales. Nuestras palabras pueden aliviar o empeorar la lucha diaria de quienes nos rodean.


* Información tomada del libro The great pretender, de Susannah Cahalan.

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