En 2017, junto a otros investigadores, la bióloga Joanna Alfaro-Shigueto empezó a concurrir a diversos restaurantes, mercados y supermercados de Lima, con el fin de confirmar una sospecha que tenía desde hacía muchos años: ¿el pescado que nos venden es realmente el pescado que señala la etiqueta? El resultado de esta investigación, publicado este año en la revista científica Food Control, desvela, entre otras cosas, que el 78% de las veces que pedimos un ceviche, el pescado que comemos no coincide con el que nos ofrecen. De hecho, el estudio determinó que, de un total de 364 muestras procesadas en laboratorio, casi la mitad (43%) no coincidía con el etiquetado.
“Nos están dando gato por liebre”, explica la bióloga especializada en biodiversidad marina, investigadora y directora de Pro Delphinus. Joanna, además, cita otra investigación que trabajó en colaboración con la ong Oceana, también difundida este año, que incluye muestras recogidas en Chiclayo y Piura y que llega a conclusiones preocupantes: en la costa peruana, 7 de cada 10 pescados se venden con otro nombre.
“Lo que hicimos en estos informes fue básicamente ponerle números reales, datos empíricos, a estas sospechas que hemos tenido siempre”, cuenta ella. Asimismo, explica que en otros lugares, incluso en mercados más transparentes y controlados, como Estados Unidos y algunos países de Europa, ya se han descubierto fraudes similares. Por eso, era probable encontrar estos resultados en el Perú, debido a sus niveles de informalidad.
Pero, concretamente, ¿en qué nos puede afectar que nos sirvan un ceviche de perico cuando hemos pedido uno de mero? Los perjuicios se abren en tres principales dimensiones: las implicancias económicas, de sostenibilidad y salud. Es decir, el fraude del pescado o mal etiquetado se presta para que el consumidor pague de más, amenaza a las especies en veda o protegidas y puede provocar intoxicaciones o alergias. “Hay peces que tienen más propensión a tener parásitos y se aconseja que su forma de prepararlos sea más cuidadosa. Además, si nuestro producto ha sido mezclado con mariscos, podríamos desarrollar alergias”, cuenta Joanna.
Una forma de enfrentar este problema a gran escala parte de un concepto llamado trazabilidad. El gobierno y la industria deberían implementar formas de seguir las huellas de los productos pesqueros. “Así puedes saber si tu pescado se capturó en Chorrillos por el bote María de las Mercedes, por ejemplo, que lo compró determinado proveedor y así saber cómo llegó hasta tu mesa. Esto no existe en nuestro país”, explica.
Aunque esto deba partir de una iniciativa de las autoridades, la bióloga no le resta responsabilidad al consumidor de a pie. “A veces somos muy perseverantes en la forma en la que pedimos. Queremos sudado de mero. Si el restaurante te ofrece otro pescado, necios nosotros seguimos con el discurso del mero”, comenta. “De esta forma, estamos ejerciendo una presión sobre los recursos”.
Más allá de empezar a ser un poco más flexibles en ese sentido, ¿de qué otra manera podemos aportar en afrontar esta situación? ¿Acaso un consumidor puede aprender a distinguir un pescado de otro con solo verlo en su plato? Esto no solamente es difícil, sino que en muchos casos es imposible. Por eso, nuestro aporte se sostiene de otra manera, explica la especialista. Primero, es importante comprar en un casero de confianza. Segundo, asegurarnos de que no estamos pidiendo una especie en veda. Tercero, ser más curiosos: por ejemplo, como una forma de estar atentos, preguntar a menudo de qué puerto viene el pescado que nos ponen en la mesa. “Hay que hacerle llegar el mensaje a las personas que trabajan en la industria. Queremos saber lo que estamos comiendo y que se respete nuestro derecho”, afirma. “Sé que todos queremos comer mero y corvina, pero es imposible que en todos los restaurantes de Lima se venda eso al mismo tiempo. Tenemos que empezar a tomar conciencia de ello”.
Joanna es graduada de la Facultad de Ciencias Biológicas de la Universidad Ricardo Palma y obtuvo su Doctorado en el 2012 de la Escuela de Bio-Ciencias en la Universidad de Exeter, Inglaterra. Actualmente es docente de la carrera de Biología Marina. Su día a día está enfocado en la investigación científica, en la preservación de especies marinas y en introducir métodos más sostenibles en cuanto a la pesca a pequeña escala, para así reducir la captura incidental y reducir el daño a la fauna marina no objetivo. Es autora de diversas publicaciones científicas y su trabajo le valió en 2012 el premio Whitley Fund for Nature, un reconocimiento a los líderes de conservación en el Sur Global. Esta esforzada profesional de la ciencia también dedica su tiempo en asegurarse que a tu mesa llegue verdaderamente el pescado que has pedido. “Pero el compromiso del consumidor es clave”, afirma.