Salud mental

¿Por qué hacemos cosas que no queremos cuando estamos en grupo?

La psicología social ha demostrado que muchas de nuestras actitudes, opiniones o gustos están moldeadas por la influencia de grupo o de la sociedad. Sin embargo, esto nos resta individualidad y autonomía como personas y puede afectar nuestro estado emocional.

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Es posible que te haya pasado alguna vez: estás con un grupo de personas y de pronto haces algo que realmente no deseas. Quizá hacerlo te incomoda o te hace sentir extraño, pero igual eliges actuar como el resto del grupo. ¿Fumar? ¿Fastidiar a un compañero? ¿Beber alcohol? Incluso, durante la pandemia, quizá hubo momentos en los que te sacaste la mascarilla a pesar de sentirte desprotegido, solo porque nadie más la llevaba puesta. ¿Te has preguntado por qué lo hiciste si realmente no querías?

Al actuar así renunciamos a nuestra individualidad para encajar en un grupo, para sentir que pertenecemos a un colectivo incluso a expensas de nuestra propia salud. Esto puede explicarse por un fenómeno muy estudiado en psicología denominado “conformidad social”. Se trata de un tipo de influencia social en donde la persona adopta un comportamiento específico (que es interpretado como aceptable o apropiado dentro del grupo) para estar en concordancia con las expectativas de los demás. Definitivamente esto es útil para seguir normas sociales y de convivencia. Por ejemplo, fue lo que permitió que todos siguiéramos las mismas medidas para prevenir el contagio del covid-19. De esta manera, las normas sociales, ya sean explícitas o implícitas, ejercen un efecto fundamental en nuestro comportamiento diario, y aunque a veces puedan limitar nuestra libertad, también permiten controlar el caos cuando es necesario.

Pero, ¿qué nos muestran los estudios de conformidad social?

El psicólogo de origen polaco y estadounidense, Solomon Asch, dedicó gran parte de sus trabajos a la psicología social. Es conocido especialmente por sus experimentos de conformidad, en los que demostró la fuerte influencia del grupo en las opiniones individuales de las personas. Entre 1951 y 1955, el psicólogo realizó una serie de estudios en donde reunía a un estudiante voluntario (el sujeto de experimentación) con un grupo de actores que se hacían pasar por estudiantes. Ante una prueba de visión, ellos tenían la consigna de dar respuestas incorrectas a propósito para que el otro estudiante cediera ante la conformidad social, a pesar de saber que él tenía razón. Así, se enfrentaba a un dilema delante de los demás: ¿debía seguir al resto o aferrarse a su propio juicio?

De todas las personas que participaron del estudio, el 76% de ellos eligió seguir o apoyar las respuestas falsas del grupo al menos una vez. En algunas variaciones del experimento, los colaboradores dieron también una respuesta contraria al de la mayoría, y esto disminuyó el porcentaje de conformidad. Muchas veces, al ser interrogados, ciertos participantes dijeron que los demás colaboradores (que eran actores encubiertos) sufrían de alguna ilusión óptica o eran ovejitas que seguían a la manada. Sin embargo, esos participantes habían copiado las respuestas del resto.

El experimento de Solomon Asch se ha realizado muchas veces y los resultados se repiten una y otra vez.

¿Cómo se interpreta esto? La explicación radica en la diferencia entre conformidad pública y aceptación privada. La primera ocurre cuando alguien dice o hace lo mismo que los otros, mientras que la segunda es cuando esa persona llega a sentir o pensar como el resto. En muchas situaciones de la vida cotidiana podemos seguir ciertas normas sociales, es decir, dejamos que nos absorba la presión de grupo, pero eso no significa que sintamos o pensamos como los demás. Podemos manifestar una conformidad pública pero sin experimentar una verdadera aceptación privada. De hecho, este tipo de dinámicas suceden a menudo entre las personas más jóvenes, que se encuentran en una etapa de formación, muy vulnerables, y por ello necesitan sentir que pertenecen a un grupo que los haga sentir validados. Pueden no estar de acuerdo con algunas actitudes de las otras personas, pero más importante que la propia opinión es la sensación de pertenecer. En un momento en que empiezan a forjarse nuestros lazos con el mundo, quedarse aislado es como volverse invisible o desaparecer.

Pero no solo ocurre con frecuencia en la población más joven. Muchas de nuestras actitudes, opiniones, gustos o costumbres han sido moldeadas a partir de la conformidad social que hemos experimentado desde muy pequeños. La ropa que vestimos porque está de moda, el cantante que escuchamos porque todos hablan de él, las jergas que usamos para hablar como los demás. Hay una serie de factores ocultos que influyen en estas acciones o pensamientos que casi nunca advertimos, pero que muchas veces determinan situaciones importantes en nuestras vidas.

Estos son los principales:

  • Cohesión: Mientras más nos atrae un grupo, más posibilidad tenemos de dejarnos influir por él.
  • Tamaño del grupo: Mientras más personas, más probabilidad de influencia. Es decir, mayor presión social.
  • Normas sociales obligadas: si el grupo especifica qué espera de nosotros, y creemos que la norma es relevante, tenemos más posibilidad de influencia.

Sin embargo, también existen razones emocionales que intervienen en la conformidad social. Por ejemplo, la necesidad de gustar a los demás y el miedo al rechazo. O nuestra preocupación por lo que la gente piensa de nosotros. O la importancia de sentir que estamos en lo correcto, cuando tratamos de entender adecuadamente el mundo social y empleamos opiniones de otros para sentir que tenemos la razón.

A veces resulta difícil diferenciar nuestros comportamientos genuinos de aquellos que son impulsados por la conformidad. Sus raíces pueden estar tan arraigadas en nosotros que nos cuesta vislumbrarlas. Sin embargo, hay otras que son muy fáciles de detectar y que casi siempre podemos evitarlas. Porque aunque puede ser complicado sostener públicamente nuestras convicciones cuando sabemos que no son aceptadas por la mayoría, perder nuestra autonomía e individualidad puede tener un costo muy alto, especialmente cuando la presión social nos somete a situaciones incómodas o perjudiciales para nuestra salud mental.

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