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Carta a una futura científica

Una bióloga molecular le cuenta a todas las niñas que sueñan con ser científicas cómo ha sido su recorrido profesional, los retos que ha enfrentado y cómo ha superado los obstáculos en una carrera en la que aún hay una brecha de género por cerrar.

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Respuesta ilustrada de Francisco Javier Guerrón Ceballos, de 6 años, a la pregunta ¿Cómo se vería una compañera tuya que quiera ser científica?
Dibujo: Francisco Javier Guerrón Ceballos

h ola, te saluda una científica.

Nací en Ecuador.

Desde pequeña, al igual que tú, siempre tuve curiosidad por conocer cómo funciona el universo y el mundo que nos rodea.

Me hacía muchas preguntas sobre la vida y la naturaleza. Buscaba formas de encontrar respuestas. Mis padres y los libros fueron mis mejores maestros: me enseñaron todo lo que quería saber.

Un día, cuando tenía unos 4 años, fui a un laboratorio clínico con ellos —mis papás, no los libros— para hacerme unos exámenes. Nos atendió una doctora. Durante la visita, me pregunté qué había detrás de una de las puertas del laboratorio. Les conté mi inquietud a mis papás, y ellos le preguntaron a la doctora si me podía mostrar lo que allí había. La doctora abrió la puerta y me mostró el lugar: era la parte del laboratorio donde se analizaban las muestras.

Estaba asombrada. Tantos recipientes de diferentes formas, tamaños y colores encima de los mesones, máquinas y, entre otras cosas, un instrumento que me deslumbró: un microscopio. Era la primera vez que veía uno de cerca. El lugar me fascinó tanto que, desde ese momento, me propuse estudiar mucho para un día convertirme en científica y trabajar en un laboratorio, hacer experimentos y ayudar a otros, como aquella doctora lo hacía a diario.

En la escuela, me esforcé mucho y obtuve las mejores calificaciones de mi clase. Fui la abanderada del Pabellón Nacional y la mejor graduada de mi promoción. Después, en el colegio, mantuve la dedicación y me otorgaron una beca que me ayudó a financiarlos.

Durante mi penúltimo año de secundaria en la Academia Alianza Internacional de Quito, participé en un curso de verano sobre biología molecular en el Centro de Biomedicina de la Universidad Central del Ecuador que fue dictado por mi maestra de química, Elizabeth Ling. Durante ese curso, aprendí sobre el ADN, una molécula que contiene el manual de instrucciones que determina las características de nuestro organismo y su funcionamiento. Aprendí, además, las técnicas de laboratorio que se utilizan para estudiarlo.

Me fascinó tanto esta molécula que decidí que quería convertirme en bióloga molecular. Quería comprender cómo se producen las enfermedades en el cuerpo humano y curarlas.

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Respuesta ilustrada de Francisco Javier Guerrón Ceballos, de 6 años, a la pregunta ¿Cómo se vería una compañera tuya que quiera ser científica?
Dibujo: Francisco Javier Guerrón Ceballos

En mi último año de secundaria, fui la Abanderada del Pabellón de los Estados Unidos de América y la segunda mejor graduada de mi promoción. Terminado el colegio, entré a la Universidad San Francisco de Quito a estudiar Biología. Nuevamente, mis altas calificaciones en los exámenes de ingreso me ayudaron a obtener una beca para financiar mis estudios. Después de mucho esfuerzo estaba estudiando la carrera que durante tanto tiempo soñé.

Mis años en la Universidad estuvieron llenos de retos y obstáculos. Incluso hubo personas que no creían en mí.

Habrá algunas —algunos— que no crean en ti: no les hagas caso, son parte de un sistema que se ha convencido erróneamente que hay cosas que las mujeres no podemos hacer. Pero está claro que nosotras podemos hacer todo lo que nos propongamos.

Sus cuestionamientos serán duros, y, por un instante, te harán dudar de tu potencial: vivimos en un país donde aún, en el 2019,  la participación de las mujeres en la ciencia es baja: el Ecuador está en el puesto 12, de 20, en América Latina. Que no estemos en la ciencia no tiene nada que ver con nosotras, sino con una sociedad que cree en roles preasignados para las personas. Pero esos roles carecen de sentido. Lo sé porque esas cifras no me impidieron llegar donde estoy, y tampoco deben intimidarte: por el contrario, debemos demostrar con hechos, como siempre en la ciencia, que podemos hacerlo igual o, incluso, mejor.

Al final del camino, vienen las recompensas. Lo viví: me gradué con el promedio más alto de mi promoción y mi investigación de fin de carrera se convirtió en dos publicaciones que fueron las primeras de mi carrera científica. Además, gracias a la recomendación de una de mis profesoras, conseguí mi primer trabajo en mi Universidad y pude continuar aprendiendo sobre mi materia favorita, la biología molecular.

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Dámaris Intriago en el laboratorio.

Varios años después, supe que era el momento de dejar mi zona de confort y perseguir sueños más ambiciosos. Mi meta era especializarme en Medicina Molecular, una rama que utiliza la biología molecular para identificar las causas de las enfermedades que afectan al ser humano, como el cáncer, y desarrollar tratamientos más efectivos contra ellas.

Eso quería hacer: estudiar por qué se produce el cáncer y contribuir a encontrar nuevas formas de derrotarlo. Gracias a una beca del gobierno de mi país, viajé a Reino Unido para cursar mis estudios de Maestría en la Facultad de Medicina de una de las diez mejores universidades del mundo, el Imperial College de Londres.

Seis meses después, llegó el momento por el cual esperé toda una vida: el Director de mi programa de Maestría me dio la oportunidad de realizar mi tesis en un laboratorio que investigaba el cáncer de mama, el tipo de tumor más frecuente en mujeres a nivel mundial. Aprendí muchas cosas sobre esta enfermedad y adquirí experiencia en esta área de estudio.

Pero cuando una supera los retos, busca nuevos. Los míos fueron más complejos y exigentes: había llegado la hora de ejercitar aún más mis músculos de investigadora y ganar más experiencia.

Tuve la oportunidad de trabajar en un gran instituto que investiga al cáncer. Esta parte de mi vida estuvo llena de momentos alegres y otros muy tristes. Incluso, aquellas sombras que merodearon mis pasos durante mis años de Universidad regresaron con más fuerza que nunca a tratar de estancarme diciéndome que no llegaría a ser una buena científica.

La vida de un investigador involucra mucho esfuerzo y dedicación. No siempre las cosas funcionan como una desea: tus experimentos no salen como los planeaste, o los resultados no son los que esperabas.

Pero, al final, eso es la investigación científica: un largo viaje lleno de triunfos y derrotas. En él consigue grandes éxitos y logra nuevos descubrimientos aquel que no pierde el entusiasmo a pesar de las frustraciones diarias, considera sus fracasos como piezas de información útiles sobre cómo puedes mejorar los experimentos, y continúa trabajando a pesar de que el viento sople en contra.

Esta fue una de las lecciones más valiosas que aprendí durante mi tiempo en el instituto.

A pesar de todo, mi carrera científica continúa. Todos los días, me levanto con ganas de continuar aprendiendo más sobre la ciencia y sobre el cáncer.

Mi tiempo libre ha terminado y debo regresar al laboratorio, así que debo despedirme. Sin embargo, no quiero cerrar estas palabras sin compartir las que considero las dos más grandes lecciones que he aprendido.

La primera es que no permitas que nadie te diga que no puedes hacer algo. Si tienes un sueño, trabaja por él y hazlo realidad. Confía siempre en ti misma. Nadie más lo hará por ti. La segunda es que nunca te rindas: no importa si todo sale mal y te cuesta continuar, solo sigue.

Yo decidí no escuchar a esas sombras, confiar en mí y no claudicar.

Por eso, estoy hoy aquí y puedo contarte mi historia. Ahora es momento de que tu escribas la tuya y que esta sea mucho mejor que la mía: que el conocimiento y la ciencia te acompañen siempre en tu camino y nunca dejes de volar. Estoy segura de que nos veremos nuevamente en otro trecho de este largo viaje.


Dámaris Intriago es Licenciada en Biología y Máster en Medicina Molecular. Tiene años de experiencia en investigación oncológica enfocada en la biología molecular del cáncer de mama. Es divulgadora científica, representante del PhD Network Ecuador, e integrante de la Red Ecuatoriana de Mujeres Científicas.

Este artículo fue originalmente publicado el 11 de marzo del 2019 por el medio GK y lo republicamos con su autorización.

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