En esta etapa de la pandemia, muchos tenemos familiares, amigos del barrio o compañeros de trabajo que han muerto por la covid-19. En solo un año esta contagiosa enfermedad ha matado a más de 120 mil peruanos, casi el doble de víctimas que dejaron dos décadas de conflicto armado interno. Pero probablemente el daño más grande para un país no aparece en las cifras epidemiológicas que a diario muestran los noticieros. El daño irreparable está en los miles de niños y adolescentes en la orfandad, con hogares desintegrados. En ellos el virus está dejando huellas que aún no vemos en toda su dimensión.
Como una forma de enfrentar esta tragedia, el Estado peruano creó este año una pensión de 200 soles mensuales para los menores huérfanos hasta que cumplan la mayoría de edad. Aún hace falta calcular el número total de beneficiarios, pero el siguiente Gobierno necesita sobre todo elaborar programas integrales que buscan formas de reparar la salud mental, garantizar la educación y la economía de una generación en riesgo. Muchos ya enfrentan secuelas emocionales, están en mayor riesgo de abandono del colegio para empezar a trabajar y más expuestos a sufrir situaciones de violencia en hogares rotos. Por eso, la asistencia económica es un tipo de ayuda, pero no debe ser la única.
"Necesitamos reformas nacionales que incluyen escuelas abiertas y preparadas para darles respuestas a esta población. Las escuelas son los espacios que los más chicos perdieron en la pandemia, que no sólo eran centros de conocimiento, sino espacios donde aprendían a compartir sus emociones”, dice la doctora Rachel Kidman, investigadora de la Universidad de Stony Brook, Estados Unidos, que hizo uno de los primeros estudios sobre los huérfanos por la covid-19 en ese país. En su investigación, Kidman señala que los niños que pierden a uno de sus padres corren un riesgo elevado de sufrir un duelo traumático, depresión, malos resultados educativos, muerte involuntaria y suicidio, consecuencias que pueden persistir hasta la edad adulta. En el Perú aún no se han realizado estudios académicos de este tipo, pero desde el periodismo hemos empezado a documentar varias de las secuelas que los niños y adolescentes están experimentando por la pérdida de sus padres para comprender mejor el problema.
Como un esfuerzo en esa línea presentamos nuestra serie Crecer sin padres, que empieza con tres reportajes. En estas primeras publicaciones contamos los obstáculos para acceder al trámite de la pensión de orfandad y la urgente atención de la salud mental de los niños, uno de los problemas del que menos hablan las autoridades y en el que necesitan invertir más recursos para contar con psicólogos en colegios y espacios comunitarios. Contamos también la situación de los centros de refugio temporal a donde son trasladados los menores sin familiares que puedan asumir su custodia.
Por ahora, todo se concentra en la entrega de la pensión. “Hay que ver que no se deje fuera a ningún niño”, dice la exministra de Desarrollo e Inclusión Social, Carolina Trivelli, refiriéndose a la asistencia económica. Si bien este dinero lo recibe la persona que tiene la tenencia o custodia del niño o adolescente, el Estado tiene que estar presente para evaluar si la familia es la adecuada para el desarrollo del menor. Si no es así, un centro de acogida del Inabif es una alternativa para garantizar su integridad y cuidado. Para ello, estos espacios tienen que estar preparados con profesionales que puedan ayudarlos a enfrentar la pérdida, con compañía y abrazos que les quitó la pandemia.