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El hambre en nuestra memoria

Décadas atrás, las familias hacían colas interminables para comprar productos que alcanzaban para una comida al día. Algunos no tenían más opción que irse a dormir con el estómago vacío. Ahora, muchos peruanos hacen malabares para llenar sus ollas, frente a una crisis alimentaria que podría afectar a más de 15 millones.

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El hambre no existe solo cuando no hay que comer, también cuando los alimentos que consumimos no son adecuados o suficientes. Esa situación se llama inseguridad alimentaria.
Aldair Mejía / EFE

Doris Loayza recuerda que ella, sus papás y sus hermanos debían hacer cola por horas para conseguir, entre todos, un kilo de azúcar. No era la única familia que se repartía para conseguir alimentos que eran escasos, como la leche o el aceite. Esta práctica se hizo tan común que algunos vendedores incluso pasaron de limitar la venta de un producto por persona, a un producto por familia.

—En esos tiempos, un sobrecito de té tenía que ir para seis o siete tacitas. Al final no era té lo que tomábamos, si no agüita pintada. Y en lugar de pan, camotito sancochado. Si no había arroz, algo de triguito —cuenta.

Durante el primer gobierno de Alan García, la respuesta a la crisis alimentaria fue aplicar control de precios. Fue esta medida la que generó largas colas y especulación. En ese entonces, Doris era una adolescente, y solo tenía presente las carencias de los suyos, pero no sabía cómo lo pasaban las personas más pobres y vulnerables. Hoy, que es dirigenta zonal y que coordina las actividades de distintas ollas comunes en Villa María del Triunfo, es testigo de cómo el alza de precios está obligando a las familias a dejar de comer ciertos alimentos para asegurar un plato en la mesa.

Y a veces, tener ese plato en la mesa tampoco implica que se ha vencido al hambre. Después de todo, el hambre no existe solo cuando no hay que comer, también cuando los alimentos que consumimos no son adecuados o suficientes. Esa situación, que los especialistas denominan inseguridad alimentaria, la conocen muy bien quienes recuerdan la vida a mediados de los ochenta. En ese período, la coyuntura de hiperinflación, terrorismo y alza de precios generó en la población la necesidad de reducir raciones y recurrir a productos que antes servían para alimentar a animales.

—El desayuno peruano era té con pan con miga. También había la broma de la gente que decía: “Tengo que llegar temprano a mi casa, hoy me toca comer”, porque en las familias se turnaban quién cenaba. La gente empezó a comer Nicovita, que era un alimento para pollos que se vendía muy barato. De la carne, los peruanos solo sabíamos el nombre —relata el historiador Carlos Contreras.

Eso era lo que sucedía en las ciudades. En el campo, explica Contreras, las familias se veían obligadas a matar a sus animales para alimentarse. Así, perdían fuentes de alimento a largo plazo, como la vaca que les daba leche o la gallina que les daba huevos, para hacer frente a la emergencia.

Ahora, estamos frente a una nueva crisis que, de acuerdo a estimaciones de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), podría llegar a afectar a más de 15 millones de personas en nuestro país. Es decir, casi la mitad de la población.

—El incremento de precios de alimentos ya se venía dando en los últimos años, pero con la pandemia se agrava el problema. Muchas personas se han quedado sin empleo o cuentan con menos ingresos. Estamos hablando de uno de cada cuatro peruanos que está resolviendo su alimentación con dificultad —explica Fernando Castro, especialista en políticas públicas de la FAO en Perú.

Diversos expertos han recalcado la necesidad de medidas urgentes para responder a esta emergencia alimentaria que, calculan, podría durar al menos un par de años. Sin embargo, la reciente designación de un ministro de Desarrollo Agrario sin experiencia en el sector, sumada a discursos poco empáticos de las autoridades sobre el hambre de los peruanos, hacen pensar que la tarea le puede quedar grande al gobierno.

“¿El pollo está caro? Coman pescado”

La crisis generada por el desabastecimiento de alimentos en las décadas pasadas no solo vive en el recuerdo de las familias, también en las grabaciones de los programas cómicos de la época. El humor, después de todo, puede permitirnos procesar o incluso olvidar momentos dolorosos. También puede expresar la indignación desde la ironía.

Así lo hacía el programa Risas y Salsa, donde los actores realizaron más de una parodia de las autoridades y su respuesta ante el hambre. Una de ellas fue del exprimer ministro Juan Carlos Hurtado Miller, conocido por ser quien anunció en 1990 el llamado fujishock. Esta medida del gobierno de Alberto Fujimori eliminó el control de precios, y como consecuencia la gasolina aumentó treinta veces, el valor de la leche se triplicó y la papa se vendió cuatro veces más cara cuando las tiendas abrieron sus puertas.

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Parodia de Juan Carlos Hurtado Miller

“Les voy a dar unas pautas para mejorar su economía hogareña. Por ejemplo, la carne ha subido. Olvídense de la carne, no coman carne, déjense de comer carne. El pollo, los huevos y la leche que han subido, olvídense, están por las nubes, no los compren”.

Eran las palabras del comediante Guillermo Rossini, pero parecían haber salido de la boca del mismo Hurtado Miller. Curiosamente, el discurso de la parodia es muy similar al dado por nuestro actual presidente del Consejo de Ministros, Aníbal Torres, en abril de este año:

“Si bien es cierto suben los precios de algunos productos, pero a su vez bajan de otros. Por ejemplo, sube el precio del pollo pero baja el precio del pescado (...) Entonces hay que acostumbrarnos a consumir también esos productos marinos”.

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Aníbal Torres, primer ministro.

Para el historiador Carlos Contreras, ese tipo de mensajes, similares a la famosa frase “si no tienen pan, que coman pasteles”, reflejan ignorancia respecto de las condiciones de vida de la gente de menos recursos. Doris Loayza, quien trabaja con las mujeres de las ollas comunes para alimentar a la población de su zona, tiene claro que el pescado no es una opción de compra para ellas: es demasiado caro.

—Nosotras estamos cerca del terminal pesquero, pero las mamitas no tienen dinero. Hacen sus tallarines con pescuezo, sus estofados con espinazo. Se compran saborizantes para la comida, porque para carne no alcanza —dice Doris Loayza.

Sin embargo, hubo distintos momentos en los que el gobierno trató de reorientar el consumo de los peruanos. Así sucedió, cuenta Contreras, con la harina de trigo, a la cual somos aficionados desde la época colonial.

—Cuando yo era niño, durante el gobierno militar [década de los 70], se ordenó a las panaderías que la mitad del pan que ofertaban debía ser diferente al pan de harina de trigo. Es decir, no pan francés, sino pan de camote, pan de cebada. Pero a la gente le cuesta cambiar —apunta.

Por eso, el historiador considera que más allá de los intentos de las autoridades para cambiar la dieta de los peruanos, lo que nos lleva a sustituir alimentos finalmente son los precios y la necesidad. Para muchas personas en peligro de pasar hambre, dejar de comer alimentos a los que están acostumbradas será una cuestión de supervivencia.

Una respuesta urgente en espera

Hace una semana, el Gobierno nombró como nuevo ministro de Desarrollo Agrario a Javier Arce, quien solo registra en su hoja de vida la carrera técnica de Administración de Empresas y su paso por una compañía de construcción. El domingo por la noche, el programa Cuarto Poder reveló que Arce cuenta con veinte denuncias por delitos como asociación ilícita, falsificación, estafa, concusión, hurto agravado, entre otros. Un panorama nada alentador para el sector que debe liderar la respuesta a la actual crisis del hambre en el Perú.

¿Y cómo debe ser esa respuesta? Para el economista agrario Eduardo Zegarra, lo primero que debería hacer el Gobierno es instalar bonos alimentarios dirigidos a esas 15 millones de personas que están vulnerables al hambre. Esta medida permitiría paliar la crisis en un corto plazo. En ese punto coincide el especialista de la FAO, Fernando Castro, quien agrega que se tiene que mejorar la eficiencia en la entrega de los bonos. Un ejemplo claro lo observamos en la distribución de la asistencia económica a las ollas comunes.

—Llega el presupuesto al Midis [Ministerio de Desarrollo e Inclusión Social], el Midis lo pasa al gobierno local, el gobierno local hace su gestión y ¿cuánto llega? Si eran 100 soles, para cuando llega a la olla común es mucho menos. Por eso estamos pidiendo que la ayuda llegue directa —comenta Doris Loayza.

Ese apoyo directo se podría lograr mediante tarjetas alimentarias, señala Castro. Así disminuirían los costos logísticos de la entrega de alimentos a las ollas comunes y se podría asegurar que el dinero sea efectivamente invertido en alimentos.

Según Zegarra, el fortalecimiento de las ollas comunes es otra de las medidas necesarias para responder a la crisis, junto a la compra masiva de productos a la agricultura familiar desde el Estado.

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El fortalecimiento de las ollas comunitarias está entre las medidas necesarias para responder a la crisis.
Aldair Mejía / EFE

—Tenemos un sector agrario muy, muy golpeado por tres procesos. Primero, por la pandemia, que deprimió los ingresos agrícolas. Luego, por el incremento de precios de insumos. Y finalmente, la guerra Rusia-Ucrania que ha cortado casi toda posibilidad de comprar fertilizantes. Perú está enfrentando una situación incierta, con alta probabilidad de no poder afrontar la próxima campaña agrícola— explica el economista.

Ambos frentes necesitan un auxilio: los productores y los consumidores. Para los últimos, otra herramienta también se hace necesaria en el largo plazo: la educación nutricional. Como hemos señalado, el hambre no solo consiste en la falta de alimento sino en la falta de los alimentos adecuados.

—Si no hay orientación, la población va a consumir productos baratos que pueden ser principalmente carbohidratos. La alimentación saludable es cara y puede costar hasta cinco veces más que una dieta básica, la gente no va a poder pagar eso. Por eso tenemos que encontrar alternativas y ver que las frutas, por ejemplo, lleguen a estos consumidores a precios más cómodos —dice Fernando Castro.

Esa preocupación la comparte Doris Loayza, quien al igual que otras mujeres que trabajan en las ollas comunes, recuerdan las consecuencias del hambre que pasaron en su juventud y hoy tratan de proteger a los niños que alimentan de una situación similar.

—Muchas familias en los ochenta, hemos caído en la tuberculosis. Muchos adolescentes que ahora somos adultos hemos pasado la experiencia de contraer esa enfermedad por la falta de alimentación, por la desnutrición, y hoy en día nuevamente estamos en eso —cuenta Doris.

Por eso ahora, aún con todas las carencias, hacen el esfuerzo de preparar comida con sangrecita y tratan de capacitarse para brindar alimentos nutritivos. La experiencia les ha enseñado que el hambre no solo la sufren quienes tienen el estómago vacío.

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