A cinco meses de la aparición del nuevo coronavirus, América Latina se ha convertido en el epicentro de la pandemia que angustia al mundo entero. Después del primer caso detectado en Brasil a fines de febrero, la plaga tardó menos de un mes en extenderse por toda la región. Hasta ahora no hemos podido controlar la ascendente curva de contagios y muertes por varios problemas de fondo: la desigualdad social, nuestros sistemas de salud precarios, la pobreza y la informalidad laboral. La cuarentena —la principal regla sanitaria de los gobiernos para ganar tiempo y adecuar los hospitales a la emergencia— se hace cada vez más difícil de cumplir cuando el hambre amenaza la vida de poblaciones enteras.
Una de las consecuencias más notorias de esta crisis es la evidencia de que los hospitales latinoamericanos no estuvieron (ni lo están aún, pese a la compra urgente de equipos) preparados para atender a un número tan alto de enfermos que necesitan hospitalización y cuidados intensivos en tan corto tiempo. La mayoría sigue al límite. El coronavirus evidenció el estado de calamidad en que los servicios públicos de salud han subsistido durante décadas, relegados al extremo por modelos económicos y autoridades que nunca pusieron como prioridad el bienestar de sus habitantes. “No podemos enfrentar un virus del siglo XXI con sistemas de salud del siglo pasado”, dice Elmer Huerta, reconocido experto en salud pública.
La pandemia nos está dejando escenas imborrables: féretros de cartón en las calles de Guayaquil, presos desnudos y amontonados en una cárcel de El Salvador y hasta el presidente del país latinoamericano con más contagios, Jair Bolsonaro, paseando por sus calles sin mascarilla. Pero si hay una escena que se repite sin importar las fronteras es la del personal de salud reclamando por sus vidas. La muerte de cada doctor, enfermera y técnico asistente en los hospitales de nuestro continente es prueba irrefutable de que nuestros gobiernos no han podido proteger siquiera a los que están en la primera línea.
América Latina ha empezado a salir a las calles porque quedarse en casa ya no es una opción segura. La aparición de banderas improvisadas en los techos de distintos barrios de nuestra región —blancas en El Salvador, Guatemala y Perú, rojas en Colombia— advierte que la pobreza de nuestras familias no aguanta cuarentenas. El Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas calcula que solo este año alrededor de 14 millones de latinoamericanos no tendrán garantizada una comida al día por la pandemia. Además, este 2020 unas 17 millones de personas en el continente habrán perdido su empleo, según la Organización Internacional del Trabajo. La entrega de bonos de asistencia social ha sido insuficiente. Toda estrategia para contener este nuevo virus ha tenido que enfrentarse a nuestra enemiga de siempre: la desigualdad social. En la región hay quienes pueden abarrotar sus alacenas con alimentos mientras que otros no tienen un refrigerador para preservar su comida.
En medio de la emergencia, la corrupción se volvió aún más escandalosa: se supo de compras de equipos e insumos médicos con sobreprecios en varios países. En Perú, la Fiscalía investiga adquisiciones de mascarillas y artículos de limpieza fallados destinados a los policías que resguardan las calles en el toque de queda. Mientras que en Bolivia el ministro de Salud, Marcelo Navajas, fue detenido por la compra de respiradores con un sobreprecio millonario. En Colombia, la Fiscalía solicitó la detención de 10 alcaldes por presuntos delitos en la suscripción de contratos de productos relacionados a la atención de la pandemia.
Los países de América Latina compartimos fortalezas y debilidades, pero cada realidad sigue siendo única. Por eso, Salud con Lupa ha convocado a periodistas de diez países de la región para comprender mejor este cambio en nuestras vidas e investigar los impactos de la pandemia de la COVID-19. Este equipo trabajará de manera colaborativa por los próximos seis meses a través del Programa Lupa, un proyecto que creamos con el apoyo del Centro Internacional para Periodistas.
Nuestros gobiernos han colocado distintas etiquetas para el inminente regreso a las calles: nueva normalidad, cuarentena dinámica, aislamiento preventivo, nueva convivencia social, aislamiento inteligente, entre otros. Más allá de los decretos, los latinoamericanos estamos por retomar nuestras actividades cotidianas aun cuando sabemos que una mascarilla no basta para evitar el peligro. Todavía estamos en la fase aguda de la pandemia. Sin embargo, salimos con la convicción de que la ciencia pronto encontrará más respuestas y que nosotros, como lo hemos hecho antes, nos adaptaremos para seguir en pie.
Con la pandemia aún en ascenso, los ecuatorianos tienen que regresar a las calles para sostener a sus familias. Después del colapso de las funerarias y los féretros a la intemperie, al país le toca iniciar una recuperación nacional.
En el Perú los mercados se han convertido en el tercer foco más infeccioso de COVID-19. ¿Cómo mantenernos protegidos cuando se trata de la única visita que ningún peruano puede evitar?
Desde hoy y hasta el 30 de junio, los colombianos pasarán de la cuarentena al “aislamiento inteligente”. Esta nueva medida del gobierno prioriza la reactivación del comercio, el servicio doméstico y los servicios profesionales.
A partir del decreto de la "nueva normalidad", los mexicanos tendrán que advertir por dónde transitar según los colores del semáforo. Las áreas en emergencia presentarán una etiqueta roja mientras que las que permiten desarrollar cualquier actividad sin mayor riesgo llevarán una señal de color verde.De sus 32 estados, México tiene 31 en rojo.
El Gobierno aparenta mano dura para controlar la pandemia con toques de queda, pero la expansión del coronavirus no se detiene. A los guatemaltecos no los amenaza solo una nueva enfermedad, también el hambre. Algunos han empezado a agitar banderas blancas como aviso de que ya no tienen qué comer.
La “cuarentena dinámica”, cuestionada por priorizar la economía, tuvo que ser revocada para decretar el cierre total del Gran Santiago. Luego de un mes y medio sin protestas, hoy emergen barricadas y nuevas palabras en los muros que se intentan acallar.
El hambre se ha esparcido más rápido que el nuevo coronavirus en El Salvador. Ante la falta de respuesta de las autoridades, algunas familias han colgado en sus ventanas prendas de vestir con notas escritas a mano donde ofrecen cambiarlas por una libra de frijoles o un paquete de galletas.
La curva del número de personas contagiadas y de fallecimientos se disparó en Bolivia en los últimos días y los hospitales están al borde del colapso. La estrategia de la presidenta interina, Jeanine Añez, de invocar a la protección divina no funcionó.
Varios servicios de salud venezolanos funcionan sin agua y jabón en medio de la pandemia. La llegada del coronavirus a un país que ya vivía una crisis humanitaria compleja hace que su población ponga a prueba una vez más su capacidad de resistencia.
En mayo, la capital había habilitado 60% de su actividad comercial, pero sólo cuatro de cada 10 negocios decidieron abrir. Apenas vendieron una tercera parte de lo habitual. La gente, aunque puede hacerlo, no sale de casa por miedo a enfermar. La situación sanitaria, al menos en números oficiales, está bajo control.