VRAEM - Fidel Carrillo
Foto: Fidel Carrillo
Sobremesa

La lucha del café contra la hoja de coca en el Vraem

Es una batalla desigual. La hoja de coca sigue ampliando sus fronteras en el valle, concentra la mano de obra en su cosecha y contamina suelos, mientras que el café lleva a sus productores a trabajar a pérdida. Sin embargo, este cultivo resiste gracias a la tenacidad de familias y cooperativas.

Café del Fundo es una marca de café que se produce en la comunidad de Sanamarca, Ayacucho, en el lado sur del Valle de los ríos Apurímac, Ene y Mantaro (Vraem). Su lema grafica la situación de los caficultores del valle: “Al comprar Café del Fundo ayudas a que una familia del Vraem no cultive ilegalmente hoja de coca”. Fue creada hace cinco años por Cristina Huillca Flores, una abogada de 31 años nacida en Lima cuya familia dejó su comunidad en 1987 durante el conflicto armado interno.

Hugo Huillca, su padre, y sus cinco hermanos mayores migraron, mientras su madre se quedó a trabajar en el fundo para mantener a la familia. La pareja tomó esa decisión porque Don Hugo, dirigente cafetalero y de comités de autodefensa, recibía amenazas tanto de terroristas como de las fuerzas del orden. Con los años, los Huillca Flores volvieron a reunirse en Sanamarca, dedicándose a la venta de café verde (como se llama al café sin tostar), cacao y ganado.

A mediados del 2015, Cristina revisó las cuentas de la actividad económica de la familia y vio que trabajaban a pérdida en el café. La escasa mano de obra para la temporada de cosecha, el bajo precio del café y el alto costo del transporte de la producción debido al pésimo estado de la carretera Sivia-Rosario Acón en el tramo de acceso a Sanamarca (una trocha que tiene por lo menos 40 años sin mayores avances), les jugaba en contra. Aquel año, el costo de producción de un kilo de café en el país era de S/9, pero los caficultores obtenían S/6.

Si bien las pérdidas por los bajos precios del café convencional se repiten en todas las regiones productoras del país, en las zonas caficultoras que conforman el Vraem el panorama se complica con la presión que el cultivo de hoja de coca ejerce sobre el café. La cosecha del cultivo ilícito atrae la mano de obra al pagar más por jornal diario: S/120, mientras que la paga por día en la cosecha de café es de S/50.

Suelos empobrecidos

Otro aspecto que afecta a la caficultura del valle es el incremento de las hectáreas de hoja de coca. El 48% de la producción de hoja de coca del Perú procede del Vraem, según el reporte de monitoreo de la superficie cultivada con este arbusto en el 2019, que recoge el Sistema de Información de Lucha contra las Drogas (Siscod). Dicho reporte muestra que las 20,360 hectáreas con estos sembríos en 2016 aumentaron a 26,028 hectáreas en el 2019. Ese avance pone en riesgo la producción orgánica del café por el uso de glifosato, herbicidas, plaguicidas y fungicidas para generar una alta productividad en el cultivo de hoja de coca.

La aplicación de agroquímicos empobrece la calidad de los suelos y disminuye las posibilidades de que los productores de café del Vraem obtengan el certificado de producto orgánico que ayuda a que reciban hasta un 40% más del precio convencional en mercados internacionales. La certificación de producción orgánica se obtiene a través de estudios en campo de las prácticas agrícolas que incluyen análisis de muestras de suelo y de los granos.

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Muchos pequeños caficultores cuentan con cultivos de hoja de coca en sus parcelas, pues representan más ingresos que el café, cuyo precio es variable y demanda cuidados.
Foto: Fidel Carrillo

Para evitar que sus cafetales se contaminen, Café del Fundo siembra sus plantas en el centro de su finca. “Tenemos 20 hectáreas de café que se encuentran en el medio de nuestro fundo, que tiene un total de 80 hectáreas. De esta manera, logramos que nuestros cultivos estén protegidos por el bosque y el monte”, refiere Cristina, quien tiene a cargo la comercialización de la marca en Lima. Pero no todos los caficultores pueden replicar esta práctica, pues, en promedio, poseen entre 3 a 6 hectáreas.

Esta situación ha puesto en jaque también a importantes asociaciones y cooperativas. Tal es el caso de la Cooperativa Agraria Cafetalera El Quinacho L 78, fundada en 1970 por productores de la parte sur del Vraem en busca de precios justos para su café y cacao criollo orgánicos.

El ingeniero forestal Luis Santiváñez Sánchez asumió la gerencia de El Quinacho en 2015, cuando la cooperativa tenía 600 miembros. Actualmente cuenta con 300 socios activos. La mitad tuvo que ser excluida porque sus cultivos están contaminados. El resto crea barreras vivas contra los agroquímicos, sembrando plátanos y árboles forestales alrededor de sus cafetales. Sin embargo, desde el 2012, no logran reunir la cantidad requerida para la exportación. Aquel año hizo su aparición la plaga de la roya que golpeó fuertemente a la caficultura nacional, afectando más del 70% de las hectáreas cultivadas con café.

El café de El Quinacho se comercializa en el distrito de Sivia, Ayacucho, gracias a sus socias, quienes se encargan de la venta en ferias y administran una cafetería para fomentar el consumo local del café que ellas mismas tuestan. Pero, si esta organización se mantiene en pie, es gracias a que han fidelizado a empresas de Europa y Estados Unidos que compran el cacao criollo que siembran en las partes bajas y cálidas del valle, donde no hay hoja de coca.

A diferencia del café, el precio del cacao ha aumentado. El kilo de cacao ha pasado de S/4 en el 2010 a costar entre S/7 a S/10. Una tonelada de cacao orgánico y de comercio justo puede obtener US$2,940 y si se trata de cacao con alto perfil de calidad puede llegar a US$6,000 o más. Esto le permite a El Quinacho pagar precios justos a sus socios, darles asistencia técnica y transferencia de tecnología para garantizar la calidad de sus cultivos y contar con un fondo para contingencias, entre otros beneficios que el café no les puede garantizar ahora.

Tras la roya del 2012 se inició un plan de renovación de cafetales a escala nacional con variedades resistentes a las plagas, principalmente una denominada Catimor, que, sin embargo, no tiene buena calidad en taza. Obtener variedades de mayor calidad y procesarlas adecuadamente demandan inversión en infraestructura y mano de obra, algo que la mayoría de caficultores de la zona no puede permitirse.

La economía del Vraem es agropecuaria y se concentra en la producción de café, cacao y hoja de coca. Los tres cultivos emplean al 69% de la población económicamente activa del valle, según el último Censo Agrario realizado en el 2012, aunque es la hoja de coca la que paga más y presenta, por decirlo de alguna manera, ventajas competitivas frente a los otros dos cultivos. Por ejemplo, mientras que los caficultores y cacaoteros deben ver cómo sacan su producción hacia los puntos de comercialización, el narcotráfico llega hasta los mismos lugares de cultivo para comprar la hoja de coca acopiada.

Al norte del valle

La plaga de la roya también forzó a que la población migrante que antes participaba en la cosecha de café y de la hoja de coca en la zona sur del Vraem se movilizara hacia el norte en busca de ingresos, ampliando la frontera cocalera hacia el distrito de Satipo y sus comunidades asháninkas. Según el reporte de monitoreo del Siscod del 2019, las hectáreas con hoja de coca en el lado norte del valle han crecido un 12.2% respecto al año anterior.

Desde el Estado, se han realizado varias acciones para luchar contra los cultivos ilícitos, lo que incluye la reconversión de hectáreas de hoja de coca por café, cacao y frutas (2016) y capacitación en procesamiento de café y cacao a productores para que desarrollen sus propios emprendimientos desde el 2019. Sin embargo, estas intervenciones no han sido suficientes.

Según Geni Fundes, gerente de la Central de Café & Cacao, una organización que agrupa a trece cooperativas cafetaleras y cacaoteras, las hectáreas de hojas de coca que se buscan reemplazar están en mal estado debido al uso indiscriminado de agroquímicos y, por tanto, tienen baja productividad. También se requiere renovar cafetales con variedades de mayor calidad, lo cual ayuda a obtener precios más altos, invertir en infraestructura para procesar estos cafés y mejorar la red de caminos para facilitar su comercialización. Pero, lo más importante, es conseguir mercado internacional para esta producción y seguir incentivando el consumo interno. En Perú se consumen 650 gramos de café per cápita al año y se calcula que, con la pandemia, el consumo en casa subió hasta 1 kg por año, pero en otros países productores de la región el consumo es mayor. Colombia llega a los dos kilos per cápita y Brasil, a los cuatro kilos.

Pese a todas las dificultades y aunque la hoja de coca ilícita sea la base de la economía del Vraem, sus productores siguen apostando por el café. Algunos de sus distritos principales como Sivia, Ayna San Francisco, Kimbiri, Pichari o Satipo tienen cafeterías donde se consume el café local y en combinación con el cacao de la zona. Los productores crean sus propias marcas y algunos se han convertido en proveedores de marcas comercializadoras en Lima.

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Cristina Flores es la matriarca de la familia Huillca Flores que produce la marca Café del Fundo. Su hija, quien también se llama Cristina, se encarga de su comercialización a nivel nacional.
Foto: Fidel Carrillo

Café del Fundo es una de las marcas más reconocidas del Vraem. Aunque debió cerrar la cafetería que tenía en Lima debido a la pandemia, Cristina continúa vendiendo la producción familiar en redes sociales y a través de diversas tiendas orgánicas en la capital. Desde la última masacre en el Vraem, ocurrida en mayo, nuevos consumidores se interesan por la marca y en apoyarla con su compra.

La experiencia de este emprendimiento y la resistencia de El Quinacho demuestran que el café y el cacao pueden ser los cultivos alternativos que le planten cara a la hoja de coca ilícita, tal y como ocurrió con la amapola en Tailandia. En 1969, el gobierno de este país inició la lucha contra este cultivo evaluando más de 150 productos alternativos para hacerle frente. A partir de 1998, atendiendo, en primer lugar, las necesidades básicas de la población, se introdujo el café y la macadamia como los productos estrellas contra la amapola y, solo cuando se demostró su viabilidad, se iniciaron erradicaciones negociadas. En el 2002, más de 30 años después de un plan nacional ininterrumpido, la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito declaró a Tailandia libre de cultivos de drogas.

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