Cuando René Caqui se enfermaba, nunca sacaba una cita en algún centro de salud. Solo tomaba pastillas o le aplicaban una inyección en alguna farmacia cercana a su casa para desaparecer cualquier dolor. “Me sentía inquebrantable, una persona sana”, dice el joven que hasta hace un año trabajaba como cargador de mercancías y materiales de construcción. En sus tiempos libres, iba al gimnasio, cargaba pesas, corría y jugaba fútbol. Pero la noche del 12 de noviembre del 2020 quedó postrado en la cama de un hospital, con un agujero más grande que su ombligo en medio de su pecho.
El agujero fue ocasionado por una canica de vidrio que le lanzaron durante la marcha contra el régimen de Manuel Merino. Luego del ataque debió permanecer en cama por más de un mes. Cuando caminaba, lo hacía de manera encorvada porque si mantenía una posición recta sentía que se estiraban las 22 grapas que le colocaron para cerrar su herida. Cada vez que comía, su estómago se hinchaba, por lo que tenía que recibir suero para alimentarse. René quiso volver a su vida normal luego de que le retiraron los puntos, pero casi un año después no ha podido. No puede correr ni cargar pesas.
El dolor en su pecho ha disminuido con el tiempo, pero no se va. A diario, René debe subir unas cien escaleras para llegar a su vivienda, en Independencia, en la zona norte de Lima. Quien lo ve puede pensar que las sube sin problema, pero en los últimos peldaños siente que se ahoga. Durante un mes, por necesidad económica, volvió a trabajar como cargador de cemento, pero el dolor no le permitió seguir. Ahora labora como relacionista comunitario, un empleo que no requiere un esfuerzo físico extremo. Pero con solo cargar los folletos que debe repartir, el dolor vuelve a manifestarse.
Luego de un año de inactividad, una nutricionista diagnosticó a René Caqui con sobrepeso. Según calcula, ha subido unos diez kilos. Ha intentado ordenar su alimentación, pero tampoco lo ha logrado porque siente el deseo de comer más seguido, a menudo por ansiedad y estrés.
Pese a que antes no confiaba en los psicólogos, René ha aceptado ir a terapia porque tiene miedo de situaciones en las que tendrá que mostrar su cicatriz: la playa, el sauna, el encuentro con una pareja. “La psicóloga me dijo que eso debería depender más de mí que de ellos. ¿Qué significado le doy yo a esta cicatriz? Eso es lo que debe importarme”, explica.