En verano, Jon practicaba bodysurf con sus amigos del barrio en alguna playa de Chorrillos. Le gustaba entrar al mar luego de haber hecho downhill desde la cima del Morro Solar hasta La Herradura: recorrer cuesta abajo en bicicleta el sendero rocoso mientras lo embargaba una mezcla de nerviosismo y adrenalina. Eran actividades que lo hacían sentir conectado con su cuerpo y sus sentidos.
Jon dice que necesitaba mantener el equilibrio y sujetar con fuerza el timón para no perder el control. Sobre todo, necesitaba deshacerse del miedo. El miedo puede nublar tu concentración y hacerte caer. Después de las lesiones que sufrió en las marchas de noviembre de 2020, Jon ya no se imagina bajando por ese camino sin que el temor a sufrir algún daño lo venza. Piensa que, aun cuando se recupere por completo, el downhill será una de sus aficiones a las que tendrá que renunciar.
Jon dice que tiene suerte de estar vivo. Después de dos cirugías y meses de terapia, ha recuperado el movimiento de al menos una de sus piernas. Para varios médicos es casi un milagro que pueda caminar, aunque lo haga con muletas. Pero aún así no puede evitar que una sensación de pesadumbre lo acompañe la mayor parte de los días.
Algunas noches le es difícil descansar por los dolores neuropáticos que le ha dejado la lesión. Los medicamentos que toma no son suficientes para calmarlos. Su mamá, Verónica Morales, ha comenzado a darle aceite de cannabis, pero Jon dice que no siente mucha diferencia. El impacto del perdigón también le ocasionó problemas en la vejiga. Ahora debe controlar la cantidad de agua que toma al día y orinar cada cinco horas a través de una sonda.
Jon divide su tiempo entre prepararse para el examen de admisión a San Marcos, donde planea estudiar Nutrición, y sus sesiones de rehabilitación. Su cuerpo ha perdido la memoria del movimiento, así que tienen que enseñarle de nuevo a gatear y controlar la pelvis. Sus terapias son dos veces por semana y, los días que no va, hace ejercicios similares en casa.
Para conseguir el tratamiento, Verónica Morales ha superado varios obstáculos en el Instituto Nacional de Rehabilitación. Luego de mucha insistencia y varios trámites su hijo fue aceptado. Ahora lo atienden un mes sí, un mes no. Verónica cuenta que han tenido que conseguir una enfermera y terapias privadas que tienen que costear ellos mismos.
"Si vieras mi foto del año pasado, a como estoy ahora, parece que hubieran pasado diez años. Es el agotamiento", dice Verónica. Ella recuerda que hasta ahora el Hospital Loayza no le devuelve ni los 700 soles gastados en la primera receta de hace un año. El caso de Jon es uno de los pocos en los que hay registro en video del preciso momento en que fue herido por la Policía. No hay lugar a dudas sobre la responsabilidad: las imágenes muestran que un policía le dispara como represalia por haber devuelto una bomba lacrimógena. A pesar de ello, hasta ahora no ha recibido ninguna reparación económica por parte del Estado.
Además de las citas en el centro de rehabilitación, las pocas veces que Jon sale de casa son para pasear a su perrito Apolo. Lo hace por la noche, cuando las calles están casi vacías. Le incomoda que lo vean con las muletas y las varillas de metal que tiene en la pierna a manera de soporte. En esos paseos lo acompaña Bryan, amigo suyo que también fue herido en las marchas. Él lleva la correa de Apolo mientras Jon va caminando unos pasos detrás. Dar una vuelta a la manzana les tarda cerca de 45 minutos. Es un trayecto corto pero Jon termina muy adolorido, por lo que su madre tiene que ponerle unas compresas en las piernas para aliviarlo. Él teme haberse convertido en una carga para ella. Piensa que en ningún trabajo lo van a aceptar sin contar con la movilidad de ambas piernas.
Su amigo Bryan fue quien le dio ánimo cuando un médico le dijo que no iba a volver a caminar: “Tú piensa que sí vas a volver a hacerlo y lo vas a lograr”. Y así fue. A finales de febrero, luego de meses de terapia y mucho esfuerzo, Jon dio sus primeros pasos con ayuda de un andador. Con esa misma determinación, Jon tiene ahora la esperanza de recuperar la movilidad de la otra pierna el próximo año. Entonces, podrá retomar su vida y sus planes. Pero la conexión que sentía con su cuerpo al bajar una cumbre a toda velocidad no la volverá a sentir.