Cuando empezaron a aparecer los primeros casos de Covid-19 en México, Lilian Cano, internista de treinta y un años y residente de reumatología en el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición, sintió miedo. En realidad, sintió muchos miedos, demasiados para poder distinguirlos. Por eso decidió ordenarlos en una lista:
- Contagiarme
- Contagiar a mis familiares
- Que mis familiares se contagien y no poder hacer nada
- Que mis familiares no hagan cuarentena
- Contagiar a mis pacientes que tienen una inmunodepresión
- No poder atender a mis pacientes regulares ni continuar mis prácticas médicas
- No terminar mis estudios
- Atender casos de Covid-19 y no ser capaz de ayudar
- Fake news (sobre todo donde hay agresiones a médicos)
- Ser discriminada
Cuando una gran sensación de miedo la invade, Lilian sabe que es mejor desmenuzarla y definir cada detonante en un papel. De esa manera, observa sus temores con objetividad y evita que la paralicen. Esta técnica se la enseñó su psiquiatra, con quien lleva más de un año de terapia. Lilian empezó a notar síntomas de depresión durante su quinto semestre de la carrera de medicina. Y es muy probable que no haya sido la única de su clase con un trastorno emocional. Según un estudio publicado en 2013 en la Gaceta Médica de México, la prevalencia en los síntomas de depresión y de ansiedad en los estudiantes de primer año de la escuela de medicina más grande del país, la Universidad Nacional Autónoma de México, alcanzaron el 37% y el 39%. "Estos malestares tienen que ver con el proceso de formación", explica Lilian. "Como médicos siempre hay mucha competencia. Estamos en contacto con la muerte y nunca tenemos el tiempo de vivir el duelo. Siempre estamos corriendo y no podemos experimentar nuestras emociones. Todo eso crea un ambiente muy propicio a tener psicopatologías y normalizarlas."
Casi el 40% del personal de primera línea encuestado entre abril y mayo presentó síntomas depresivos, insomnio y estrés postraumático
Para Jerome Groopman, escritor y profesor de la Escuela de Medicina de Harvard, que el personal médico aprenda a lidiar con sus emociones de una manera saludable es tan relevante como adquirir la destreza de usar un bisturí. En su libro Cómo piensan los doctores, Groopman analiza el proceso cognitivo de sus colegas cuando realizan un diagnóstico o eligen un tratamiento y encuentra diferencias a partir de las emociones que ellos experimentaron en ese momento. “La mayoría de los errores médicos son errores de pensamiento. Y muchas veces la razón de una mala idea son nuestros sentimientos, emociones que los doctores normalmente no admitimos o ni siquiera reconocemos”, señala.
No hay cifras claras en torno al porcentaje de personal médico en México que busca apoyo profesional para cuidar su salud mental. Por eso el caso de Lilian es extraordinario. Cuando se desató la pandemia la internista llamó a su psiquiatra para prepararse ante lo que se avecinaba. A inicios de marzo y a pesar de sus miedos, Lilian se ofreció a trabajar en el área de terapia intensiva del Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición, uno de los primeros hospitales de Ciudad de México en ser adaptado para atender pacientes de Covid-19.
A finales de enero de este año, seis semanas antes de que la Organización Mundial de la Salud declarara la pandemia, sonaron las alarmas alrededor de la situación emocional del personal médico en China. La ansiedad, la depresión, el insomnio, la negación, el enojo y el miedo se estaban disparando entre ellos tan rápido como los contagios del nuevo coronavirus.
Esas alarmas resuenan ahora en México.
De acuerdo al primer corte de la encuesta “Evaluación de problemas de salud mental y necesidades de atención del personal de salud”, puesta en marcha por el Instituto Nacional de Psiquiatría (INP), entre el 17 de abril y el 7 de mayo casi el 40% del personal de primera línea que respondió el cuestionario presentó síntomas depresivos, insomnio y estrés postraumático. La incidencia es tres veces mayor que en el resto de la población. "Sabemos que cuando te dedicas a tratar a gente que sufre, hay un impacto en ti", explica la doctora Rebeca Robles, coordinadora de la encuesta e investigadora del INP. "Ahorita los profesionales de la salud están muy estoicos enfrentando la situación, pero con un costo emocional muy elevado."
A finales de abril, la dispersión del virus en México pasó a escala nacional. Ante ello, el gobierno declaró la fase 3 de su estrategia contra la pandemia: se prolongaron las medidas de sana distancia así como la suspensión de actividades no esenciales en el país. Desde un comienzo hubo acusaciones por la falta de transparencia gubernamental ante la situación de la epidemia en México. De acuerdo a un artículo publicado por The New York Times, entre abril y mayo hubo tres veces más defunciones en Ciudad de México que las reportadas por las autoridades federales. Hoy, medio año después, México cuenta más de 88 mil muertes y ocupa el cuarto lugar de fallecimientos por Covid-19 en el mundo, después de Estados Unidos, Brasil y la India.
“Quería acostarme, descansar, pero sabía que no iba a dormir. Tenía pesadillas todos los días. Veía hospitales, camas, intubados, muertos. Me despertaba en la madrugada sudando”, cuenta Rosa, enfermera
Al evocar aquellas semanas de primavera, los médicos y enfermeros con los que he hablado recuerdan una y otra vez la ansiedad y la incertidumbre, los cambios repentinos de sus rutinas, el vaivén de sus emociones y también la inyección inicial de adrenalina. Para muchos de ellos, el nuevo coronavirus fue al principio la oportunidad de poner a prueba sus habilidades y conocimientos.
"Algo que me ayudó a mantenerme tranquilo fue devorar bibliografía sobre virología, Covid e inmunidad", explica Olivo Iglesias, médico de primer contacto. "Entonces conseguí varias certezas y eso fue útil porque mucho de lo que puede hacer que pierdas la cabeza ante el miedo es la inseguridad y el desconocimiento." Por su parte, Lilian recuerda: "Llegó un punto en que hasta era apasionante ir aprendiendo sobre la pandemia a medida que evolucionaba. Aplicaba el conocimiento nuevo en los pacientes y veía que funcionaba. Como médico, al principio se me hizo algo padrísimo, muy divertido."
Pero, en cuestión de semanas, la velocidad del virus y la falta de apoyo comenzaron a desbordarlos. El primer síntoma: el miedo al contagio. Entre mayo y junio, la tasa de infección del personal de salud osciló entre el 21% y el 23%, seis veces mayor que en China y el doble que en Italia. Rosa Sánchez, una enfermera especialista con 27 años de experiencia en áreas críticas y miembro de la unidad de cuidados intensivos del Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias (INER), recuerda cómo el olor a muerte fue invadiendo el hospital y cómo el único sonido que se escuchaba era el de los respiradores. Nunca había visto algo así. "Lloraba todos los días", dice. "Cuando nos vestíamos para entrar, todos estábamos callados. No decíamos ni una sola palabra, como si nos estuviéramos preparando para ir al matadero".
La escasez y la deficiencia del Equipo de Protección Personal (EPP) —lentes y gafas sin aislamiento, cubrebocas genéricos, caretas mal diseñadas— proporcionado por los hospitales ha sido también una fuente importante de estrés, como señala Claudia[1], neumóloga pediatra en el área Covid-19 de un hospital público de la capital: "No sabías qué equipo te iban a dar ese día. La manera de solucionarlo fue comprarme mis propios lentes y máscaras. Una preocupación menos."
Hasta el 14 de octubre, la Secretaría de Salud había confirmado 127.053 casos de Covid-19 en el personal de salud del país. Según un análisis de Amnistía Internacional publicado el 3 de septiembre, al menos 1.320 profesionales de la salud habían muerto en México. Era y, a falta de nuevos estudios, sigue siendo una de las cifras más altas en todo el mundo. Sin embargo, las autoridades federales han señalado que las comparaciones con otros países son injustas a causa de las diferencias en los métodos de muestreo. Además, José Luis Alomía, responsable de epidemiología de la Secretaría de Salud, ha apuntado que la mortalidad y la letalidad en el personal de salud ha sido mayor en personal no activo, es decir en aquellos que obtuvieron un permiso para quedarse en casa y "estar en comunidad", fuera de los hospitales. Hoy, el número de profesionales de la salud fallecidos asciende a más de 1.740.
A mediados de mayo, un mes después de que se declarara la fase de contagio epidémico en el país, comenzó a reportarse una escasez de camas para pacientes Covid-19 en 42 de los 75 hospitales del área conurbada de Ciudad de México. Fue entonces cuando Paola García, quien cursa su segundo año de residencia de geriatría en el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición, recibió la instrucción de pararse en las puertas del hospital y no recibir más pacientes.
"Había gente muy mal y yo tenía que decirle que fueran a otro hospital. Hay personas que no entienden que no es tu culpa y pues te la refrescan a ti, te decían que cómo es posible que fuéramos tan insensibles y que era nuestra obligación atenderlos. En realidad nosotros sólo seguíamos órdenes. Cuando me decían eso me sentía triste, decepcionada", recuerda Paola, quien salió positiva del virus después de atender a un paciente en urgencias. No tuvo síntomas.
Así como a Paola, las indicaciones de las partes administrativas de los hospitales y los protocolos de las autoridades han agravado la frustración del personal médico en medio de la pandemia. Su vocación de salvar vidas se ve limitada por un insuficiente número de camas, falta de máquinas de oxígeno o ventilación inadecuada en los hospitales. Los doctores, entrenados para conseguir certezas y trabajar a partir de ellas, llevan más de medio año avanzando a tientas en su lucha contra el coronavirus: no hay evidencia científica para estandarizar un tratamiento, los síntomas pueden variar de paciente en paciente y el desarrollo de la enfermedad difiere en cada organismo. Hasta ahora, cada día en el hospital podría considerarse un ejercicio de ensayo y error en el que siempre está en juego la vida de alguien.
“La tristeza y el duelo son parte de nuestro trabajo pero no se nos ha enseñado a manejarlos. Por eso, los doctores tendemos a embotellar todo en nuestro subconsciente”, dice la doctora y escritora Danielle Ofri
A pesar de eso, el personal médico sigue trabajando. Más que nunca. "Inicialmente las guardias eran de doce horas. Después la demanda de personal era altísima entonces se tuvo que hacer turnos de 24 horas. Ahorita son de 28 horas", explica Paola. "Hay días que apenas llevo unas horas de guardia y ya me estoy muriendo de sueño, y me asusto porque todavía me queda una jornada de trabajo", añade. Esa sobrecarga laboral se replica en todos los hospitales del país. El cansancio físico extremo tiene manifestaciones psicosomáticas como la falta de concentración, problemas de memoria o alteraciones del sueño, entre otras complicaciones.
En un estudio del 2014, publicado en Jamma International Medicine, se observó que mientras más avanzaban las horas de guardia de un doctor, más aumentaban las prescripciones de antibióticos. El profesor en medicina Jeffrey A. Linder considera que eso sucede por el cansancio extremo. Cuando los doctores están saturados de trabajo y, sobre todo, de casos complejos, optan por acudir a algunos caminos más sencillos cuando lo ven posible. "Trato de hacer las cosas bien porque sé que es una vida la que tengo frente a mí", subraya Paola. "Pero quizá sí ha habido cosas que podría haber abordado mejor, por ejemplo, sacar más análisis del laboratorio, y que quizás he dejado de pedir porque al final me quitan tiempo y ya estoy agotada."
Entre guardia y guardia, Paola tiene dos días de descanso. Pero como residente de segundo año aún debe estudiar para su especialidad: por las mañanas, a las 6:45, tiene clases de urgencias y por las tardes de geriatría. "Cuando veo que me estoy empezando a distraer, pongo un capítulo de Friends y cuando acaba me pongo a estudiar de nuevo", dice. Ante las dudas y el cansancio, la residente de 27 años se dice a sí misma que ella tomó la decisión de ser médico. "Todo lo que no aprenda me perjudica a mí misma."
Al terror del contagio, de la fatiga y de la falta de equipo dentro de los hospitales, se suma la decepción de que afuera, en las calles donde abundan los bulos y el escepticismo, la gente los ve como si ellos, los profesionales de la salud, fueran la amenaza y no la solución. Entre los meses de abril y mayo, la Subsecretaría de Derechos Humanos registró más de 100 agresiones a personal de salud, de las cuales 45 fueron físicas y 25 verbales. Además, más de 50 de ellas fueron dirigidas a mujeres.
"La discriminación es lo más preocupante", dice al respecto Claudia, la neumóloga pediatra. "Me sentía observada si iba con algo que indicara que era personal de salud. La gente guardaba su distancia. Y eso está bien. Pero nunca había sentido que se hicieran a un lado solo por cómo me veo. Mis vecinos a veces cierran sus puertas cuando ven que voy a salir y a una compañera la bajaron de una combi solo porque era médico."
Un factor adicional de estrés se presentó cuando el 29 de mayo el gobierno dio por terminada la Jornada de Sana Distancia y anunció la reapertura gradual de actividades en el país con base en un nuevo sistema de semáforos. Ese día, 31 de los 32 estados de la república amanecieron en semáforo rojo; es decir, riesgo extremo. Aun así, muchos mexicanos decidieron dar por concluidos sus confinamientos.
"Nos causó muchísimo estrés a todos los doctores ver a tanta gente en la calle", dice Lilian, la internista de reumatología. "Sentía que me estaba chingando en el hospital, haciendo hasta lo imposible por dar consultas por teléfono, contestando llamadas a las dos de la mañana, recibiendo y dando asesorías para que a mucha gente no le importara y saliera y se formara en largas colas afuera de los centros comerciales."
Porque, contrario a lo que se ha dicho estos meses, los doctores y los enfermeros no son superhéroes ajenos a las circunstancias que hemos vivido. Además de su esfuerzo sobrehumano en los hospitales, ellos también han tenido que confinarse, abstenerse de sus rutinas y apartarse de sus familias por el temor constante de ser portadores del virus. Ramón Duarte, enfermero en el área de urgencias en el INER, lleva cuatro meses sin ver a su hija de trece años por el temor a contagiarla: "Es una situación crítica, pero al final tengo que buscar un sustento para ella", se convence. Por si fuera poco, en casa no siempre encuentran el alivio y el descanso que buscan después de sus guardias. Claudia ha tenido problemas con su pareja, quien también es médico: "Afortunada y desafortunadamente he estado con él toda la pandemia. También llega frustrado a casa. Y si le dices que estás triste, algo que crees que es importante, seguramente él te va a ignorar o te va a decir 'yo me siento peor'. Últimamente chocamos bastante".
“A mí me daba miedo que llegara la noche", dice Rosa, enfermera del INER. "Quería acostarme, descansar, pero sabía que no iba a dormir. Tenía pesadillas todos los días. Veía hospitales, camas, intubados, muertos. Me despertaba en la madrugada sudando y ya no podía descansar. Si no nos mata el virus, nos va a matar todo esto, todo lo que hemos estado aguantando."
La ideación suicida y el suicidio son la expresión máxima del problema de salud mental al que el personal médico puede verse orillado por la pandemia. Si bien aún es demasiado pronto para determinar el impacto que el virus ha tenido sobre las tasas de suicidio en el personal sanitario, ya se han reportado casos de doctores en Estados Unidos y en Italia que se han quitado la vida después de haber trabajado en áreas de tratamiento del Covid-19. De acuerdo a un estudio publicado en la Harvard Review of Psychiatry, el estrés, la fatiga física y emocional, los dilemas éticos, el aislamiento y la falta de apoyo pueden ser factores que incrementan el riesgo del suicidio. Factores con los que convive el personal médico desde hace más de medio año.
El 17 de abril, el gobierno de México publicó en internet el cuestionario sobre los problemas de salud mental en el personal de salud, elaborado por el Instituto Nacional de Psiquiatría. Hasta ahora lo han respondido más de 14 mil profesionales, de los cuales alrededor del 40% trabaja en Ciudad de México. En el cuestionario deben responderse preguntas como estas: ¿ha perdido interés por las actividades que antes disfrutaba? ¿tiene dificultad para sentir afecto por sus seres queridos? ¿durante las últimas dos semanas se ha sentido decaído, deprimido o sin esperanza?
Cuando Leticia Soria, directora de la organización Intervención Psicológica Hospitalaria, vio el cuestionario, decidió utilizarlo con los grupos de apoyo psicológico para personal sanitario que había coordinado en las áreas Covid-19 del Hospital Ángeles del Pedregal, un instituto privado en el sur de Ciudad de México. "Cuando estás actuando con la adrenalina a todo lo que da, con una vocación de entrega, es muy fácil perderte en el momento. Por eso en el hospital usamos esa encuesta para que las enfermeras o los camilleros se escuchen a sí mismos y vean cómo se encuentran", explica la doctora Soria.
En el portal de internet del gobierno sobre el coronavirus hay una sección dedicada a la salud mental del personal de salud. Además de la encuesta coordinada por la doctora Robles, se ofrecen consejos para tratar con pacientes o familiares ansiosos y agresivos, la línea de apoyo del Instituto Nacional de Psiquiatría (800 9531 1705) así como videos y documentos de consulta en los que se dan recomendaciones para prevenir y detectar síntomas de deterioro de la salud mental.
La mayoría del personal sanitario con el que he conversado no ha aprovechado estas herramientas, aun cuando sus hospitales también los ofrezcan. "Cuando entré al INER hace cinco meses había varios carteles que decían que si te sentías mal o agobiado acudieras a la parte de salud mental del hospital", dice Arumi Quiroz, enfermera que estuvo tres meses en las áreas críticas de dicha clínica. "Pero nadie lo tomaba en cuenta. Hablaba con mis compañeros y decían 'Sí, después'. Aunque seamos profesionales de la salud, la salud mental es una salud que dejamos de lado."
Quizá los enfermeros, médicos o camilleros no recurran a la terapia de diván o consultorio, pero sí lo buscan instintivamente en las personas con quienes más tiempo han pasado y con quienes están compartiendo la tragedia. Rosa, enfermera de Cuidados Intensivos del INER, recuerda una ocasión en la que surgió un grupo de apoyo espontáneo entre sus colegas. Una mañana, mientras tomaban el desayuno, uno de sus compañeros les dijo que si llegaba a infectarse y hubiera que entubarlo, querría que lo atendieran tal y tal personas. Y así empezaron a preguntarse entre ellos: si te contagias, ¿cómo quieres que te atendamos? “Todos terminamos llorando, diciendo todo lo que queríamos que nos hicieran si caíamos como pacientes", recuerda Rosa.
Para la doctora Soria, directora de la organización Intervención Psicológica Hospitalaria, si el personal de salud en México no recibe ninguna asesoría sobre lo que está sintiendo, desarrollará síntomas de depresión o ansiedad grave sin saber por qué. Ello podría conducir a que busquen otro tipo de desahogo. Claudia, la neumóloga pediatra, reconoce haber aumentado su consumo de alcohol como un mecanismo de defensa frente a la pesadumbre diaria. Este fenómeno ha adquirido un carácter generalizado: la Comisión Nacional Contra las Adicciones publicó a fines de abril una guía para prevenir el abuso en el consumo de bebidas alcohólicas, en pleno confinamiento y tras la promulgación de la ley seca en varias regiones del país. Por su parte, Olivo Iglesias, quien ha tratado a más de ciento veinte pacientes de Covid-19, advirtió un aumento en su consumo de marihuana entre abril y julio, cuando tuvo más carga de trabajo: "Hubo días en que andaba despierto toda la noche porque estaba dando seguimientos y en las mañanas ya no podía dormirme entonces me daba un toquecito para relajar y seguir. Llegó un punto en que ya no era lúdico sino terapéutico."
"Cuando yo empecé a trabajar jamás imaginé que iba a llegar algo como esta pandemia. A veces pienso que ojalá nunca me hubiera metido en esto. Quisiera salir del hospital, irme a una papelería, a una cafetería, a otro lugar que no tenga nada que ver con la medicina. Después de que la he ejercido con tanto gusto, ya no, el gusto se acabó", comparte con hartazgo y resignación Juan Oliva, paramédico que en los últimos meses ha visto sus treinta años de experiencia tambalearse.
Más allá del miedo, la rabia, la impotencia o el fracaso, los profesionales de la salud están lidiando fundamentalmente con la tristeza. En su libro Lo que sienten los doctores: cómo las emociones impactan en la práctica médica, la doctora y escritora Danielle Ofri señala que la convivencia con la muerte impone una sensación de pérdida constante en el campo de la medicina. “La tristeza y el duelo son parte de nuestro trabajo pero no se nos ha enseñado a manejarlos. Por eso, los doctores tendemos a embotellar todo en nuestro subconsciente”, escribe Ofri.
Y, probablemente, este año no ha habido escenario más triste que un hospital. El personal médico ha tenido que elegir si trabajar por salvar la vida a un joven o un abuelo, observar cómo se asfixia alguien por falta de balones de oxígeno, seguir trabajando mientras mueren sus colegas, aguantar turnos infinitos con el temor al contagio, informar a incontables familias que sus seres queridos han muerto por teléfono o acompañar a sus solitarios pacientes en sus últimos momentos de vida. El personal de salud en México está cansado de sentir.
Por eso, según los expertos en salud mental, han alcanzado el límite de la fatiga emocional. Es decir, la imposibilidad de identificarse con el dolor de los pacientes. No es que no quieran, sino que es la única forma de seguir trabajando, día tras día, sin colapsar. "Tuvimos un niño que casi todo mundo atendió", cuenta Claudia, la neumóloga pediatra. "Tenía seis años. Falleció. Yo me acuerdo de lo que él me había dicho unos días antes: 'Tengo miedo de no volver a ver a mi mamá.' Todo mundo me preguntaba cómo me encontraba. Veía sus reacciones pero yo no reaccionaba hasta que empecé a tener pesadillas con ese niño." Cuando le pregunto a Claudia cómo ha estado cuidando su salud mental estos días, responde con una risa resignada: "Ahorita ya no me estoy cuidando. Hago mi trabajo lo mejor que puedo, pero estoy cansada."
La doctora Rebeca Robles, investigadora del Instituto Nacional de Psiquiatría, advierte: "Probablemente la gente empiece a sentirse mejor cuando se encuentre la vacuna pero en el personal de salud vamos a comenzar a ver las secuelas del desgaste de estos meses. Y tendremos que hacer todo lo posible por restaurar sus ganas de vivir y de ser médicos. Si no, nos vamos a quedar en una deuda histórica con ellos." Cuando los estragos de la pandemia empiecen a disiparse en el mundo, las consecuencias en el estado emocional del personal médico se harán más evidentes. Solo cuando ya no tengan otros a quienes cuidar, los doctores y enfermeros empezarán a prestar más atención a sus propias dolencias.
[1] Nombre ficticio, la entrevistada ha pedido el anonimato.