14N: La noche que no termina

Albert Ñahui Pérez (23)

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Foto: Omar Lucas

La estilista que cortaba el cabello de Albert Ñahui, estudiante de Comunicaciones, se detuvo sorprendida al ver una cicatriz. No era una marca pequeña: el relieve en el cuero cabelludo cruzaba su cráneo.

— ¿Joven, qué le pasó?

— Fue un rasguño.

— ¿Rasguño? ¿Acaso te ha arañado un dinosaurio?

Albert dudó un poco.

— ¿Usted se acuerda del 14 de noviembre, las marchas?

Aunque las personas no conozcan su nombre, sí recuerdan la foto de Albert con una mano en el ojo izquierdo, mientras la sangre caía de su rostro cubierto con un polo, formando un charco en la pista. La imagen circuló a fines de 2020 con la noticia de que el joven ayacuchano había sido inducido al coma para tratar la lesión que causó el perdigón que lo impactó en la frente. Verlo ahora caminar y hablar con normalidad es para muchos un milagro. Emocionada, la estilista abrazó a Albert.

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Foto: Mario Segovia

El joven de 23 años dejó el hospital en abril de este año, luego de tres operaciones y casi seis meses de terapias. “Salí de casa un día y volví medio año después”, dice. Solo quien lo observe en detalle notaría las secuelas que dejó en él la violencia policial. Además de la placa de titanio que ahora lleva en el cráneo, su nariz quedó ligeramente torcida. Y lo más importante, prácticamente perdió la visión en el ojo izquierdo. “Es como ver a través de una ventana muy sucia, llena de polvo”, explica. La operación que podría curarlo, también podría dejar ese ojo completamente a oscuras; el riesgo es muy alto y los doctores le han recomendado esperar. Albert solo puede pensar en seguir adelante. Recuperarse es la única opción.

Cuando llegó al Centro de Lima el 14 de noviembre de 2020, la represión ya había iniciado. Ni sus tíos ni sus primos, con quienes vive, sabían que Albert, que entonces se preparaba para estudiar Sociología, había ido a las protestas. El joven solo llevaba una mochila, una mascarilla y una banderola, pero vio a chicos desactivando bombas y decidió unirse. No tenía guantes, tampoco tenía miedo. Amarró su banderola en la mano para poder coger las bombas sin quemarse demasiado y ajustó el polo, que luego terminaría cubierto de sangre, en su cabeza. Ese ambiente que parecía una batalla campal era conocido para él, un exinfante de la Marina. Poco después, recibió el disparo.

Albert despertó del coma pensando encontrarse en casa. No podía moverse o hablar. Un doctor se acercó a hacerle preguntas: ¿Dónde estás? ¿Qué día es hoy? ¿Quién es tu mamá? Albert moría de sed y se ponía de peor humor con cada interrogante. Luego supo que por lo delicado de su estado, solo podían darle el agua gota a gota. “Parecía un bebito, no podía hacer nada”, recuerda. Su madre y su tía se turnaban para acompañarlo, mientras el personal de salud en el hospital Almenara le daba ánimos. Poco a poco, mes a mes, pudo sentarse, dar pasos, ir al baño solo. Se entregó al proceso de recuperación con la misma determinación con la que decidió tener una formación militar: Albert era el único paciente que esperaba su siguiente operación con la impaciencia de un niño que quiere un regalo de Navidad.

Cuando regresó a su barrio, en Las Delicias de Chorrillos, sus vecinos se acercaron a saludarlo, a pedirle fotos; en la calle lo invitaban a comer. Aún ahora hay quienes lo reconocen, lo abrazan, lloran y le dan las gracias. Albert acepta los cumplidos con orgullo, pero también con la convicción de que queda mucho por hacer. El chico que no derramó una lágrima en el tiempo que estuvo en el hospital no duda que volvería a salir a las calles a manifestarse por lo que considera justo. La lucha por un mejor país no terminó el 14 de noviembre.

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