El mundo enfrenta una paradoja: al mismo tiempo que hay 820 millones de personas que viven en inseguridad alimentaria severa, se desperdician al año 931 millones de toneladas de alimentos, según datos del Programa para el Medio Ambiente de Naciones Unidas (PNUMA). Es decir, si toda esa comida no fuese a la basura, se le podría dar más de un millón de toneladas de alimento a cada una de las personas que viven en hambre extrema.
En América Latina y el Caribe, la magnitud del desperdicio de alimentos es preocupante, especialmente en países como Brasil, México y Colombia. De acuerdo con el Banco Interamericano de Desarrollo, se pierde y desperdicia un tercio de los alimentos que se producen en la región para consumo humano anualmente, al mismo tiempo que 60 millones de personas sufren de hambre.
Pero la paradoja debería ser inexistente. En realidad, se producen suficientes alimentos para que no haya ni una sola persona con hambre en el mundo. La organización Rise against Hunger lo dice así: “Aunque producimos suficientes alimentos para alimentar a todo el mundo, las malas prácticas del sistema alimentario son causa de un enorme desperdicio de alimentos y contribuyen así a la inseguridad alimentaria mundial”.
Ese desecho de alimentos a causa de las malas prácticas ocurre durante toda la cadena de suministro, pero dependiendo de la etapa en la que ocurra se le llama pérdida o desperdicio. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y Agricultura (FAO), la pérdida ocurre en las primeras fases de la cadena de suministro, es decir, cuando un alimento es desechado, incinerado o eliminado durante su producción, manipulación o transporte hasta su procesamiento, almacenamiento o distribución.
En cambio, el desperdicio ocurre en las etapas finales, es decir, en la comercialización y el consumo. La FAO define desperdicio como “la disminución de la cantidad o la calidad de los alimentos como resultado de las decisiones y acciones de los minoristas, los proveedores de servicios alimentarios y los consumidores”.
Este desperdicio puede ocurrir por varias causas. Por ejemplo, cuando al clasificar los alimentos para su comercialización, se desechan los productos frescos que no se consideran óptimos por su forma, tamaño o color; cuando las personas minoristas o consumidoras deciden tirar alimentos porque su fecha de caducidad se aproxima o ya ocurrió; o también cuando los alimentos que se sirven en los hogares o los establecimientos de comida simplemente no se consumen, y terminan como desechos.
En suma, la pérdida y el desperdicio de alimentos no solo representan costos económicos equivalentes a mil millones de dólares al año, sino que también implican altos costos ambientales, pues se calcula que la producción de alimentos que luego se desperdicia equivale al 8-10% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero.
Así que más que la escasez, lo que existe es un exceso en la cantidad de alimentos que se pierde y desperdicia. Y para evitarlo, el rol de los consumidores es fundamental. De acuerdo con el Índice de Desperdicio de Alimentos 2021 del PNUMA, de los 931 millones de toneladas de alimentos que se desperdiciaron en 2019, 61% provino de los hogares. Si lo vemos por desperdicio per cápita, significa que cada consumidor del mundo desperdicia en promedio 121 kilogramos al año; y de ellos, 74 kilos se producen en el hogar.
Un estudio elaborado en 2018 por Brian Roe y colegas, y publicado en la revista PLOS ONE, analizó a 50 personas en Estados Unidos para evaluar cuánta comida dejaban en el plato después de cada comida durante varios días consecutivos. Encontraron que únicamente el 3,3% de todos los alimentos seleccionados se devolvía como desperdicio. A pesar de ser una muestra claramente pequeña, los autores sugieren que otras actividades podrían ser las verdaderas culpables de las grandes cantidades de desperdicio, por ejemplo, durante la preparación de los alimentos o al descartar productos antes de consumirlos.
En este contexto, distintas organizaciones e investigaciones han hecho recomendaciones muy prácticas para reducir la cantidad de desperdicios que generamos desde casa, e incluso fuera de ella cuando compramos o comemos en restaurantes, bufets o cafeterías:
- Elige porciones más pequeñas: aprende a calcular cuánto puedes comer realmente, para evitar dejar comida en el plato. Procura empezar por porciones pequeñas, y pedir más solo si es necesario. Si no habitan muchas personas en el hogar, no es necesario cocinar porciones exageradas que terminarán luego en el bote de basura.
- Aprovecha las sobras de comida: las sobras no son sinónimo de desperdicio. Puedes aprovecharlas para preparar nuevas combinaciones de platillos o refrigerarlas para volver a servirlas más tarde.
- Haz tus compras de manera inteligente: hay que tener cautela a la hora de comprar y evitar ir al supermercado con hambre, pues eso hará que compres de más. Lo recomendable es calcular la cantidad de comida que requiere el hogar por día o semana, y comprar únicamente las porciones necesarias, sobre todo si se trata de alimentos perecederos. De paso, elige los productos que tengan menos envolturas, o que sean producidos o empaquetados de manera más sostenible.
- Compra frutas y verduras, aunque se vean “feas”: millones de toneladas de alimentos se desperdician al año porque no lucen perfectos, a pesar de tener un sabor óptimo. Algunos estudios muestran que las personas rechazan los alimentos por preocupaciones infundadas sobre su calidad. Por eso es importante que los consumidores seamos más flexibles y no nos dejemos llevar por las apariencias.
- Monitorea tu nevera regularmente: La mejor forma de asegurarte de que los alimentos que almacenas durarán el mayor tiempo posible es teniendo una nevera a una temperatura adecuada, regularmente entre 1oC y 5oC. También es importante mantenerlo limpio y dejar la puerta abierta el menor tiempo posible.
- Haz un uso eficiente de la nevera y la despensa: la forma en la que compramos y guardamos también es importante para evitar desperdicios. Un estudio del 2016 de Brian Wansink muestra que “la mayor parte de los alimentos que no se consumen son los que se compraron para recetas u ocasiones específicas que no ocurrieron. Y debido a que la mayoría de estos productos son más especializados o menos versátiles, se dejan detrás en la despensa y son olvidados”. Por eso, se recomienda el sistema PEPS: Primero en Entrar, Primero en Salir. En la nevera, también conviene acomodar los alimentos de manera que no queden ocultos los alimentos que se compraron primero. También se recomienda guardar los alimentos con el menor aire posible o en envases con tapa para que duren más, y mantenerlos suficientemente separados para no propiciar la contaminación cruzada.
- Aprende a leer la caducidad de los alimentos: Algunos estudios muestran que no hay suficiente comprensión sobre las etiquetas de los alimentos. Eso hace que muchas personas tiren alimentos que aún están en perfecto estado. Lo que dice la Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos (FDA) es que hay que entender la fecha de caducidad como una referencia a la calidad de los productos, no a su seguridad. Esto quiere decir que muchos productos pueden perder su calidad óptima y aún así ser perfectamente aptos para consumo, sin importar que la fecha de caducidad haya pasado. Comerlos no significa que te harán daño. De hecho, desde el 2019, la FDA recomienda a la industria de alimentos que homogeneice sus etiquetados para que de manera general utilice la leyenda “consumir preferentemente antes de (fecha)”. Y así, aportar claridad a los consumidores para que se sientan confiados de que pueden consumir los productos. Más que seguir al pie de la letra la fecha de caducidad, la FDA recomienda checar los alimentos, “si el color, la consistencia o la textura de los productos ha cambiado perceptiblemente, los consumidores no deben usarlos”, pero si eso no ocurre, es mejor consumirlos que desperdiciarlos.
- Haz composta: aún cuando logres reducir tus desperdicios de alimentos con estas recomendaciones, es muy probable que aún así generes desechos orgánicos, los cuales tendrán que ser recolectados, transportados e incinerados o acumulados en basureros, lo que significa: emisiones de gases de efecto invernadero. En lugar de eso, puedes utilizarlas para hacer tu propia composta y enriquecer tus plantas y jardines.