14N: La noche que no termina

André Rivero Gonzales (22)

André Rivero
André se veía en el futuro como un jugador profesional.
Foto: Familia Rivero

Una de las últimas veces que André Rivero conversó con su madre sobre lo que sucedió en noviembre del año pasado, le dijo que se arrepentía en el alma de haber ido a la marcha. No porque haya dejado de creer en la causa que lo motivó a salir a protestar junto a miles de jóvenes, sino porque su pasión y su plan de vida se destruyeron ese día. André estudiaba Contabilidad en una universidad privada gracias a una beca completa que le otorgaron por integrar el equipo de fútbol de la institución. Sin embargo, luego del 14 de noviembre, los médicos concluyeron que no podría volver a jugar a nivel competitivo.

Esa noche, André fue impactado en el cráneo por un objeto de metal. Se había apartado por un momento de la protección de las tablas de madera que cargaban los chicos de la primera línea para ir a ayudar a un compañero que cayó al recibir un disparo de perdigones. Pero no pudo llegar a socorrerlo. Luego de dar unos pasos, André sintió que su cerebro se adormecía y él también cayó a la pista.

Su madre llegó furiosa al hospital, sin saber exactamente qué le había pasado a André. “Le voy a pegar porque él estaba advertidísimo de no ir a la marcha”, le dijo a su esposo. Pero cuando vio a su hijo en la camilla, cubierto de sangre, con un hueco en la cabeza, lo único que se le ocurrió, en medio de su desesperación, fue gritar y gritar hasta que un médico se acercó a atenderlo. El impacto había sido tan fuerte que tuvieron que cortarle un pedazo de cráneo para que su cerebro se pudiera desinflamar. El trozo de hueso extraído fue guardado en su vientre, un entorno en el que podía conservarse mejor.

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En recuperación de su segunda operación.
Tik Tok personal de André

Cuando André abrió los ojos luego de la intervención, no recordaba casi nada de la marcha. Tampoco podía hablar bien ni caminar. Le pidió a su madre que le llevara libros para comenzar a leer nuevamente. También trataba de dar algunos pasos por su cuenta, agarrándose de la cama, de las sillas, de las paredes. “No tuvo ninguna terapia, porque nunca se la dieron. Sus terapias las hizo él solo con su papá”, cuenta su madre.

André perdió la beca integral de la universidad por su estado. Le informaron que podría mantener un porcentaje de ella, pero la familia no podía costear el monto restante. Antes de la lesión, él trabajaba en un restaurante de comida rápida para ayudar con los gastos de sus otros dos hermanos. Quedarse sin ese ingreso afectó aún más la economía familiar, severamente golpeada por la pandemia. Si no hubiera sido por el aporte de la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos, ellos no hubieran podido pagar la segunda operación ni el tratamiento.

En junio, solo cuatro meses después de que le colocaran de nuevo el hueso en el cráneo con tornillos de titanio, André fue asaltado cerca de su casa. Lo golpearon en la cabeza, justo en la cicatriz. La conmoción fue tal que le dio epilepsia. Estuvo en coma cinco días. Ese hecho fue el detonante para que su familia termine de convencerse de irse del país. “Definitivamente yo me llevo a mi hijo de acá. No voy a poder vivir tranquila todos los días pensando en su seguridad”, dijo la madre.

En octubre, apoyados por unos parientes, viajaron a España en busca de mejores oportunidades. Allí André trata de adaptarse a su nueva vida. Ahora el muchacho que disfrutaba de correr en la playa por horas, al que le gustaba ejercitarse diariamente en el minigym que había montado en su cuarto y que tenía una pasión desmedida por jugar al fútbol desde que era niño, no puede hacer esfuerzo físico sin sentir dolores de cabeza.

A los estudios tampoco puede retornar todavía. Su memoria sigue frágil y no recuerda conocimientos básicos del colegio. En casa, desde hace un tiempo, ya nadie habla de lo que pasó el 14 de noviembre. “Estoy tratando de borrar eso”, les ha dicho André. Es el camino por el que ha optado. Recuperarse en silencio, sanar por fuera y por dentro.

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